Afirma
Manuel Rivas que el oficio más antiguo del mundo es el de mirar para otro lado
y se aplica cuando llegan los efectos negativos de acciones en las que el
beneficio propio se logra a expensas del sufrimiento de otros. A la hora de los
señalamientos de responsabilidades, el
argumento -a manera de autodefensa- es más que previsible: los culpables siempre
son los otros. Lo que ciertos autores han identificado como la tentación de la
inocencia.
Pero
este mirar para otro lado también viene en diferente presentación, cuando
desviamos la mirada y con ello nos excusamos por no reaccionar ante sufrimientos ajenos.
Sí,
está claro que uno no puede responder por todo los que sucede en el mundo y que
en muchos momentos no podemos hacer casi nada, pero…
Vivimos
instalados en la comodidad y el deseo de no saber. Es curioso que en la
sociedad de la información, el alegato reiterado es que “no sabíamos nada”
respecto a desgarradoras situaciones de actualidad.
Hace
algún tiempo José Jiménez Lozano se refería a todo esto partiendo de la
pesadilla vivida por una familia.
En un
pueblo de Jaén, la gente asiste impasible o incluso satisfecha al incendio de
una casa donde se está quemando una familia de gitanos.
Para Jiménez
Lozano se trata de un indicador de lo que sucede en nuestras sociedades.
Es una
muestra horrenda del abismo antiético en que nos estamos despeñando de nuevo:
un poco más, quiero decir.
De
allí pasa a conjeturas de mayor dimensión pero similar origen.
Si, mañana
mismo, comenzasen a funcionar unos hornos crematorios, lo probable es que, con
algún sentido estético mayor que de las gentes de ese pueblo y dado nuestro
mayor refinamiento, todos nosotros miraríamos hacia otra parte y no querríamos
saber.
Esto
nos permitiría alegar con el viejo argumento de que “no sabíamos nada” o “¿qué
podíamos hacer?”
Y
además, para tranquilizar nuestras conciencias podríamos, por un lado, revestir
al acontecimiento de un carácter meramente anecdótico, que de tan pequeño se
vuelve inexistente.
De
momento nos tranquilizaríamos, afirmando: es un hecho aislado.
La
otra opción apaciguadora consiste en atribuir supuestas responsabilidades a las
propias víctimas por medio de una vieja y conocida sentencia: “algo habrán
hecho”.
O,
analizando “fríamente” las cosas, comprobaciones que, con su modo de ser y su
comportamiento, las víctimas también tenían su culpa.
Concluye
José Jiménez Lozano: “Ni rastro del sentimiento bíblico y cristiano de que las
víctimas no son culpables.”
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