En
este mismo espacio ayer presentamos varias consideraciones a las que unía
cierto tono de escepticismo en relación al sentido de la vida. Ahora andaremos
otros caminos al traer a colación la opinión de diferentes autores que
encuentran o construyen sentido a su existencia.
Cabe
precisar que en este terreno preferimos hablar en plural: sentidos de vida que
van cambiando en el transcurso del tiempo personal y del social, por lo que el
sentido de ayer puede que sea el sinsentido de hoy. En ocasiones la búsqueda se
orienta hacia dentro de uno mismo pero con mucha frecuencia la atención está
puesta en el afuera; tal vez por ello Juan Gil-Albert afirma que “hay que vivir ilusionados, pero sin hacerse ilusiones.”
Antes de ceder la palabra a los autores convocados, compartiré
una experiencia personal. Hace unos meses vi el documental “Monrovia,
Indiana” (Frederick Wiseman, Estados Unidos, 2018). La película da cuenta de la
forma de vida en esa pequeña localidad de los Estados Unidos y subraya la simplicidad
que conlleva: nacer, casarse, tener hijos, trabajar en el campo, participar en las
fiestas populares, comer –a veces bárbaramente-, asistir a eventos de gran
convocatoria como la exposición de autos antiguos o la feria de colchones, sociabilizar
en la cantina, concurrir al remate de vehículos industriales para la faena del
campo, tomar parte en ceremonias religiosas en diversas iglesias cristianas,
participar en la logia masónica, todo ello en un ambiente de marcado nacionalismo…
Los habitantes de Monrovia no viajan (ni falta parece que les hace), no comentan
noticias (ni nacionales ni internacionales). La memoria y la tradición son
reverenciadas y un ejemplo de ello es la rememoración ante estudiantes de bachillerato
de la hazaña del equipo de básquet de la localidad, logro alcanzado hace ya
varias décadas… La vida transcurre en casas grandes y camionetas gigantescas. Finalmente
el documental muestra las honras fúnebres llevadas a cabo en el cementerio de
la localidad para despedir a un insigne ciudadano.
Concluida
la película me quedé pensando en la falta de sentido de una vida que transcurre
de esa manera, en lo aburrido de esa forma de existencia, en la falta de
actividades y horizontes culturales de la ciudad, etc.
Pero poco
después se me ocurrió que seguramente lo mismo opinarían ellos de mi forma de
vida, a la que no le encontrarían ningún chiste. La tentación de siempre: ver
el mundo situándonos en el centro, considerando que nuestra forma de vivir
indudablemente es mucho mejor que la del otro.
En
realidad cada quien (por supuesto que influido por su identidad familiar y
comunitaria) es dueño de encontrar sentidos donde otros jamás los hallarían. En
relación a ello, Juan José Millás dice que “(…) el sentido se encuentra allí donde no se busca. El sentido siempre está en
la periferia.”
Pero vayamos
a las opiniones que habíamos anunciado. Para Andrés Trapiello, retomando a
Azorín, el sentido de la vida va tras el instinto.
Al
empezar el año, uno (…) cree que puede ordenar algo su vida, y programar las
etapas del camino. Más tarde se olvida de ellas, porque olvida el camino de una
vida que a menudo no lo tiene. Y si somos vidas sin argumento, la vida, que no
tiene un camino trazado, se entrega, sí, como decía Azorín, a su instinto, el
único que podrá sacarla del laberinto (…)
Sin embargo, de acuerdo con Simon Leys, “(…) nuestro
instinto exige con pasión que las cosas tengan un sentido (…). Una vez pasado,
necesitamos dar un sentido a todo cuanto nos sucede de inesperado.” Y concluye
recordando la sentencia ya clásica de Nietzsche a este respecto: “podemos
soportar el cómo de lo que sea con
tal de que sepamos el porqué.
Para Michel Tournier el sentido de la vida va por el
lado de la curiosidad, el conocimiento, la admiración, el arte.
Curiosidad,
es decir, apetito de descubrir, de ver, de saber. Y también admiración.
No hay
nada como la admiración. Exultar porque te sientes abrumado por la gracia de un
músico, la elegancia de un animal, la grandeza de un paisaje, incluso el horror
grandioso de un infierno, son cosas que dan sentido a la vida. (…) Nuestros
límites, nuestras insuficiencias, nuestras pequeñeces tienen su cura en la
irrupción de lo sublime ante nuestros ojos. Como dijo Ingmar Bergman, la música
de Juan Sebastián Bach nos consuela de nuestra impiedad.
