Prueba
de que la controversia en relación a los relatos para niños no es algo nuevo es
esta versión de Caperucita roja en
lenguaje políticamente correcto que James Finn Garner publicó –con evidente sarcasmo
y mordacidad- en 1994 (trad.
Gian Castelli Gair).
Érase una vez una persona de corta edad llamada
Caperucita Roja que vivía con su madre en la linde de un bosque. Un día, su
madre le pidió que llevara una cesta con fruta fresca y agua mineral a casa de
su abuela, pero no porque lo considerara una labor propia de mujeres, atención,
sino porque ello representaba un acto generoso que contribuía a afianzar la
sensación de comunidad. Además, su abuela no estaba enferma; antes bien, gozaba
de completa salud física y mental y era perfectamente capaz de cuidar de sí
misma como persona adulta y madura que era.
Así, Caperucita Roja cogió su cesta y emprendió el
camino a través del bosque. Muchas personas creían que el bosque era un lugar
siniestro y peligroso, por lo que jamás se aventuraban en él. Caperucita Roja,
por el contrario, poseía la suficiente confianza en su incipiente sexualidad
como para evitar verse intimidada por una imaginería tan obviamente freudiana.
De camino a casa de su abuela, Caperucita Roja fue
abordada por un lobo que le preguntó qué llevaba en la cesta.
-Un saludable tentempié para mi abuela, quien, sin
duda alguna, es perfectamente capaz de cuidar de sí misma como persona adulta y
madura que es -respondió.
-No sé si sabes, querida -dijo el lobo-, que es
peligroso para una niña pequeña recorrer sola estos bosques.
Respondió Caperucita:
-Encuentro esa observación sexista y en extremo
insultante, pero haré caso omiso de ella debido a tu tradicional condición de
proscrito social y a la perspectiva existencial -en tu caso propia y
globalmente válida- que la angustia que tal condición te produce te ha llevado
a desarrollar. Y, ahora, si me perdonas, debo continuar mi camino.
Caperucita Roja enfiló nuevamente el sendero. Pero el
lobo, liberado por su condición de segregado social de esa esclava dependencia
de pensamiento lineal tan propio de Occidente, conocía una ruta más rápida para
llegar a casa de la abuela. Tras irrumpir bruscamente en ella, devoró a la
anciana, adoptando con ello una línea de conducta completamente válida para
cualquier carnívoro. A continuación, inmune a las rígidas nociones
tradicionales de lo masculino y femenino, se puso el camisón de la abuela y se
acurrucó en el lecho.
Caperucita Roja entró en la cabaña y dijo:
-Abuela te he traído algunas chucherías bajas en
calorías y en sodio en reconocimiento a tu papel de sabia y generosa matriarca.
-Acércate más, criatura, para que pueda verte -dijo
suavemente el lobo desde el lecho.
-¡Oh! -repuso Caperucita-. Había olvidado que
visualmente eres tan limitada como un topo. Pero, abuela, ¡qué ojos tan grandes
tienes!
-Han visto mucho y han perdonado mucho, querida.
-Y, abuela, ¡qué nariz tan grande tienes!…, relativamente
hablando, claro está, y a su modo indudablemente atractiva.
-Ha olido mucho y ha perdonado mucho, querida.
-Y… ¡abuela, qué dientes tan grandes tienes!
Respondió el lobo:
-Soy feliz de ser quien soy y lo que soy -y, saltando
de la cama, aferró a Caperucita Roja con sus garras dispuesto a devorarla.
Caperucita gritó; no como resultado de la aparente
tendencia del lobo hacia el travestismo, sino la deliberada invasión que había
realizado de su espacio personal.
Sus gritos llegaron a oídos de un operario de la
industria maderera (o técnico en combustibles vegetales, como él mismo prefería
considerarse) que pasaba por allí. Al entrar en la cabaña, advirtió el revuelo
y trató de intervenir. Pero, apenas había alzado su hacha, cuando tanto el lobo
como Caperucita Roja se detuvieron simultáneamente.
-¿Puede saberse con exactitud qué cree usted que está
haciendo? -inquirió Caperucita.
El operario maderero parpadeó e intentó responder,
pero las palabras no acudían a sus labios.
-¡Se cree acaso que puede irrumpir aquí como un
neandertalense cualquiera y delegar su capacidad de reflexión en el arma que
lleva consigo! -prosiguió Caperucita-. ¡Sexista! ¡Racista! ¿Cómo se atreve a
dar por hecho que las mujeres y los lobos no son capaces de resolver sus
propias diferencias sin la ayuda de un hombre?
Al oír el apasionado discurso de Caperucita, la abuela
saltó de la panza del lobo, arrebató el hacha al operario maderero y le cortó
la cabeza. Concluida la odisea, Caperucita, la abuela y el lobo creyeron
experimentar cierta afinidad en sus objetivos, decidieron establecer una forma
alternativa de comunidad basada en la cooperación y el respeto mutuos, y
juntos, vivieron felices en los bosques para siempre.
Por otra parte, Paz Díez Taboada expresa su opinión
sobre lo anteriormente transcripto.
Con gracia y gran sentido del humor, Garner ha
ironizado sobre este estúpido afán de eliminar del mundo infantil no sólo
aquello que resulte nocivo o perverso para unas mentes aún no formadas, sino
cualquier aspecto tradicional, diferencial o personal que no responda a una
concepción de la sociedad como masa uniforme, aséptica y deshumanizada,
fácilmente manejable por el poder y sus esbirros. En Cuentos infantiles políticamente correctos, Garner reescribe
algunos de los más famosos cuentos tradicionales para adaptarlos a esa moderna
forma de hipocresía, oficialmente imperante y falsamente progresista llamada
“corrección política”. En sus versiones, Garner evita cualquier palabra,
expresión o referencia supuestamente “incorrecta”; y, como dice en el prólogo,
con evidente sarcasmo, “deseo disculparme de antemano y animar al lector a
presentar cualquier sugerencia encaminada a rectificar posibles muestras -ya
debidas a error u omisión- de actitudes inadvertidamente sexistas, racistas,
culturalistas, nacionalistas, regionalistas, intelectualistas,
socioeconomistas, etnocéntricas, falocéntricas, heteropatriarcales o
discriminatorias por cuestiones de edad, aspecto, capacidad, especie u otras no
mencionadas”.
Pero aquí no acaba la cosa.
Aun nos falta por tomar en cuenta la versión diferente
de Caperucita en voz de otro de sus
protagonistas.
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