Como estamos acostumbrados a los
grandes números hay noticias que pasan desapercibidas porque tratan de cifras
menores pero hay quienes no están dispuestos a dejarse ganar por la
resignación o la indiferencia. Un ejemplo de ello es José Jiménez Lozano para
quien aquel suceso, seguramente publicado en un texto perdido en las páginas
interiores del periódico, no pasó inadvertida.
En Brasil, dos
cadáveres de personas, muertas de radiación atómica, en uno de tantos
accidentes de las absolutamente seguras centrales nucleares, han sido
enterrados en ataúdes de plomo a una gran profundidad.
Es posible que,
en torno a su sepultura, por algún que otro fallo estadísticamente inevitable,
se produzcan algún día fenómenos extraños.
Pero, en cualquier caso, estos dos muertos serán dos testigos seguros, el Día
del Juicio o Crisis de la estupidez y la iniquidad de este mundo.
El entierro de esas personas
anónimas -prosigue Jiménez Lozano- remite al de grandes personajes de la historia
debido a que “los ataúdes pesaban cada uno seis mil kilos: han enterrado a esos
desgraciados con mayor cuidado y terror que a los antiguos Faraones.”
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