jueves, 9 de mayo de 2019

Polémica en torno a los cuentos infantiles/2


Con los criterios de extremar cuidados en las formas de los relatos para niños, la recopilación de cuentos populares que hizo Charles Perrault a fines del siglo XVII –como veremos- queda no sólo bajo sospecha, sino en franco proceso de condena.

Hace unos días en librerías de viejo di con un ejemplar de este clásico en el rubro de cuentos infantiles. Ya desde el título se pone de manifiesto su incorrección flagrante: “Cuentos de viejas” (en el prólogo, Ignacio Bauer apunta que el título original fue Contes de ma mère l'Oye y agrega “como si dijéramos Cuentos de viejas”). El libro fue publicado en Madrid por la Editorial Ibero-Africano-Americana y aun cuando no precisa fecha de edición es posible suponer que estamos ante una obra de comienzos del siglo XX. 

Refiriéndose a Perrault, dice Bauer

Él fue, si no el creador –porque la mayor parte de sus cuentos pertenecen al folklore (…)- el que dio carácter permanente y figura propia e inmutable a aquel mundillo de simpáticos personajes; el que los lanzó a correr aventuras y a divertir a las gentes, y el que les rodeó de esas hadas y esos silfos, brujas, gigantes y endriagos que –restos acaso de tradiciones antiquísimas o símbolos de misterios iniciáticos- pueblan ese país de ensueño que tiene plena realidad en la imaginación de la niñez, que la juventud recuerda con desdén, y al que, de vez en cuando, la edad madura torna los ojos con melancolía.

Perrault compiló esos cuentos tradicionales con la finalidad de entretener a sus hijos, sin embargo al paso del tiempo “no tardaron en hacerse populares (…) y atravesar las fronteras para extenderse por otros países (…)”.

Ignacio Bauer propone un breve análisis de estas narraciones.

En los cuentos de Perrault se mueven los personajes de dos mundos, el de la realidad y el de los ensueños. Los del primero son seres de carne y hueso, adornados de todas las maldades y todas las bondades de los que viven y se agitan a nuestro alrededor. Desde el rey al mendigo, todas las clases sociales están representadas en las narraciones del autor (…)

Y agrega Bauer un apunte significativo “(…) sin que, por cierto, sean las más altas las que mejor escapan de su pluma: que el pueblo siempre fue demócrata, por instinto de conservación”.

Ahora bien, si a los cuentos de Perrault se le aplicaran los criterios contemporáneos de corrección en las formas se verían en serios problemas. A manera de ejemplo va el inicio del primer relato del libro citado.

Riquet el del copete
Una reina dio a luz un niño tan feo y contrahecho, que se dudó si tenía forma humana.

Ante tan contundente arranque, enseguida Perrault proporciona una buena dosis de calma a los niños que escuchen o lean el cuento.

Un hada, testigo del nacimiento, aseguró que el niño, a pesar de la fealdad, sería muy simpático por su inteligencia y discreción, y le concedió la gracia de que pudiera trasmitir su ingenio a la persona que mejor le pareciese.
La soberana, afligida por haber echado al mundo un monigote semejante, se consoló mucho con estas predicciones. No tardó en verlas cumplidas.

El encuentro entre lo bueno y lo malo, lo hermoso y lo feo, está presente en muchos de estos relatos, tal como lo explica Ignacio Bauer: “(…) han llegado a constituir una especie de mitología infantil, y en los que se encarnan y simbolizan los vicios, las pasiones, las virtudes, las fuerzas naturales, la fatalidad y el destino”.

El triunfo del bien –concluye Bauer- forma parte del propósito educativo del escritor.

Ambos mundos se compenetran e influyen mutuamente: el superior rige y gobierna al inferior, y todo acaba del mejor modo posible, con el triunfo de la bondad, de la juventud y de la belleza (…) lográndose con ello el fin educativo de que la flor del optimismo florezca lozana en los corazones juveniles.

Hasta aquí respecto a Perrault.

En la próxima entrega transcribiremos una versión de Caperucita que cumple con los criterios de la corrección expresiva.

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