martes, 26 de mayo de 2020

El llanto en el escenario


Los buenos actores ponen su existencia al servicio del personaje que deben interpretar, de tal manera que su propia vida queda parcialmente de lado. Se trata del arte del desdoblamiento. Siempre se ha dicho que los grandes en el oficio de las tablas son capaces de llorar en un momento determinado sin necesidad de artificios, mientras que los otros deben recurrir a pequeños trucos para provocar sus lágrimas.

Ahora bien el llanto del actor puede ser -de acuerdo con Julio C. da Rosa- a todo volumen y acompañado de grandes aspavientos, pero no es de extrañar que detrás de esta explosión se oculte la debilidad de una actuación poco convincente.

(…) el llanto teatral, premeditado, estudiado y ensayado; estridente y escandaloso. Un llanto que puede compararse con la tormenta de verano: mucho barullo y poquísima agua. Sollozos como rugidos, capaces de hacerse oír a varias cuadras y alborotar a medio mundo; casi siempre a cara escondida, porque es a ojos secos.

Así hay quienes suponen que cuanto más aparatosa sea la acción, crecen las posibilidades de hacer sentir al público lo expresado por el actor. Pero ello está muy lejos de ser cierto, tal como afirma Frank Vercruyssen.

Como actor hay que entender la evolución de la curva emocional del personaje y luego usar las propias capacidades para adaptarse. Pero el actor tiene sus propias curvas emocionales, que son admisibles en el escenario. Yo como espectador me pongo mucho más triste con un actor que no subraya la tristeza y es más bien neutro, que con uno que rompe en llanto. Esta libertad, esta oxigenación que existe entre el actor, el personaje y el texto es muy importante para nosotros.
Así en el escenario, al igual que en la vida, hay manifestaciones de bajo tono que conmueven mucho más que las estridentes. Tal vez a ello se refieran los críticos cuando subrayan la sobreactuación de cierto personaje en el desarrollo de una obra.

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