Ya
hemos visto que los instructivos para ser buen escritor suelen tener escasos o
nulos resultados. Ahora nos vamos a referir a otra cosa, a las sugerencias que
ofrecen algunos escritores a quienes quieran incursionar en este arte.
A la
pregunta obligada de ¿qué se necesita para escribir o para escribir bien?, Juan
José Millás responde: “Talento y deseo. Con frecuencia,
el talento es hijo del deseo.” Mientras que para William Faulkner “un
escritor necesita tres cosas: experiencia, observación e imaginación”. Por su
parte Miguel Delibes apunta lo que no se necesita: “Para escribir
un buen libro no considero imprescindible conocer París ni haber leído el
Quijote. Cervantes cuando lo escribió, aún no lo había leído.”
En cuanto al inicio del texto, Marcelo Cohen lo dice todo al tiempo que no
dice nada: “Que el origen del relato sea una tenue melodía.” Alejandro
Zambra comparte de manera sintética la forma en que trabaja “(…) yo escribo boceteando, sin planes, a la espera de una
frase que no siempre llega. Pero a veces la frase llega y llama a otra y así”.
Pero para que la frase llegue será necesaria –de acuerdo a José Jiménez Lozano-
una buena dosis de paciencia.
La larga
paciencia que precisa la escritura, y el don que se te hace cuando por fin se
puede escribir están expresados estupendamente en Kafka: “No es preciso que
salgas de tu casa. Sigue sentado a tu mesa y escucha. No escuches siquiera,
sólo espera. Ni siquiera esperes, quédate absolutamente silencioso y solo, el
mundo vendrá a ofrecérsete a ti para que le desenmascares: extasiado ante ti,
se retorcerá”.
No sé,
quizás solo se trate de que en medio de esa soledad y ese silencio haya un
relámpago, que aparezca un rostro, que oigas claro lo que en mucho tiempo sólo
has oído en un susurro ininteligible.
Todo
escritor anhela que el lector lo acompañe hasta el final de su libro, que no
deserte a mitad de camino. Para ello siempre será conveniente tener en cuenta lo
expresado por Voltaire: “El único género que no está permitido es el aburrido.”
En otro orden de cosas, Truman
Capote –citado por José Jiménez Lozano- reconoce que el momento crucial en su
trayectoria fue cuando entendió la diferencia entre escribir y escribir bien.
Escribí relatos de
aventuras, novelas de crímenes, comedias satíricas, cuentos que me habían
referido antiguos esclavos y veteranos de la Guerra Civil. Al principio fue muy
divertido. Dejó de serlo, cuando averigüé la diferencia entre escribir bien y
mal; y, luego, hice otro descubrimiento más alarmante todavía: la diferencia
entre escribir bien y el arte verdadero; es sutil pero brutal.
Y no puede faltar un clásico en este tipo de
recomendaciones: dejar descansar el texto, tal como señala Ana Arzoumanian.
Siempre sucede la misma
recomendación: dejar descansar el texto antes de convertirlo en libro. En las
conversaciones entre amigos escritores, con editores: lo mejor, dejar dormir el
texto. Cerrar las persianas de la tarde, correr las cortinas y propiciar a que
el texto sueñe su sueño.
Sabida es la distancia entre lo que se debe hacer y lo
que se hace; Arzoumanian no es ajena a ello. “Nunca hice caso a esa
recomendación. Nunca pude.”
Finalmente, con la lucidez y precisión que lo
caracteriza, Gabriel Zaid recomienda a los escritores ser cuidadosos con la
economía en el tiempo de lectura.
Que un escritor
dedique dos horas a ahorrarle un minuto al lector es absurdo, si el texto es un
recado a su secretaria. Pero, si se trata de un libro con 12 mil lectores, cada
minuto representa un beneficio social de 200 horas, frente a un costo de dos:
el beneficio es cien veces mayor que el costo.
Se trata de mostrar respeto por
el tiempo del lector y Zaid finaliza su análisis en forma contundente. “El
costo de leer se reduciría muchísimo si los autores y los editores respetaran
más el tiempo del lector. Si no se publicaran los textos que tienen poco que
decir, o están mal escritos, o mal editados.”
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