Hay personajes que la literatura nos los
vuelve entrañables. Y ahora sí, que cada quien elige y tiene su propia
colección. De la mía ahora tomo la historia de Miguel a quien conocemos gracias
a Andrés Trapiello.
Según el panadero es un chico de buen
corazón. A veces pasan dos semanas en que viene todas las tardes. Luego no se
le ve en tres meses. Al panadero le llama papá. Llega y dice: “Papá, dame unos
pantalones. Éstos están viejos” o “Dame dinero, que no tengo”. El viejo, si
tiene unos pantalones raídos, se los da. (…)
Un día llegó el loco y le dijo: “Dame un
abrigo. Paso mucho frío por las noches”. El viejo se preocupó y le buscó un
abrigo entre los clientes del barrio. “Estaba nuevo –me asegura-, nuevo, casi
sin estrenar”, pero el loco lo regaló al día siguiente a otro pobre más pobre
que él. Para el panadero la suya es una gran obra de misericordia. En cambio la
del loco no es más que una insensatez, un mal negocio, porque seguirá pasando
frío.
Al entrar en tratos con él, Trapiello
descubrió a un ser de ternura.
He hablado con él por primera vez hoy en
la panadería. Le escuchaba con atención, con ese respeto que nos produce la
locura de verdad, no la extravagancia o la originalidad. (…) Lo que decía
Miguel eran cosas llenas de una gran ternura todas: “Hace un rato he visto una
paloma muerta en la Plaza de las Salesas”. “Ayer la policía me llevó a la
comisaría. Se portaron todos muy bien conmigo y el cabo Perales me llevó un
café con leche.” “Un día voy a ir a ver el mar.” “Ahora tengo un amigo mío muy
bueno que es de la parte de Guadalajara…”
El momento de la despedida constituye
una obra de arte.
Cuando se despidió, le dijo al panadero:
“Ahora me voy”.
-¿Adónde? –pregunté yo.
-No sé. Si lo supiera, ya no iría.
Y soltó una carcajada, una carcajada de
niño feliz y vi una boca en la que faltaban muchos dientes.
La persona inspiró al escritor “He
pensado una cosa: voy a hacer una novela con Miguel el loco.”
Ya no supe, ojalá la haya hecho o esté en proceso. La deuda
está contraída.
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