jueves, 30 de mayo de 2019

Mercedes Pinto/3


En el artículo anterior quedó en claro el carácter autobiográfico de la novela “Él” de Mercedes Pinto, así como el conjunto de conductas psicopatológicas que describe. Por supuesto que un trabajo de esta naturaleza necesariamente suscitaría el interés de psicoanalistas y psiquíatras que, desde diferentes perspectivas, propusieron sus análisis en torno a la novela.

Uno de estos estudios corresponde a Raquel Capurro que -con el título “Mercedes Pinto, una estrategia femenina ante la violencia doméstica”- fue presentado en el encuentro “Presencia de Mercedes Pinto en Uruguay” llevado a cabo en el Centro Cultural de España en noviembre de 2008 en Montevideo.

Mercedes Pinto se vio atrapada por su matrimonio en la relación a un hombre celoso, más aún a un hombre literalmente loco de celos, peligrosamente loco de celos. La violencia que ella relatará luego es la contra-cara de una violencia silenciada que necesitó recorrer y hacer pública cuando logra salir de esta "Cárcel de amor". 
Podemos preguntarnos por qué Mercedes Pinto no puso fin antes a esta prisión. Por qué diez años y tres hijos. No es fácil responder y ninguna psicología barata puede pretender dar una versión distinta a las que ella misma intentó construir. Para nosotros, se trata más bien de leer con rigurosidad aquello que ella escribió, pues si sabemos algo de los secretos de esa alcoba, si sabemos algo de la violencia familiar que reinaba en su hogar ello se debe a los movimientos, muy lentos quizá, pero eficientes al fin, que ella misma fue haciendo para poder pasar a otra cosa, a otra vida.

En el desarrollo de su novela queda de manifiesto el suplicio en que vive y para ilustrar la dimensión de los celos de su marido Capurro escoge una de entre tantas situaciones.

De esas escenas de celos locos, elijamos una para calibrar su entidad: Recién casados desde hacía seis días la pareja se encuentra en un hotel y tienen como vecino de cuarto a un inglés que tose con frecuencia, enfermo como está de tuberculosis. Esa tos, real, verdadera, es la materia de la interpretación que toma "Él" cuando escucha carraspeos de su mujer que se le antojan respuestas a un diálogo pautado por esos sonidos y del que queda excluido. Él hace el gesto de estrangularla, de cortarle la emisión de la voz y de la tos. Una noche se escuchan pasos y suspiros en la pieza vecina que llevan al paroxismo los celos de Él. Arremete entonces contra la puerta que separa ambos cuartos que lo enfrenta a la lúgubre sorpresa de una escena: está el inglés acostado sobre la mesa, muerto y amortajado, mientras lo velan la dueña del hotel y la sirvienta. (…)
Perseguidor, sí, pero Mercedes Pinto no deja de indicar hasta qué punto él mismo está perseguido. Campo de persecución en el que se instala la relación de ambos y en donde se sitúa la llegada de los hijos.

Capurro se detiene en la soledad con que la escritora enfrentó estos años de matrimonio, a lo que se refiere en “Él”.

Por momentos ella se juega a mantener las apariencias de un hogar normal, y busca disimular, por ejemplo ante su madre, la violencia de la que era objeto (p. 53-54). Admitir el fracaso de su matrimonio, abandonar la cuota de fascinación que Él ejercía sobre ella, son movimientos ante los cuales queda paralizada. Otras veces el terror mismo que la clava en ese lugar, la hace correr, sintiendo cerca el hálito de la muerte. Pide auxilio, pero en estas ocasiones la sociedad canaria de la época, muestra su duro rostro a la queja que esa mujer casada le presenta. Ya sea a través del abogado que le señala que no tiene testigos valederos ni heridas mortales (p. 70-71) o a través de los curas, Mercedes Pinto no encuentra salida.

Para poder llegar a esa “otra vida” que anhelaba debió elaborar un plan conformado por diversas etapas; continúa Capurro

El primer movimiento efectivo en esa estrategia fue la huida. Huir de su casa, poner distancia oceánica, irse a Madrid con sus hijos, pero previo a ello aprovechar la circunstancia del acmé mismo de la locura: el intento de suicidio de su marido. Ese "¡basta!", actuado del lado de él, bajo esa forma trágica, le permitió a ella pasar con él a otra escena: llevarlo finalmente a Madrid para una segunda internación psiquiátrica y, entonces, apoyándose en la autoridad médica, zafar de los deberes de conciencia que el catolicismo exigía de una mujer casada: la fidelidad hasta la muerte, en toda situación.
Tenemos la impresión que el acto de Mercedes Pinto, el de irse de su hogar e instalarse de incógnita con sus hijos en Madrid tuvo en ella un efecto profundo: la liberación de su capacidad de pensar y de hacer públicas sus ideas a partir de su experiencia.

A su arribo a Madrid se relacionó con integrantes de sectores vanguardistas, en particular en lo que hace a la liberación de la mujer, con lo que el proceso ingresa en otra etapa que describe Raquel Capurro.

