Sin mayor conocimiento del tema es
posible suponer que la puesta escena de una obra teatral puede ir desde una
versión totalmente apegada al texto original, hasta una adaptación libre que –aun
usando el guion como punto de partida- se permitió innovar a fondo, apartándose
en mucho de la obra inicial.
Habrá quienes gusten más de las puestas
ortodoxas y clásicas así como también los que prefieran la experimentación e
innovación. Se podría suponer que en su mayoría los jóvenes se deciden por la
segunda opción, mientras que las personas mayores lo hacen por la primera
(claro está que con sus muchas excepciones).
Javier Marías reconoce que desearía que
se le informara cuando se trata de una versión libre con el fin –es posible
sospecharlo- de no llevarse sorpresas desagradables.
Es
lícito “recrear” o “reinterpretar” a los clásicos, pero prefiero que se me
advierta que voy a contemplar algo “inspirado” en ellos, y no Fuenteovejuna de Lope o Enrique V de Shakespeare. Hablo por mí
–hay que insistir, cielo santo–, como espectador resabiado e ingenuo.
Y hablando de sorpresas desagradables
veamos lo que sucedió a Álvaro Cunqueiro, quien inicia el relato de su vivencia
con una breve introducción en relación a la obra que presenció.
Unos grupos de teatro, que ellos mismos
dicen de lo que hacen “teatro experimental”, han representado, o experimentado,
en una ciudad gallega, unas cuantas piezas teatrales. Y una de ellas, la Soldadesca de Torres Naharro. Uno tiene
su memoria retórica, y de una lectura en días juveniles y universitarios le
quedaron de la Soldadesca -acaso la mejor
comedia del cristiano nuevo extremeño-, unos cuantos versos (…)
Pues, viendo anunciada la Soldadesca acudí a verla, es decir a ver
representar la comedia de Torres Naharro y escuchar, dichos con la solemnidad,
la agudeza, la versatilidad, el donaire que es menester, los versos de nuestro
comediógrafo.
Sin embargo lo que Cunqueiro vio en
escena estuvo lejos, muy lejos, de sus expectativas.
Pero, por mor del experimento, del
teatro experimental, la comedia consistió en ir y venir, brincar y gritar, y en
vano esperé, en la barahúnda escénica, escuchar los párrafos que yo recordaba
de la lectura de la Soldadesca. El
texto literario se había transformado en un pretexto para la gimnasia corporal
y bucal. Un texto, por otra parte, bastante sutil, e incluso político, y que
merecía la pena ser escuchado.
Su enojo fue de tal magnitud que no dudó
en dar un salto de consideración y a renglón seguido lanzarse contra el teatro
experimental en general.
Pero, los experimentadores teatrales no
van por ahí. Ahora, lo que priva en estos grupos es el teatro como jolgorio,
que a esto llaman búsqueda. A una ciudad, como tantas provinciales de España,
que solamente ven teatro por fiestas y ferias, les traen estos experimentos
para que no terminen de enterarse de que existe eso, tan alta cosa, que se
llama el teatro. La idea que tienen estos grupos experimentales, de que cada
uno de ellos ha de traer una “novedad”, es nefasta cosa. Que una es servir la
pieza, buscándole las cosquillas, los recónditos decires, el significado
profundo, mostrando abierto su abanico, y otra el tomarla como pretexto para
divagaciones de saltimbanqui. El teatro, para esos grupos, ha dejado de ser un
género literario, literatura.
Don Álvaro concluye su crítica con
palabras aciagas: “Y yo salgo de la representación preguntándome para qué
necesitan un texto. Estoy firmemente convencido de que con tanto apetito de
búsqueda, en el teatro, en la novela, en la pintura y escultura, estamos
creando un laberinto del que no va a ser posible salir. Ni con el hilo de Ariadna.”
En su momento veremos la otra cara, la
opinión contraria, de esta polémica.
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