Quienes han luchado denodadamente
contra algún vicio, exceso o desarreglo personal y que han logrado su
propósito, saben de sobra el esfuerzo que ello les ha significado. No sólo en tiempos de dar la
batalla sino también en los de sostener la conquista.
Y es así como uno deviene en
fanático de la disciplina, la perseverancia, rechazando de plano (y sin
siquiera pensarlo) cualquier posible comportamiento que pudiera llevar de
retorno a la situación que tanto se luchó por abandonar. Así las cosas, uno
presume el logro y los demás reconocen su tesón casi modélico.
Ahora bien, pocos son los que
asumen este comportamiento (dieta, abstinencia, ejercicio…) por gusto o placer.
Se sabe sí que se trata de una necesidad que viene con su buena dosis de
bienestar pero no son pocos los momentos en que se anhela aquel pasado
desprolijo.
El caso que narra Juan José
Millás representa no solo el cansancio ante el buen comportamiento sino que va
más allá: cuando alguien vuelve a decirse “¡ya basta!” pero ahora en dirección
contraria al sentido que tuvo en el pasado.
Comida en casa
de unos amigos. El anfitrión anuncia que ha decidido “abandonarse”. Frente a la
mirada interrogativa de los comensales, asegura que está harto de no engordar y
de ir al gimnasio tres veces a la semana.
-Es muy
agotador –dice-. De modo que ya lo sabéis: me abandono.
Lo que sucedió a continuación,
estuvo lejos de procurar que el amigo rectificara aquella decisión que lo
llevaría a apartarse de la buena senda.
Nadie dice nada
durante unos segundos. Luego, el más gordo de la reunión se levanta con la copa
en la mano y grita:
-¡Brindo por
eso! Eres un líder.
Este acontecimiento condujo a que
Millás reconsiderara sus convicciones al respecto.
De regreso a
casa, pienso en las ventajas de abandonarse. Volver a los huevos fritos con
patatas, a los guisos fuertes, a los picantes. Guardar la plancha en un
armario, cenar todos los días, dentro o fuera de casa. Quizá volver a fumar… Me
veo con ocho o diez quilos más, tumbado de lado en el sofá, viendo una peli en
la tele mientras devoro una tableta de chocolate… Hay algo en esa imagen de
perdición que me atrae. Se trata, en fin, de bajar la guardia, de abandonar
responsabilidades, de despedirse un poco de este mundo. No sé, tendría que
comprar ropa nueva.
Ya no sabemos qué hizo Juan José
Millás. ¿Mantuvo su disciplina personal?, ¿se sumó al llamado a abandonarse?,
¿compró ropa nueva?
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