martes, 1 de octubre de 2019

Los libros como caja de seguridad


En un mundo tan materialista como el que habitamos, constituye un lugar común afirmar que los buenos lectores no obtienen ningún beneficio económico que justifique su dedicación sino que, por el contrario, el poco capital con el que cuentan suelen gastarlo en comprar libros. Y así uno va dando por buena esta argumentación hasta que… encuentra la siguiente historia narrada por José Luis Melero.
Daroca [ciudad y municipio de la provincia de Zaragoza] piensa acondicionar el palacio de los Luna, uno de los más hermosos palacios civiles del mudéjar aragonés, y convertirlo en un museo dedicado a Ildefonso Manuel Gil. En ese museo se custodiará además la biblioteca del poeta, que su familia va a ceder generosamente a Daroca. Entre los libros que viajarán a la hermosa ciudad aragonesa, hay uno que guarda una sorpresa muy especial. Ildefonso me contó que en cierta ocasión al volver de dar una conferencia, decidió guardar el dinero que le habían pagado por ella en uno de los libros de su biblioteca. Pensó que era una buena idea esconderlo entre sus páginas y así poder disponer de él libremente cuando quisiera sin tener que dar cuentas a nadie. Pasó el tiempo y se olvidó de aquel dinero. Cuando un buen día recordó que lo había guardado en uno de sus libros ya fue incapaz de reconocer cuál de ellos albergaba aquellos billetes. Una tarde repasamos entre los dos no pocos de esos libros sin éxito alguno. Así que tal vez hoy, entre las páginas de uno de los libros de la biblioteca de Ildefonso que va a viajar a Daroca, todavía dormiten escondidos unos viejos billetes de diez mil pesetas que harían feliz al fetichista más exigente. Eso le pasó al bueno de Ildefonso por no saber cómo esconder el dinero dentro de los libros. 
Si usted cree que se encuentra ante un caso único, Jesús Marchamalo le ofrece la oportunidad de enmendar su error. 
Y hace poco me contaron que cuando la biblioteca de Julio Cortázar (unos cuatro mil libros) llegó a la Fundación Juan March, de Madrid, donde se conserva, apareció en alguno, oculto en la solapa de las guardas, uno o dos billetes olvidados allí por el autor de Rayuela.
Por tanto son muchos quienes guardan su dinero en los libros y, como lo demuestra Marchamalo aportando un par de ejemplos, los escritores no son excepción. “Lo hacía nuestro amigo Lampedusa, quien bromeaba afirmando que sus libros eran su mayor tesoro.” Por su parte “Sergio Pitol me confesó que durante muchos años, cuando ejerció como diplomático en algunos países del Este, utilizó su biblioteca como caja fuerte, sobre todo las obras de Molière.” Difícil que los amigos de lo ajeno adivinen las pistas que los podrían conducir a buen término en la búsqueda del tesoro y que en este caso deberían orientarlos hacia “El avaro”.  

Por su parte Juan Villoro comenta que su padre “guardaba billetes en un ejemplar de Das Kapital (en la cuarta de forros anotaba sumas y restas)” y es de suponer que los potenciales ladrones descartarían tamaña inconsecuencia en un intelectual con inclinaciones marxistas.
Este tema ha ocupado a diversos escritores y cada quien tiene sus preferencias. Juan José Millás recomienda guardar el dinero en una enciclopedia y para que esté más seguro en la letra “S” de Suiza (seguramente por aquello de la confidencialidad de cuentas), mientras que Melero prefiere ir sobre seguro
Yo cuando quiero esconder unos billetes los cobijo entre las páginas de Dinero, la gran novela de Martin Amis, y así me acuerdo siempre de dónde los tengo. Todo con tal de no olvidar en qué libro hemos escondido nuestro dinerillo (…)
Esta última aseveración no deja de ser tan solo la expresión de un buen deseo al que suele ganarle el olvido porque -como dice Jesús Marchamalo- el problema de guardar dinero en los libros reside en “que se corre el riesgo de perderlo irremisiblemente”. Y ni se diga en el caso de que quien perpetre el robo sea nada menos que un graduado en Letras, alguien con la capacidad suficiente para saber hacia donde dirigir la búsqueda.
Avisados.

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