jueves, 30 de abril de 2020

Abandonarse


Quienes han luchado denodadamente contra algún vicio, exceso o desarreglo personal y que han logrado su propósito, saben de sobra el esfuerzo que ello les  ha significado. No sólo en tiempos de dar la batalla sino también en los de sostener la conquista.

Y es así como uno deviene en fanático de la disciplina, la perseverancia, rechazando de plano (y sin siquiera pensarlo) cualquier posible comportamiento que pudiera llevar de retorno a la situación que tanto se luchó por abandonar. Así las cosas, uno presume el logro y los demás reconocen su tesón casi modélico.

Ahora bien, pocos son los que asumen este comportamiento (dieta, abstinencia, ejercicio…) por gusto o placer. Se sabe sí que se trata de una necesidad que viene con su buena dosis de bienestar pero no son pocos los momentos en que se anhela aquel pasado desprolijo.

El caso que narra Juan José Millás representa no solo el cansancio ante el buen comportamiento sino que va más allá: cuando alguien vuelve a decirse “¡ya basta!” pero ahora en dirección contraria al sentido que tuvo en el pasado.

Comida en casa de unos amigos. El anfitrión anuncia que ha decidido “abandonarse”. Frente a la mirada interrogativa de los comensales, asegura que está harto de no engordar y de ir al gimnasio tres veces a la semana.
-Es muy agotador –dice-. De modo que ya lo sabéis: me abandono.

Lo que sucedió a continuación, estuvo lejos de procurar que el amigo rectificara aquella decisión que lo llevaría a apartarse de la buena senda.

Nadie dice nada durante unos segundos. Luego, el más gordo de la reunión se levanta con la copa en la mano y grita:
-¡Brindo por eso! Eres un líder.

Este acontecimiento condujo a que Millás reconsiderara sus convicciones al respecto.

De regreso a casa, pienso en las ventajas de abandonarse. Volver a los huevos fritos con patatas, a los guisos fuertes, a los picantes. Guardar la plancha en un armario, cenar todos los días, dentro o fuera de casa. Quizá volver a fumar… Me veo con ocho o diez quilos más, tumbado de lado en el sofá, viendo una peli en la tele mientras devoro una tableta de chocolate… Hay algo en esa imagen de perdición que me atrae. Se trata, en fin, de bajar la guardia, de abandonar responsabilidades, de despedirse un poco de este mundo. No sé, tendría que comprar ropa nueva.

Ya no sabemos qué hizo Juan José Millás. ¿Mantuvo su disciplina personal?, ¿se sumó al llamado a abandonarse?, ¿compró ropa nueva?

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