miércoles, 13 de mayo de 2020

Un secuestro que hizo historia


Cuando los casos de la nota roja tienen como protagonista a algún personaje conocido, su repercusión es mucho mayor; a una de estas situaciones se refiere Jordi Soler.

En 1932 fue secuestrado el bebé de Charles Lindbergh, el célebre piloto que cruzó por primera vez en avión, en 1927, el océano Atlántico. Lindbergh era un héroe nacional y el secuestro de su hijo tuvo en vilo, durante dos meses, a la sociedad estadounidense; hasta que un día trágico fue descubierto el cadáver del niño.

Aquel acontecimiento marcó su tiempo y dejó profunda huella en sus contemporáneos, tal como evoca Michel Tournier.

Yo tenía siete años cuando todo el mundo hablaba del secuestro del hijo de Charles Lindberg. Acabé preguntándole a mi padre: “Si los gángsters me raptaran, ¿cuánto dinero darías para recuperarme?” Él fingió sumirse en un cálculo mental y por fin me dijo: “Quizá llegará hasta los cincuenta francos, ¡pero ni un céntimo más!” La suma me pareció enorme, y quedé imbuido, a la vez, de la generosidad de mi padre y de mi propio precio.

La gratitud experimentada ante tal respuesta, duró poco. “Por desgracia, mi madre lo estropeó todo diciéndome: ‘Tu padre bromea. Puedes estar seguro de que tu padre daría todo lo que tiene para recuperarte’.” La reacción del niño fue en sentido diferente al que orientó la intervención de su madre. “Aquellas palabras me escandalizaron. Me parecieron excesivas, pasionales y a la postre inquietantes. Ya me veía como la causa de la ruina de toda la familia.” Su conclusión no tiene desperdicio: “¡Realmente, las mujeres resultan imprevisibles!”

Pero regresemos a Jordi Soler quien consigna un extraño hecho vinculado a aquel dramático acontecimiento.

Unos meses más tarde, cuando el bebé Lindbergh seguía siendo un tema recurrente, el pintor Salvador Dalí, que había inaugurado con mucho éxito una exposición en Nueva York, fue invitado a una fiesta de disfraces a la que acudió la crema y nata de Manhattan. Dalí y Gala, su mujer, asistieron disfrazados, para escándalo de los invitados, del bebé Lindbergh y de su secuestrador. Aquella broma violenta no pasó de alterar a los invitados y a algunos lectores de los periódicos que consignaron la última excentricidad del pintor. En la biografía de Dalí el incidente de la fiesta de disfraces es un episodio menor, una broma de mal gusto (…)

Finalmente Soler considera las repercusiones que puede tener un mismo acto en épocas diferentes.

(…) en la época de Dalí no había ni redes sociales ni televisión para magnificar su imprudencia y su broma quedó en eso, en una boutade; pero si esto hubiera ocurrido en este siglo, Dalí probablemente se hubiera quedado sin galeristas, hubiera sufrido un gravoso boicoteo y habría tenido que maniobrar para que no se hundiera su carrera.

¿Se hubiesen animado Dalí y Gala a llevar a cabo –por decir lo menos- su broma de mal gusto en nuestros días? ¿La sociedad lo hubiera perdonado por tratarse de la ocurrencia de un genio?

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