En
librerías de viejo siempre se encuentran cosas interesantes y no fue la excepción
el hallazgo reciente de unos ejemplares de Crisol.
Revista de crítica, correspondientes al año 1930.
En algunos
números escribe Octavio Ireneo Paz Solórzano (padre del Premio Nobel de
Literatura Octavio Paz Lozano, e hijo del periodista Ireneo Paz) quien se
refiere al latifundismo en diversas regiones del norte del país durante el
porfiriato. En el artículo incluido en el No. 23 (noviembre de 1930), se enfoca
al caso de Chihuahua y Nuevo León. Y claro está que al referirse a Chihuahua no
puede dejar de aludir al general Luis Terrazas y a su yerno Enrique C. Creel,
personajes muy conocidos en la región.
Chihuahua,
era el tipo clásico de un señorío feudal; el gran latifundista general don Luis
Terrazas, era dueño casi de todo el Estado éste es el más grande de toda la
República; -era un verdadero señor de horca y cuchillo,- tenía un poder
omnímodo, reuniendo en su persona, además del grado militar, el de gobernador
de esta Entidad, desde el año de 1860 hasta 1904, con ligeras intermitencias,
como durante el Imperio de Maximiliano; volvió a tomar las riendas del poder
hasta 1882, en que entró Ahumada, y más tarde de nuevo ocupó la gubernatura
hasta 1904, que se la dejó a su yerno don Enrique C. Creel, pues aquí, como en
Sonora Torres, Izábal y Corral se pasaban el poder, Terrazas y Creel
consideraban el Estado como algo muy suyo. (…)
Estos dos
hombres que tuvieron en sus manos el poder a perpetuidad, abusaron grandemente
de él, acaparando la mayor parte de las tierras y no sólo, sino llegaron a ser
propietarios de casas, palacios y edificios de los más lujosos de Chihuahua.
Don
Porfirio Díaz al levantarse contra Juárez, le echó en cara en el Plan de la
Noria, su protección a los caciques y entre éstos cita como uno de los
principales a Terrazas, y posteriormente en lugar de destruir su cacicazgo, lo
protegió cuanto pudo, y no sólo a él, sino a toda su familia, haciendo que
acrecentaran sus tierras enormemente, hasta llegar como lo hemos dicho, a ser
dueños de casi todo el Estado.
A continuación,
Octavio Paz (así firmaba sus artículos) hace mención a un par de conocidas
anécdotas del general Terrazas, que bien pudieran formar parte de las leyendas
del poder.
Terrazas
era tan rico en tierras y fincas urbanas, como en ganado; se decía que era el
segundo ganadero del mundo. Referían de él dos anécdotas que pintan a las mil
maravillas lo que era este señor feudal.
En cierta
ocasión llegó un ganadero de Arizona a comprar ganado y desde luego le
indicaron que el que se lo podía vender era don Luis Terrazas, se dirigió a él
y le preguntó si podía venderle unas cincuenta mil cabezas de ganado mayor,
contestándole Terrazas sonriendo, que de qué color las quería.
El
siguiente sucedido que cita es aún más conocido.
Otra vez:
viajaba otro hombre de negocios por el Estado de Chihuahua, en viaje de
inspección para emprender algún negocio, por lo que desde Ciudad Juárez se hizo
acompañar de un guía y al atravesar por las extensas propiedades de Terrazas se
le ocurrió preguntar a quién pertenecían.
-Al señor
Terrazas –le respondió el guía.
-¿Y aquel
ganado tan numeroso que se ve allá a lo lejos pastando?
-Al señor
Terrazas.
Continuó
el tren caminando por algunas horas y en determinado lugar se distinguía una
finca muy grande con extensos sembradíos y una presa enorme. El viajero como
buen observador preguntó nuevamente.
-Esa debe
ser una hacienda. ¿De quién es?
-Del
señor Terrazas.
Ya en la
ciudad de Chihuahua, paseaban por las calles y al ver un soberbio palacio,
volvió el norteamericano a inquirir.
-¿De
quién es ese palacio?
-Del
señor Terrazas.
-¿Y este
hotel?
-Del
señor Terrazas.
Ante
contestación tan insistente, nuestro hombre todo asombrado preguntó:
-Dígame,
¿el señor Terrazas es de Chihuahua?
-No, le
contestó el interpelado con cara compungida: Chihuahua es del señor Terrazas.
De
esta manera lo que uno escuchó en calidad de caricatura del poder de los
caudillos norteños, pareciera tener visos de realidad.
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