A los
escritores -no nos detendremos en ello dado que ya hemos dedicado un artículo
al tema- también se les pregunta a menudo acerca del sentido de su escritura,
que en muchos casos es lo mismo que interrogarlos por el de sus vidas. Hay
respuestas, como la que cita Alejandro Zambra, que constituyen una pieza
literaria. “Escribo por si acaso, respondía José Santos González Vera cuando le
hacían la clásica pregunta sobre el sentido de escribir.”
Hay
quienes enfrentan la fragilidad de la vida con una buena dosis de humor y este
sería el caso –según comenta Roberto Alifano- de Jorge Luis Borges.
El sentido del humor bien puede ser la clave para
comprender la vida o para sobrellevarla. En el caso de Borges era también una
forma de escepticismo; consciente de la fragilidad de nuestra existencia, se
tomaba en broma y tomaba en broma muchas de las cuestiones a las que otros
suelen otorgar una trascendencia inmerecida.
Mientras que para Susan Sontag el valor de la vida
reside en el compromiso social que se pone de manifiesto en la atención hacia
los otros.
No creo que haya ningún
valor inherente en el cultivo del yo. Y no creo que haya cultura (usando el
término de manera normativa) sin un estándar de altruismo, de cuidado por los
otros. Sí creo que hay un valor inherente en ampliar nuestro sentido de lo que
puede ser una vida humana.
Por su parte Miguel García-Baró pone énfasis en el
lugar que ocupa la fe para dar trascendencia al trabajo cotidiano, “(…) lo que
yo creo que es fundamentalmente el concepto de fe: un algo más que yo no puedo
cumplir pero sin lo cuál no tiene sentido la parte de cumplimiento que yo estoy
dando a mis tareas evidentes”.
Al mismo tiempo, y por paradójico que parezca, muchos
son quienes buscan el sentido de la vida en el sentido de la muerte. Es el caso
de Antoine
de Saint-Exupéry (citado por Arturo Garcé) “(…) porque lo que da un sentido a
la vida da un sentido a la muerte”. Raffaele
Mantegazza profundiza en ello al afirmar que en la educación –contrariamente a
lo que sucede habitualmente- debe estar presente la muerte porque ello conduce
a amar la vida y darle sentido.
Lo que nosotros podemos jugar con la muerte es el
juego del sentido. En esta época preñada de muertes insensatas, podemos
desafiar la muerte al devolver el sentido de nuestra vida, al exhibir su
sentido, el sentido del morir. Para ello se requieren proyectos educativos muy
fuertes, suficientemente arraigados y lo bastante trágicos como para erigirse
en auténticos desafíos a la muerte, que sólo pueden serlo si se cubren con la
dimensión del sentido. (…)
Es necesario mostrar que el verdadero desafío al que
hay que invitar a la muerte no es el juego de vivir y morir –que ha inventado
ella y es, por lo tanto, su terreno- sino los innumerables juegos que la
humanidad ha creado precisamente al borde del límite: el arte, la poesía y el
amor.
Desafiar a la muerte no puede significar, por ejemplo,
intentar no morir o morir de modo arriesgado, según la moda rock o de forma
enrollada. Puede significar, en cambio, colmar de sentido las migajas de vida
que, por un instante, hemos sustraído a la muerte. Y para hacerlo hay que
llenar de muerte la educación, hacer sentir su escalofrío en las escuelas y en
los servicios educativos, para que éstos puedan convertirse en espacios de
elaboración de un posible desafío. No a la muerte, naturalmente, sino al morir
solos o abandonados, al morir a los 15 años contra un poste eléctrico,
maldiciendo o bendiciendo un airbag que no ha querido abrirse.
A lo
anterior, Gabriel Rolón añade el factor tiempo. “La vida de un hombre tiene
sentido porque el tiempo no es eterno. Por eso me maravillan los relojes de
arena, porque con cada grano que cae, me recuerda que nada es para siempre y
que un día ni siquiera yo seré.”
Tal
vez recorriendo la misma línea que sigue Philip Roth –citado por Rodrigo
Fresán- en cuanto a que “(…) la vida es ese breve período en el que estás vivo”,
Claudio Naranjo concluye en que “el sentido de la vida es estar vivo”.
Para
finalizar de momento con este tema del sentido de la vida, hacemos nuestras las
palabras de José Jiménez Lozano cuando afirma que “nunca le pagaremos a Aliosha
por el consejo: Amar la vida más que su
sentido.”
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