Allí se encontró, en el Madrid efervescente de esos años, con un movimiento feminista en ebullición. Entre la casualidad y la apuesta intelectual se vio propuesta para reemplazar como oradora a una de las líderes del movimiento feminista, Carmen de Burgos, que se encontraba enferma. Según Alicia Llerena, Carmen de Burgos había sido invitada a cerrar un Mitin Sanitario en la Universidad Central de Madrid, organizado por el doctor Navarro, actividad que se había ido desarrollando en varios espacios culturales de la capital. Mercedes Pinto acepta reemplazarla: primer movimiento revelador, y luego, propone el tema.

Al igual que tantas veces aquí es posible observar que un pequeño acontecimiento –fortuito para ella- como lo fue la indisposición de Carmen de Burgos, Colombine, desencadenó o apresuró el desenlace del proceso.

La elección del tema fue clave dado que permitió unir la participación en el evento con su recorrido vital. Capurro resalta la importancia de situar al divorcio dentro de la perspectiva del higienismo.

Lo significativo para nosotros hoy es que con ese tema ella logra entroncar su trágica experiencia conyugal con el sentir y los reclamos sociales que el movimiento de mujeres estaba poniendo en el tapete. Propone: "El divorcio como medida higiénica" y aprovecha así aquello que el discurso médico promueve, a través del llamado higienismo, para engarzar el concepto mismo de higiene con el divorcio, en aras de la salud mental de los hijos como valor esencial a preservar, que justifica el divorcio de la pareja.
(…) en el caso de Mercedes Pinto la doctrina higienista le sirvió como dispositivo no sólo para justificar su huida del hogar sino para argumentar y reclamar un dispositivo legal, el divorcio, que diera a esa separación las garantías que la convivencia social debe asegurar a los ciudadanos. 
Su argumentación se apoyó, como ya lo señalamos, no sólo en la separación de un marido diagnosticado paranoico, sino en la salvaguarda de la salud mental de sus hijos. Con esta conferencia ella se embanderó públicamente con la causa de las mujeres e insertó su historia en una causa común.

Claro está que, en el entorno que vivía España en esos años, este paso le traería -como describe Raquel Capurro- nuevos problemas.

En efecto rápidamente fue llamada al orden por Primo de Rivera. Así relata ella su encuentro con quien, en ese momento, decidía el destino de España:
—¿Es usted la señorita que ha dado esta semana una conferencia sobre el divorcio, en la Universidad Central? —Sí, señor —respondí casi serenamente—. Sólo que soy señora y con hijos. ¿Y no sabe usted —continuó en voz más alta— que España tiene un concordato con el Vaticano? —No señor, no lo sabía —¡España es católica —gritó— Y no se puede consentir que se hable de cosas que Roma prohíbe! Y añadió, en voz más baja: —No lo puedo consentir, porque otros seguirían hablando de cosas, cada vez más prohibidas.... Comprendí, con su silencio repentino, que no tenía nada más que decirme, y me despedí con un leve saludo, marchándome convencida de que aquella sería mi primera y última entrevista con el que era el dueño de los destinos ¡y de la voz de España...! 
Sus amigos le aconsejan una rápida huida del país. Ya no está sola y, con aquel que será su marido cuando al llegar a Montevideo pueda legalizar su situación, Mercedes Pinto vuelve a huir, con sus hijos y a cruzar otra vez, pero en más largo viaje, el océano.

Sin embargo la huida –según Capurro- resultaría insuficiente para sanar heridas; será por medio de la escritura y la actuación que continuará su camino.

Estrategia de huida ante la persecución: ese primer movimiento que ahora repite en otro escenario se revela eficaz, pero, pronto también como insuficiente. (…)
Pero Mercedes Pinto pone de manifiesto que no se puede huir del pasado, no se puede huir de una persecución en la que se estuvo implicada.
Mercedes Pinto emprende un trabajo de escritura y publicación apenas novelada de su vida matrimonial. (…) ¿Por qué este retorno a través de la escritura a ese pasado angustioso? ¿Por qué no lo olvida todo y se forja una vida nueva sobre ese olvido?  (…)
Ni el divorcio, ni su nueva pareja, ni el Nuevo Mundo bastaron pues para quedar libre del pasado, en paz con su experiencia, y por eso la vemos emprender, con la escritura, un nuevo camino. Conjeturamos que intenta de este modo subjetivar y esclarecer su lugar en esa historia, su modo de haberse implicado en ella. Sólo así podemos situar que, luego de publicado "Él", algo se repita en 1930 cuando lleva al teatro su historia bajo el nombre de Un señor cualquiera. Accede allí a una mayor depuración sosteniendo la acción en personajes que sólo indicados por los pronombres, como mínimos apuntalamientos de identidades vacilantes. Pero tampoco esta obra fue suficiente y, en 1934, publica Ella. Trilogía pues que dice de sus retornos a la experiencia de la locura a la que se vio no sólo confrontada, victimizadas, sino a la que no vacila, con este giro en el título de esta novela, de situarse allí como implicada.

En el próximo artículo concluiremos con el tema.

No hay comentarios: