lunes, 2 de diciembre de 2019

Crítica al teatro experimental


Sin mayor conocimiento del tema es posible suponer que la puesta escena de una obra teatral puede ir desde una versión totalmente apegada al texto original, hasta una adaptación libre que –aun usando el guion como punto de partida- se permitió innovar a fondo, apartándose en mucho de la obra inicial.

Habrá quienes gusten más de las puestas ortodoxas y clásicas así como también los que prefieran la experimentación e innovación. Se podría suponer que en su mayoría los jóvenes se deciden por la segunda opción, mientras que las personas mayores lo hacen por la primera (claro está que con sus muchas excepciones).

Javier Marías reconoce que desearía que se le informara cuando se trata de una versión libre con el fin –es posible sospecharlo- de no llevarse sorpresas desagradables.

Es lícito “recrear” o “reinterpretar” a los clásicos, pero prefiero que se me advierta que voy a contemplar algo “inspirado” en ellos, y no Fuenteovejuna de Lope o Enrique V de Shakespeare. Hablo por mí –hay que insistir, cielo santo–, como espectador resabiado e ingenuo.

Y hablando de sorpresas desagradables veamos lo que sucedió a Álvaro Cunqueiro, quien inicia el relato de su vivencia con una breve introducción en relación a la obra que presenció.

Unos grupos de teatro, que ellos mismos dicen de lo que hacen “teatro experimental”, han representado, o experimentado, en una ciudad gallega, unas cuantas piezas teatrales. Y una de ellas, la Soldadesca de Torres Naharro. Uno tiene su memoria retórica, y de una lectura en días juveniles y universitarios le quedaron de la Soldadesca -acaso la mejor comedia del cristiano nuevo extremeño-, unos cuantos versos (…)
Pues, viendo anunciada la Soldadesca acudí a verla, es decir a ver representar la comedia de Torres Naharro y escuchar, dichos con la solemnidad, la agudeza, la versatilidad, el donaire que es menester, los versos de nuestro comediógrafo.

Sin embargo lo que Cunqueiro vio en escena estuvo lejos, muy lejos, de sus expectativas.  

Pero, por mor del experimento, del teatro experimental, la comedia consistió en ir y venir, brincar y gritar, y en vano esperé, en la barahúnda escénica, escuchar los párrafos que yo recordaba de la lectura de la Soldadesca. El texto literario se había transformado en un pretexto para la gimnasia corporal y bucal. Un texto, por otra parte, bastante sutil, e incluso político, y que merecía la pena ser escuchado.

Su enojo fue de tal magnitud que no dudó en dar un salto de consideración y a renglón seguido lanzarse contra el teatro experimental en general.

Pero, los experimentadores teatrales no van por ahí. Ahora, lo que priva en estos grupos es el teatro como jolgorio, que a esto llaman búsqueda. A una ciudad, como tantas provinciales de España, que solamente ven teatro por fiestas y ferias, les traen estos experimentos para que no terminen de enterarse de que existe eso, tan alta cosa, que se llama el teatro. La idea que tienen estos grupos experimentales, de que cada uno de ellos ha de traer una “novedad”, es nefasta cosa. Que una es servir la pieza, buscándole las cosquillas, los recónditos decires, el significado profundo, mostrando abierto su abanico, y otra el tomarla como pretexto para divagaciones de saltimbanqui. El teatro, para esos grupos, ha dejado de ser un género literario, literatura.

Don Álvaro concluye su crítica con palabras aciagas: “Y yo salgo de la representación preguntándome para qué necesitan un texto. Estoy firmemente convencido de que con tanto apetito de búsqueda, en el teatro, en la novela, en la pintura y escultura, estamos creando un laberinto del que no va a ser posible salir. Ni con el hilo de Ariadna.”

En su momento veremos la otra cara, la opinión contraria, de esta polémica.

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