lunes, 18 de mayo de 2020

La difícil vida de los japoneses en EU durante la 2ª Guerra Mundial


Entre los temas recurrentes aquí considerados, encontramos el de identidad, guerra, discriminación, prejuicios, masas, minorías, propaganda, etc. El que hoy nos ocupa, guiados por Guillermo Jordán, tiene que ver con varios de ellos y trata de miles de japoneses que fueron marginados por el hecho de serlo. Y como sucede con frecuencia en relación a diversos pueblos, ahora los veremos como víctimas mientras que en otras circunstancias hubo japoneses que actuaron como victimarios.

¿Cómo fue la vida de los japoneses que habitaban en Estados Unidos durante el transcurso de la Segunda Guerra Mundial? Las cosas se les complicaron -¡y de qué manera!- luego del ataque japonés a Parl Harbor el 7 de diciembre de 1941. Hay que diferenciar -de acuerdo con Jordán- a los Issei -emigrados- y los Nissi –nacidos en Estados Unidos pero hijos de japoneses; las represalias hacia ambos grupos (en particular en California) no se hicieron esperar.

En California, se prohibió a los Issei - Nissi el acceso a empleos oficiales; les revocaron los permisos para ejercer profesiones universitarias y a los pescadores les fueron embargadas sus embarcaciones.
Se investigó a todos los japoneses que vivían en California y el fiscal Earl Warren no los encontró culpables de sabotaje o espionaje, pero aseguró que esa aparente inocencia demostraba la perversidad de los nipones.
Se desató una campaña contra "El peligro amarillo". El 29 de marzo de 1942, un famoso columnista, cuyos artículos se reproducían en casi todos los periódicos estadounidenses, escribió "¿por qué hemos de tratar a los ‘Japs’ con miramientos? Usan las calles, ocupan los asientos de tranvías y autobuses. Que apechuguen con todo, que sufran, que pasen hambre y que se mueran. Personalmente,  detesto a los japoneses, y me refiero a todos ellos sin excepción". Concluía el  articulista.

Fueron muchas las actividades en que se los discriminó. “Las compañías de seguros cancelaron las pólizas de los japoneses, fueran Issei o Nissi. Los lecheros se negaron a servirles y los tenderos a venderles comestibles. Los bancos rehusaron hacer efectivos sus cheques.” En California –continúa Jordán- se fue agravando este sentimiento anti-japonés al grado de expulsarlos.  Pero, ¿quién querría recibirlos?

¡Fuera de California!, gritaron los yanquis blancos. Y ocho mil japoneses, nacionalizados estadunidenses o nacidos en los Estados Unidos, emigraron al centro del país.
Entonces, el Colegio de Abogados de Nevada concluyó: "Opinamos que si los japoneses son peligrosos en Berkeley, California, también son peligrosos aquí”.
Chase Clark, gobernador de Idaho, dijo a la prensa: "Los Japs viven como ratas, procrean como ratas y actúan como ratas". Otro gobernador, Homer M. Adkins, declaró: "Nuestra gente no está famiIiarizada con las costumbres y  peculiaridades  de los japoneses, y dudo que sea una medida saludable obligarlos a que vengan a vivir a Arkansas".

No es difícil imaginar el miedo, si no que pavor, con que vivieron en aquel entonces.

Para los ocho mil japoneses que decidieron abandonar California, la vida se tornó  un tormento. En las peluquerías topaban con letreros que advertían: "Se afeitan  Japs. No respondemos de los accidentes". En los aparadores de los restaurantes  se anunciaba: "La dirección de este establecimiento envenena a las ratas y a los japoneses".
Se les negaba el servicio en las gasolinerías, y en Denver, Colorado, una  muchacha japonesa trató de entrar a un templo y el pastor le cerró el paso y le dijo: “¿No te encontrarías más a gusto en tu propia iglesia?”.
El 27 de marzo de 1942, todos los Issei y Nissi que vivían en Estados Unidos, tuvieron 48 horas para disponer de sus casas, negocios y mobiliario. Sólo se les permitió llevar sus efectos personales en equipaje de mano. Los despojaron de sus navajas de afeitar y les decomisaron las cuentas bancarias. Los afectados  perdieron 70 millones de dólares en tierras de cultivo. 35 millones en frutos y cultivos. Casi 500 millones de dólares en rentas y depósitos. Y valores por una suma incalculable.
A los niños que no podían tenerse en pie, les colgaron etiquetas, como si se tratara de mercancía, y todos fueron subidos en camiones, mientras escuchaban los gritos de “¡fuera, Japs!"  en nada diferentes de las multitudes nazis que en Europa gritaban: "¡Raus, juden, raus!".
Estos japoneses fueron instalados en los hipódromos –fuera de servicio por la guerra- y las familias acomodadas en los establos.

Concluye Guillermo Jordán que “Roosevelt mismo habló de estos sitios como de campos de concentración".

Con el final de la guerra las cosas irían cambiando en forma paulatina.

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