Entre
las tantas categorías en que se puede dividir a las personas, encontramos la
que separa a los sedentarios de los nómadas. A los primeros les gusta
establecerse en un lugar, les cuesta mucho viajar, dejar su casa, incursionar
por nuevas realidades. A los segundos, por el contrario, les desagrada
establecerse en un sitio, lo suyo es el movimiento, el camino, siempre están de
paso. A este último grupo pertenecía Manuel Zapata Olivella y José Luis García
González proporciona un breve perfil de su vida.
(…) a
partir de su adolescencia manifestó su vocación de aventurero, de “vagabundo”,
como él mismo decía. Suspendió sus estudios de medicina en la Universidad
Nacional de Bogotá para emprender a pie un viaje por la América central. En
1943, contrariando la voluntad del padre, salió desde Cartagena de Indias y
recorrió a pie todo el istmo centroamericano hasta llegar a México; luego pasó
a los Estados Unidos.
Pero
no vaya a creerse que Zapata Olivella solo cambiaba de lugares sino que lo mismo
ocurría con sus variadas ocupaciones.
Hizo de
todo, desde asistente de un astrónomo ambulante hasta de modelo de Diego
Rivera. Desde boxeador noqueado con el nombre de Kid Chambacú hasta periodista
free lance. En EE.UU. tuvo contacto con la realidad social del negro
norteamericano. Esto, según él mismo lo afirmó, lo llevó a una “toma de
conciencia”. Conoció en Nueva York a Langston Hughes y a Ciro Alegría y escuchó
sus recomendaciones y sintió su solidaridad. El peruano Alegría le escribió el
prólogo a Tierra mojada.
En pocas
palabras, José Luis García González define al personaje. “Viajero incansable,
Manuel Zapata Olivella, que no le tenía temor a los accidentes, realizó
periplos por distintas regiones del mundo. Su actividad fue incesante.”
Pero
en esta pequeña reseña de vida, aparece otro personaje digno de mención: la tía
Estebana que “cuando niño, le aplicaba emplastos sobre las rodillas y lo
bendecía, lo mismo que a sus otros hermanos, contra el mal de ojo.” Cuenta
García González que una noche la tía Estebana “enterró en el suelo a la entrada
de la casa un pañuelo negro con tres clavos y una pequeña cerradura con llave.
Cuando le preguntaron para qué hacía eso, respondió: para que el sobrino Manuel
no sufra y se le abran todas las puertas.”
Ahí
queda la receta por si ocupan.
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