martes, 12 de mayo de 2020

Los best-sellers


Que los best-sellers no cuentan con la simpatía del gremio de los escritores (salvo, claro está, de sus autores) es algo sabido. Tan es así que hay quien se ha arrepentido de haber alcanzado la notoriedad en el mundo editorial, como fue el caso de Thomas Merton quien –según Gurutze Galparsoro- “se arrepintió muy de veras de haber escrito una vez un best-seller. Dijo que fue por inexperiencia e inadvertencia (…)”

Ahora bien, Gabriel Zaid relativiza el nivel de difusión que logran los éxitos literarios.  

En 1936, Lo que el viento se llevó de Margaret Mitchell se convirtió en la primera novela que vendió un millón de ejemplares en un año. Alexandra Ripley escribió una continuación (Scarlett) que vendió 2.2 millones de ejemplares en los últimos cien días de 1991, convirtiéndose así en “la novela que más rápidamente se ha vendido en la historia, y también (en unos cuantos años) en la más rápidamente olvidada” (Michael Korda, Maing the List. A Cultural History of the American Bestseller 1900-1999).

Sin embargo, cuando Zaid echa números llega a conclusiones asombrosas.

Este máximo histórico significa 22,000 ejemplares diarios, 154,000 por semana. Según John Tebbel (Between Covers: The Rise and Transformation of American Publishing), por entonces había “más de 100,000 puntos de venta, desde librerías hasta supermercados y puestos de periódicos”. Lo cual quiere decir (restando clubes de libros, ventas por correo, exportación) que, en esos cien días extraordinarios, las ventas alcanzaron aproximadamente un ejemplar por semana, en cada punto, en promedio. Y estamos hablando de un máximo histórico.

Pero claro que al confrontar estas cifras –continúa Zaid- con las de un libro que habita en las librerías sin mayor pena ni gloria, la cosa cambia. “Un libro normal, ni vende tanto, ni puede estar en todas partes. Está, digamos, en cientos de puntos y en cada uno vende décimas o centésimas de un ejemplar por semana.”

En otro momento pasaremos lista a algunas de las razones que inciden para que un libro alcance la categoría de best-seller pero ahora haremos un adelanto con la desopilante explicación de Andrés Trapiello.

(…) porque como todo el mundo sabe, el papel nuevo recién guillotinado huele un poco a opio, y tiene efectos anestésicos. Por esa razón en las editoriales, encuadernaciones e imprentas la gente suele trabajar tan ralentizada, a causa de la invasiva inhalación estupefaciente de polvo de pulpa de papel. Está acreditado. Como lo está el hecho de que los fabricantes de papel, y eso desde los tiempos en que se llamaban laurentes, le echan a la pasta de papel sustancias narcotizantes, igual que hacen las tabacaleras con el tabaco, para adictar a la gente a la lectura.

Y para poner evidencia la contundencia de su argumento, Trapiello concluye: “De no ser así, ¿podrían explicarse los éxitos de tantos best sellers?”

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