Hubo algunos
integrantes de la iglesia católica así como de otras iglesias cristianas que durante
el nazismo asumieron con valentía un papel muy digno, lo que en muchas
ocasiones les costó la vida. Fueron minoría mientras que la gran mayoría -incluyendo
al clero y la jerarquía- guardó una actitud pasiva, cuando no cómplice.
El
teólogo Hans Küng, citado por Esteban López, alude a ello al transcribir pasajes
de una carta que Konrad Adenauer (alcalde católico de Colonia depuesto por los
nazis y futuro primer canciller de la República Federal de Alemania) escribió
el 23 de febrero de 1946 al Dr. Bernhard Custodis Pastor de Bonn.
En mi
opinión, el pueblo alemán, los obispos y el clero tienen mucha culpa en los
acontecimientos que han ocurrido en los campos de concentración. Es posible que
luego no se pudiera hacer gran cosa, pero la culpa se contrajo con
anterioridad. El pueblo alemán, también los obispos y el clero en su mayor
parte, condescendieron con la agitación nacionalsocialista. Se permitió ser
manipulados casi sin oponer resistencia; a veces con entusiasmo. Ahí reside su
culpa. Por otro lado, aunque no se pudo tener un conocimiento preciso de lo que
sucedía en los campos de concentración, que la Gestapo, nuestras SS y, en
parte, también nuestras tropas procedieron contra la población civil polaca y
rusa con una crueldad sin precedentes. Los pogromos judíos de 1933 y 1938
tuvieron lugar a plena luz del día. Se dieron a conocer públicamente los
asesinatos de rehenes en Francia. Por consiguiente, no se puede afirmar que la
opinión pública ignoraba que el Gobierno nacionalsocialista y la dirección del
ejército transgredían por principio el derecho natural, la Convención de La
Haya y los preceptos humanos más elementales…
Otra
pudo haber sido, según Adenauer, su actitud ante los acontecimientos de extrema
gravedad que se vivían.
Opino que
muchos obispos podrían haber evitado muchas cosas si todos juntos, en un día
determinado, hubieran condenado públicamente, desde el púlpito todos aquellos
desmanes. No se hizo eso, y la omisión no tiene disculpa posible. Si como
consecuencia de una postura valiente, los obispos hubieran ido a parar en la
cárcel o los campos de concentración, eso no habría sido dañoso, sino todo lo
contrario.
Pero
-concluía Adenauer- como “nada de eso se hizo” ahora “lo mejor es callar”.
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