Los
partidos se ganan con goles, de ahí el dicho común entre relatores y
comentaristas de futbol: “goles son amores”. Pero hay goles groseros, de mala
factura, aquellos que son resultado de un error, mientras que por otro lado están
los que constituyen una verdadera obra de arte. Seguramente a esa diferencia
aludía Roberto Bolaño -citado por Alejandro Zambra-: “Un gol, salvo si uno se llama Pelé, es algo
eminentemente vulgar y muy descortés con el arquero contrario, a quien no conoces
y que no te ha hecho nada (…)”
Recuerdo
como algo habitual en la generación de mi padre reconocer que un gol fue soberbio. Tal vez a ese tipo de momentos
excelsos es a lo que se refiere J.M. Coetzee.
En la medida en que yo reacciono a la estética del deporte,
reacciono a los momentos de gracia (…), a esos momentos o movimientos (…) que
no pueden ser objeto de planificación racional, sino que parecen descender
sobre los jugadores mortales como una especie de bendición de lo alto, esos
momentos en que todo sale bien, en que todo se coloca en su lugar, en que los
espectadores ni siquiera quieren aplaudir, solo dar las gracias en silencio por
haber estado ahí en calidad de testigos.
Ya
que mencionamos a Pelé recordemos lo que decía Jorge Valdano acerca de ese
extraordinario jugador.
El que
veía a Pelé tocar diez pelotas seguidas a un solo toque, empezaba a dudar de
que fuera tan grande como su leyenda y cuando la imaginación estaba pensando
bobadas del tipo: “¿Éste es Pelé?”, él inventaba un gol de la nada aprovechando
su talento, pero también usando la sorpresa, porque al haberse disfrazado de
jugador normal, el rival había bajado la guardia.
¿Puede haber goles ilícitos
que al mismo tiempo sean soberbios? Para Mario Benedetti parecería que sí. “Aquel gol que le hizo Maradona a los ingleses con la
ayuda de la mano divina, es por ahora la única prueba fiable de la existencia
de Dios.”
Una prueba
de que esos goles extraordinarios pasan a ser parte de lo mejor de la vida de
los hinchas está dada por la afirmación de José Luis Melero
(…) les voy a hacer una confidencia: lo mejor que me
ha pasado en la vida, solo comparable desde luego al gol de Nayim en el Parque
de los Príncipes, ha sido casarme con mi mujer.
Lo del principio, goles son amores.
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