lunes, 11 de noviembre de 2019

No sabíamos nada


Afirma Manuel Rivas que el oficio más antiguo del mundo es el de mirar para otro lado y se aplica cuando llegan los efectos negativos de acciones en las que el beneficio propio se logra a expensas del sufrimiento de otros. A la hora de los señalamientos de responsabilidades,  el argumento -a manera de autodefensa- es más que previsible: los culpables siempre son los otros. Lo que ciertos autores han identificado como la tentación de la inocencia. 
Pero este mirar para otro lado también viene en diferente presentación, cuando desviamos la mirada y con ello nos excusamos por no reaccionar ante  sufrimientos ajenos. 
Sí, está claro que uno no puede responder por todo los que sucede en el mundo y que en muchos momentos no podemos hacer casi nada, pero…
Vivimos instalados en la comodidad y el deseo de no saber. Es curioso que en la sociedad de la información, el alegato reiterado es que “no sabíamos nada” respecto a desgarradoras situaciones de actualidad. 
Hace algún tiempo José Jiménez Lozano se refería a todo esto partiendo de la pesadilla vivida por una familia.
En un pueblo de Jaén, la gente asiste impasible o incluso satisfecha al incendio de una casa donde se está quemando una familia de gitanos.
Para Jiménez Lozano se trata de un indicador de lo que sucede en nuestras sociedades.
Es una muestra horrenda del abismo antiético en que nos estamos despeñando de nuevo: un poco más, quiero decir. 
De allí pasa a conjeturas de mayor dimensión pero similar origen.
Si, mañana mismo, comenzasen a funcionar unos hornos crematorios, lo probable es que, con algún sentido estético mayor que de las gentes de ese pueblo y dado nuestro mayor refinamiento, todos nosotros miraríamos hacia otra parte y no querríamos saber. 
Esto nos permitiría alegar con el viejo argumento de que “no sabíamos nada” o “¿qué podíamos hacer?”
Y además, para tranquilizar nuestras conciencias podríamos, por un lado, revestir al acontecimiento de un carácter meramente anecdótico, que de tan pequeño se vuelve inexistente.
De momento nos tranquilizaríamos, afirmando: es un hecho aislado. 
La otra opción apaciguadora consiste en atribuir supuestas responsabilidades a las propias víctimas por medio de una vieja y conocida sentencia: “algo habrán hecho”.
O, analizando “fríamente” las cosas, comprobaciones que, con su modo de ser y su comportamiento, las víctimas también tenían su culpa.
Concluye José Jiménez Lozano: “Ni rastro del sentimiento bíblico y cristiano de que las víctimas no son culpables.”

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