viernes, 27 de septiembre de 2019

Una fiesta como pocas


A Truman Capote se le daba la sociabilidad por lo que mantenía estrecho contacto con celebridades de la política, la literatura, el arte, la cinematografía, etc. (por cierto que esta proximidad terminó en enemistad con muchos de ellos, pero eso lo veremos en otra ocasión). 
Muestra de ello es que hacia fines de 1966 invitó al “Baile de negro y blanco” (y spaghetti con estafado de pollo a la medianoche) a una amplia lista de amigos. Dicha fiesta, según comenta Guy Trebay, hizo historia en su tiempo.
La velada sobrevive en filmaciones y en los recuerdos de los invitados que 50 años después todavía viven. Fue una fiesta de una clase que es improbable que volvamos a ver, dado que permitió la confluencia entonces inusitada, aunque ahora más común, de esferas sociales dispares.
Esa noche allí coincidió –tal como rememora Trebay- un nutrido y dispar grupo de personajes.
Antes del “Baile de negro y blanco” nadie había imaginado, ni mucho menos estado, en una fiesta formal con una lista de invitados tan extravagantemente variada, que amparó bajo un mismo techo a la poeta Marianne Moore y a Frank Sinatra, a Gloria Vanderbilt y Lionel Trilling, Linda Bird Johnson y la Maharaní de Jaipur, la princesa italiana Luciana Pignatelli (que llevó un diamante de 60 quilates prestado por el joyero Harry Winston) y el cineasta documental Albert Maysles.
Cuando Capote convocó a sus amigos a una noche de baile (y spaghetti con estofado de pollo a la medianoche) era famoso hasta más no poder y le sobraba la plata debido a los ingresos de su exitosísimo libro de no ficción A sangre fría, aclamado por la crítica.
En el Gran Salón de Baile del Plaza Hotel, a partir de las 10 en punto de esa noche, aristócratas europeos se codeaban con novelistas y académicos; inscriptos de sangre azul en el Registro Social tomaban champagne Taittinger con habitués de Hollywood y Broadway; impasibles habitantes de clase media de Garden City, Kansas, que habían hospedado a Capote durante los años que él pasó haciendo la investigación para su obra maestra bailaban al compás de la orquesta de Peter Duchin junto con el fotógrafo y director de cine Gordon Parks, quien más tarde diría en broma que él –junto con Harry Belafonte y Ralph y Fanny Ellison- representaba “lo negro del Baile de negro y blanco”.
Según Guy Trebay, y a diferencia de lo que sucede habitualmente en estos eventos, en aquella oportunidad nadie declinó la invitación de Capote, todos los convocados (tal vez hasta algún colado) quisieron hacerse presente en tan histórica fiesta.
¿Y si das una fiesta y viene todo el mundo? Eso es precisamente lo que ocurrió la lluviosa noche del 28 de noviembre de 1966, cuando 540 de los más íntimos y más allegados a Truman Capote aparecieron en lo que el escritor insistió en llamar su “pequeño baile de máscaras para Kay Graham y todos mis amigos”.
Por aquel entonces se agitaba Estados Unidos con movimientos sociales de gran envergadura. ¿Qué tanto aquellas personalidades estaban al tanto o –como suele suceder entre la élite- ni siquiera tenían idea de lo que se estaba gestando? 
Si entre los reunidos en aquella fiesta histórica prevaleció esto último, por lo menos no fue así para Harry Belafonte.

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