lunes, 25 de mayo de 2020

Manuel Zapata Olivella


Entre las tantas categorías en que se puede dividir a las personas, encontramos la que separa a los sedentarios de los nómadas. A los primeros les gusta establecerse en un lugar, les cuesta mucho viajar, dejar su casa, incursionar por nuevas realidades. A los segundos, por el contrario, les desagrada establecerse en un sitio, lo suyo es el movimiento, el camino, siempre están de paso. A este último grupo pertenecía Manuel Zapata Olivella y José Luis García González proporciona un breve perfil de su vida.

(…) a partir de su adolescencia manifestó su vocación de aventurero, de “vagabundo”, como él mismo decía. Suspendió sus estudios de medicina en la Universidad Nacional de Bogotá para emprender a pie un viaje por la América central. En 1943, contrariando la voluntad del padre, salió desde Cartagena de Indias y recorrió a pie todo el istmo centroamericano hasta llegar a México; luego pasó a los Estados Unidos.

Pero no vaya a creerse que Zapata Olivella solo cambiaba de lugares sino que lo mismo ocurría con sus variadas ocupaciones.

Hizo de todo, desde asistente de un astrónomo ambulante hasta de modelo de Diego Rivera. Desde boxeador noqueado con el nombre de Kid Chambacú hasta periodista free lance. En EE.UU. tuvo contacto con la realidad social del negro norteamericano. Esto, según él mismo lo afirmó, lo llevó a una “toma de conciencia”. Conoció en Nueva York a Langston Hughes y a Ciro Alegría y escuchó sus recomendaciones y sintió su solidaridad. El peruano Alegría le escribió el prólogo a Tierra mojada.

En pocas palabras, José Luis García González define al personaje. “Viajero incansable, Manuel Zapata Olivella, que no le tenía temor a los accidentes, realizó periplos por distintas regiones del mundo. Su actividad fue incesante.”

Pero en esta pequeña reseña de vida, aparece otro personaje digno de mención: la tía Estebana que “cuando niño, le aplicaba emplastos sobre las rodillas y lo bendecía, lo mismo que a sus otros hermanos, contra el mal de ojo.” Cuenta García González que una noche la tía Estebana “enterró en el suelo a la entrada de la casa un pañuelo negro con tres clavos y una pequeña cerradura con llave. Cuando le preguntaron para qué hacía eso, respondió: para que el sobrino Manuel no sufra y se le abran todas las puertas.”

Ahí queda la receta por si ocupan.

No hay comentarios: