En estos días el tema de casas, asilos, residencias
u hogares para personas mayores (no siempre ancianos) ha adquirido, como se
dice en estos tiempos, visibilidad. Es así como han quedado de manifiesto las irregularidades
de todo tipo que se presentan en estos lugares en los que a veces, como se ha
dicho, el único derecho que tienen las personas que allí residen es el de tomar
las medicinas a tiempo.
En un pasaje de su obra Oliver Sacks se refiere a ellos.
En
algunos de esos lugares, que recibían el nombre genérico de “mansiones”,
presencié la completa supeditación de lo humano a la arrogancia y a la
tecnología médicas. En algunos casos, la negligencia era deliberada y
delictiva: los pacientes permanecían horas sin ser atendidos, o incluso se
abusaba física y mentalmente de ellos. (…) Trabajé en otras casas de reposo
donde no había negligencia, pero no se iba más allá de los cuidados médicos
básicos. Que aquellos que entraban en esas casas de reposo necesitaran un
sentido –una vida, una identidad, dignidad, amor propio, cierto grado de
autonomía- era algo que se ignoraba o se pasaba por alto; los “cuidados” eran
puramente mecánicos y médicos.
Felizmente
los milagros existen, aunque indudablemente son menos que los que uno quisiera,
y fue así que Sacks dio con otra realidad.
Encontré
justo lo contrario de las “mansiones” en las residencias de las Hermanitas de
los Pobres.
La
primera vez que oí hablar de las Hermanitas de los Pobres yo era un niño, pues
en Londres mi padre y mi madre tenían la consulta en casa: mi padre como médico
de cabecera y mi madre como especialista en cirugía. La tía Len siempre decía:
“Si me da un ictus, Oliver, o me quedo incapacitada, llévame a las Hermanitas
de los Pobres; son las que mejor te cuidan del mundo.”
¿Dónde
estaba la diferencia con las otras casas? Las razones son muchas y Sacks se da
a la tarea de describirlas.
En sus
residencias se palpa la vida: procuran ofrecer una vida lo más plena y significativa
posible dadas las limitaciones y necesidades de los residentes. Algunos han
sufrido un ictus, otros padecen demencia o Parkinson, algunos dolencias
“médicas” (cáncer, enfisema, enfermedades coronarias, etc.), otros están ciegos,
sordos, y otros, aunque gozan de buena salud, se sienten tan solos y aislados
que anhelan calor humano y el contacto de una comunidad.
Aparte
del cuidado médico, las Hermanitas de los Pobres ofrecen todo tipo de terapias:
terapia física, terapia ocupacional, terapia del habla, terapia musical, y (si
hace falta) psicoterapia y orientación psicológica. Además de la terapia,
encontramos actividades (no menos terapéuticas) de todo tipo, actividades no
inventadas, sino reales, como la jardinería y la cocina. Muchos residentes poseen un papel o una
identidad especial -desde ayudar en la lavandería a tocar el órgano en la capilla-
y algunos también poseen mascotas a las que cuidan. Hay salidas a museos,
hipódromos, teatros, jardines. Los residentes que tienen familiares pueden
salir a comer los fines de semana o quedarse con sus parientes durante las
vacaciones, y esas residencias son visitadas regularmente por niños de las
escuelas cercanas, que interactúan de manera espontánea y desinhibida con
personas que les llevan setenta u ochenta años, y con las que pueden entablar
lazos de afecto. La religión es importante pero no obligatoria; no te
sermonean, ni hay evangelización ni presión religiosa de ningún tipo. No todos
los residentes son creyentes, aunque hay una gran devoción religiosa entre las
hermanas, y se hace difícil imaginar un cuidado tan esmerado sin una devoción
profunda.
En
cualquier caso -Oliver Sacks lo subraya- abandonar la casa propia para ir a una
de estas residencias supone un trance complejo que puede derivar en armónica aceptación de la nueva realidad.
Puede (y
quizá debe) existir un difícil periodo de ajuste al abandonar el hogar
individual por uno comunitario, pero la gran mayoría de los que ingresan en las
residencias de las Hermanitas de los Pobres son capaces de llevar una vida
significativa y placentera –a veces más que en años anteriores-; y además
tienen la certeza de que todos sus problemas médicos serán seguidos y tratados
con sensibilidad, y que, cuando llegue el momento, morirán en paz y de manera
digna.
Todo esto
representa una antigua tradición a la hora de cuidar de los otros, conservada
por las Hermanitas de los Pobres desde la década de 1840, y que, de hecho, se
remonta a las tradiciones eclesiásticas de la Edad Media (tal como Victoria
Sweet describe de manera tan conmovedora en God’s
Hotel), combinada con lo mejor que puede ofrecer la medicina moderna.
En síntesis,
afirma Sacks, que “aunque las ‘mansiones’ me desanimaron, y pronto dejé de
visitarlas, las Hermanitas de los Pobres me inspiran, y me encanta ir a sus
residencias, que visito desde hace más de cuarenta años.”
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