martes, 23 de junio de 2020

Hablemos del paraíso


Según afirman los estudiosos del tema existen muchas más descripciones del infierno que del paraíso; J. Lacarriére reflexiona sobre ello
Es bien conocido el hecho de que la mayoría de los textos religiosos dan, a  menudo, prueba de indigencia cuando se trata de evocar el paraíso, y revelan en  cambio una imaginación delirante en cuanto se trata de describir el infierno y sus   tormentos.
Frente al paraíso, diríase que siempre se topa ante este dilema: o el paraíso no  es más que la prolongación y el embellecimiento de la vida terrena (hasta el punto de que las representaciones del paraíso, en las tumbas del antiguo Egipto, nos han dado los documentos más precisos y preciosos sobre la vida cotidiana en el  Egipto faraónico), o bien se trata de otra cosa muy distinta y, en este caso, se  guarda celosamente el secreto.
El infierno, por el contrario, no ha dado lugar a ningún dilema de esta índole,  como si los pueblos se hubiesen puesto tácitamente de acuerdo acerca de lo que  le espera al hombre en él. ¿Acaso tendremos una conciencia tan clara y tan universal de la culpa? Inventariar los tormentos del infierno, describir sus múltiples pormenores, sus habitantes, su fauna y flora, fue, en todo caso, una de las grandes preocupaciones y, diríase, uno de los grandes placeres del espíritu humano.
También se ha dicho que a la hora de esbozar su paraíso cada cultura pone en él aquello de lo que más carece y como ejemplo de ello se alude a los musulmanes que anticipan que habrá abundancia de agua, fruta y muchos otros placeres que en este mundo no tienen a disposición. Claro está que en este sentido cada quien hace sus propias proyecciones, como acontece con Álvaro Cunqueiro cuando da a conocer sus anhelos: “(…) no es posible imaginarse en el Paraíso vinos tristes.”

Ahora bien, desde algunas corrientes teológicas se contradicen las expectativas de muchos creyentes y Rüdiger Safranski da un ejemplo de ello

En una ocasión, tras una conferencia, le preguntaron al gran teólogo Karl Barth si creía realmente en la inmortalidad y que al morir iríamos al cielo, y si allí encontraríamos a todos nuestros seres queridos y a la gente que apreciábamos. Y Karl Barth, fumando de su pipa, respondió: “Sí, a todos los seres queridos, pero también a todos los demás”.

Finalmente citemos una de las breves anécdotas de Chamfort que, tal como acostumbra, en muy pocas líneas dicen mucho.

M. de… pedía al obispo de… una casa de campo a la cual éste nunca iba. “¿No sabéis que es siempre necesario tener un lugar al cual no se vaya y en el cual cree uno que sería dichoso si a él fuese?”

Añade Chomfort que

M. de…, tras un momento de silencio, le contestó: “Es verdad, y esto es lo que ha hecho la fortuna del paraíso.”

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