Hay escritores con
los que nomás no se puede, no hay ni para dónde hacerse por lo que es
recomendable mantenerse a prudencial distancia de ellos. Es posible que en
muchos casos no sea su culpa sino de la escasa formación del lector.
Existen distintos
tipos de escritores entre los que encontramos a aquellos que nadie lee (tal vez
ni ellos mismos). Otros orientan su obra a la elite intelectual que les puede
seguir la letra. Están quienes apuntan al lector de poca o escasa preparación.
Pero también hallamos
escritores que se dirigen a todo el público lector mediante una sencillez de
lenguaje que no es nada fácil de adquirir, tal como lo reconoce Pierre Lemaitre.
Es muy difícil escribir sencillo. Es lo más difícil
que hay. Escribir de forma barroca es muy fácil. La gente piensa que como es
fácil de leer, es fácil de escribir. (…) Una página y media de Nos vemos allá arriba me llevó una
semana de trabajo. El lector la lee en 45 segundos. Pero si lo hace en 45
segundos es porque está bien escrita.
Es importante
precisar que la sencillez de escritura no necesariamente conduce a la
trivialidad y de ello Tolstói sabía mucho: “Cuanto más verdaderamente sabio es
un hombre, más sencillo es el lenguaje en el que expresa su pensamiento.”
Así pues hay quienes
en forma accesible escriben sobre temas profundos, lo que –de acuerdo con José
Jiménez Lozano- implica mucho trabajo.
(…) la sed no se
apaga sino con agua de manantial, y así es la sed de lo que es una narración o
un poema que se busca. Lo que pasa es que, para hallar esa agua, hay que cavar
un pozo inmenso y que se nos conceda encontrar una veta pura. Porque siempre la
claridad –luz o agua- es un don. No se sabe de dónde viene, sólo se sabe que
hay que cavar mucho, esperar mucho, y que quizás no se nos dé.
Tal vez por ello
en muchas obras de estos escritores no leemos
el libro sino que lo vivimos, como Stefan
Zweig afirma que le sucedió con Job
de Joseph Roth.
Y en estas
cuestiones de libros vividos, cada quien tiene su lista.
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