lunes, 13 de julio de 2020

Invitación a un doloroso silencio


Hubo algunos integrantes de la iglesia católica así como de otras iglesias cristianas que durante el nazismo asumieron con valentía un papel muy digno, lo que en muchas ocasiones les costó la vida. Fueron minoría mientras que la gran mayoría -incluyendo al clero y la jerarquía- guardó una actitud pasiva, cuando no cómplice.

El teólogo Hans Küng, citado por Esteban López, alude a ello al transcribir pasajes de una carta que Konrad Adenauer (alcalde católico de Colonia depuesto por los nazis y futuro primer canciller de la República Federal de Alemania) escribió el 23 de febrero de 1946 al Dr. Bernhard Custodis Pastor de Bonn.

En mi opinión, el pueblo alemán, los obispos y el clero tienen mucha culpa en los acontecimientos que han ocurrido en los campos de concentración. Es posible que luego no se pudiera hacer gran cosa, pero la culpa se contrajo con anterioridad. El pueblo alemán, también los obispos y el clero en su mayor parte, condescendieron con la agitación nacionalsocialista. Se permitió ser manipulados casi sin oponer resistencia; a veces con entusiasmo. Ahí reside su culpa. Por otro lado, aunque no se pudo tener un conocimiento preciso de lo que sucedía en los campos de concentración, que la Gestapo, nuestras SS y, en parte, también nuestras tropas procedieron contra la población civil polaca y rusa con una crueldad sin precedentes. Los pogromos judíos de 1933 y 1938 tuvieron lugar a plena luz del día. Se dieron a conocer públicamente los asesinatos de rehenes en Francia. Por consiguiente, no se puede afirmar que la opinión pública ignoraba que el Gobierno nacionalsocialista y la dirección del ejército transgredían por principio el derecho natural, la Convención de La Haya y los preceptos humanos más elementales…

Otra pudo haber sido, según Adenauer, su actitud ante los acontecimientos de extrema gravedad que se vivían.

Opino que muchos obispos podrían haber evitado muchas cosas si todos juntos, en un día determinado, hubieran condenado públicamente, desde el púlpito todos aquellos desmanes. No se hizo eso, y la omisión no tiene disculpa posible. Si como consecuencia de una postura valiente, los obispos hubieran ido a parar en la cárcel o los campos de concentración, eso no habría sido dañoso, sino todo lo contrario.

Pero -concluía Adenauer- como “nada de eso se hizo” ahora “lo mejor es callar”.

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