lunes, 30 de septiembre de 2019

La soledad del árbitro


De que existen profesiones y oficios de elevada complejidad, no hay duda. Se entiende que alguien se dedique a ellos por necesidad pero resulta inimaginable que la vocación tenga algo que ver.
Esto lo pensaba hasta hace unos días en que leí una entrevista a un reconocido árbitro de fútbol quien comentaba que desde niño, cuando iba a los estadios con su padre, anhelaba convertirse en juez; con el paso del tiempo su sueño se hizo realidad, confirmando con ello que el mercado de las predilecciones individuales da para todo.
Muchos personajes del mundo de las letras no son ajenos a la afición futbolística y entre ellos encontramos a Eduardo Galeano quien alude al tópico que nos ocupa.
El árbitro es arbitrario por definición. Este es el abominable tirano que ejerce su dictadura sin oposición posible y el ampuloso verdugo que ejecuta su poder absoluto con gestos de ópera. Silbato en boca, el árbitro sopla los vientos de la fatalidad del destino y otorga o anula los goles. Tarjeta en mano, alza los colores de la condenación: el amarillo, que castiga al pecador y lo obliga al arrepentimiento, y el rojo, que lo arroja al exilio.
Los jueces de línea, que ayudan pero no mandan, miran de afuera. Sólo el árbitro entra al campo de juego; y con toda razón se persigna al entrar, no bien se asoma ante la multitud que ruge. Su trabajo consiste en hacerse odiar. Única unanimidad del fútbol: todos lo odian. Lo silban siempre, jamás lo aplauden.
Lo anterior apenas da la pauta de la complejidad de una función que implica mucho más; continúa Galeano 
Nadie corre más que él. Él es el único que está obligado a correr todo el tiempo. Todo el tiempo galopa, deslomándose como un caballo, este intruso que jadea sin descanso entre los veintidós jugadores: y en recompensa de tanto sacrificio, la multitud aúlla exigiendo su cabeza. Desde el principio hasta el fin de cada partido, sudando a mares, el árbitro está obligado a perseguir la blanca pelota que va y viene entre los pies ajenos. Es evidente que le encantaría jugar con ella, pero jamás esa gracia le ha sido otorgada. Cuando la pelota, por accidente, le golpea el cuerpo, todo el público recuerda a su madre. Y sin embargo, con tal de estar ahí, en el sagrado espacio verde donde la pelota rueda y vuela, él aguanta insultos, abucheos, pedradas y maldiciones.
Hay algo en que –como afirma el dicho popular- existe unanimidad: todo árbitro está vendido hasta que se demuestre lo contrario; Eduardo Galeano también se refiere a ello.
A veces, raras veces, alguna decisión del árbitro coincide con la voluntad del hincha, pero ni así consigue probar su inocencia. Los derrotados pierden por él y los victoriosos ganan a pesar de él. Coartada de todos los errores, explicación de todas las desgracias
En su salida de la cancha -así como del estadio- es acompañado por una custodia más numerosa que la del presidente, con el fin de evitar que sea golpeado por  fanáticos que le echan montón a quien en ese momento se constituye en minoría de las minorías. Dentro del ámbito profesional no es frecuente que un jugador lo agreda dado que las penas son muy severas y podrían llegar a interrumpir su carrera deportiva. En el llano hay otras historias, trágicas algunas de ellas como la referida por una nota de prensa de noviembre de 2016.
Alrededor de las 10:45 h del domingo, en la cancha “Satélite” de la colonia Jardines del Sur, en el municipio de Santiago Tulantepec, el árbitro Víctor Trejo murió luego de recibir un golpe con la cabeza de un jugador de futbol.
El árbitro expulsó al jugador de iniciales R. R. V. del equipo “Canarios”. Entonces, el futbolista propinó un cabezazo al árbitro, quien de inmediato cayó inconsciente.
Al lugar acudió la unidad 227 de Cruz Roja y se valoró al árbitro, refiriendo que ya no presentaba signos vitales, lo que provocó que el implicado se diera a la fuga. Derivado de los hechos, la Procuraduría General de Justicia del Estado de Hidalgo (PGJEH) inició la carpeta de investigación número único 18-2016-02147 contra quien resulte responsable de la muerte del árbitro.
Como afirma Galeano: “Durante más de un siglo, el árbitro vistió de luto. ¿Por quién? Por él. Ahora disimula con colores.”
En tiempos recientes la FIFA ha venido experimentado con el objetivo de que la tecnología auxilie a los árbitros para ayuda a reducir el margen de error. Esta innovación, que cuenta con defensores así como también detractores, no está exenta de polémica tal como lo informa una nota de prensa de hace unos días. 
La Asociación del Fútbol Argentino (AFA) le sigue reclamando a la Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol) que revele los audios del videoarbitraje (VAR) producidos durante el partido contra Brasil por la semifinal de la Copa América 2019, donde el equipo de Messi perdió por 2 a 0 y quedó eliminado del certamen continental.
Así las cosas, todo parece indicar que, como concluye Eduardo Galeano, si el árbitro no existiera los hinchas tendrían que inventarlo porque “cuanto más lo odian, más lo necesitan”.

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