martes, 19 de mayo de 2020

El caso extremo de prestar un libro


Ya nos hemos referido en otras ocasiones al tema de prestar libros y también al de no devolverlos. Ahora veremos el testimonio a este respecto de un gran exponente del arte bibliográfico, nada menos que José Luis Melero.

Nunca he podido prestar libros. Sufro mareos y palpitaciones cuando uno de ellos anda entre manos ajenas. Por eso mis amigos y conocidos saben que mis libros están siempre a su disposición…, pero en mi casa. Esa ha sido mi norma habitual de conducta.

Sin embargo en muchas ocasiones, tal como le aconteció a Melero, se presenta un pero…

Pero las normas están para saltárselas de vez en cuando. Yo también me he saltado esta ley sagrada de no prestar libros en algunas –pocas- ocasiones. Y siempre con amigos muy íntimos y escogidos, de los que sé que van a cuidármelos como les fuera la vida en ello. Ahora una pareja de buenos amigos me ha pedido que le preste para llevarla a una próxima exposición en Huesca la edición príncipe de Cerbero son las sombras, el primer libro de Juan José Millás, publicado en Madrid en 1975 en una modestísima editorial (las Ediciones de El Espejo), que había ganado el Premio Sésamo un año antes. Es un libro raro y difícil de conseguir, tanto que no han encontrado a nadie por aquí que pudiera facilitárselo.

Dilema complejo en que –seguramente luego de arduas negociaciones- el don de gentes se impone al celoso guardián de biblioteca. “Y al final, aun sabiendo que me voy a tener que atiborrar de ansiolíticos y tranquilizantes, han decidido pedírmelo a mí. Y lo malo es que no puedo ni debo decirles que no.”

Lo que para otro pudiera ser el simple acto de prestar un libro, para José Luis Melero adquiere otras connotaciones que no son fáciles de compartir y para ello recurre a un símil de carácter familiar.

Pero va a ser como si uno de mis hijos se fuera a vivir una temporada con una familia extraña. O peor aún: porque con mis hijos hablaría todos los días por teléfono, les escribiría tiernos correos o vigilaría su estado de ánimo a través de la “webcam”. Pero, ¿cómo saber a diario qué tal se encuentra mi pequeño e indefenso Millás? ¿Cómo, después de veinte o veinticinco años conviviendo juntos, llenar el vacío que deja entre Visión del ahogado y El jardín vacío, sus fieles y hoy desconsolados compañeros de estantería? ¿Qué sentirá al viajar solo por vez primera, él que no ha salido nunca de casa?

Su generosidad queda de manifiesto, tanto como sus temores: “Qué semanas se me esperan. (…) No se las deseo a nadie.”

No hay comentarios: