Pocos son quienes como San Juan de
la Cruz (siglo XVI) se caracterizaron tanto en lo que hace a su vida mística
como por la lucha que dieron -y que en su caso lo llevó a la prisión- contra
las estructuras de poder de su tiempo (en lo que a él atañe en la reforma de la
orden del Carmelo). Enrique Dussel cuenta una anécdota que lo pinta de cuerpo
entero
(…) como decía San Juan de la Cruz a un hermano observante
estricto: “¡Cuídate de ir a Roma, partirás descalzo (reformado) y volverás
calzado (corrompido)!”
De acuerdo con José Jiménez Lozano
sus enemigos no solo procuraron quebrantar al fraile sino también al escritor.
Dice J. Baruzi que las persecuciones dirigidas contra Juan de la Cruz no
sólo lo fueron contra el fraile metido de lleno en la lucha reformista de la
Orden, sino quizás también contra el escritor para dificultar o destruir su
labor creadora, y escribe: “Hay muchas maneras de destruir a una persona
respecto a su destino espiritual y, para lograrlo, no siempre es necesario
quemar manuscritos. Basta con destrozar su alegría interior y el ardor de sus
ideas”.
Lo anterior le permite
concluir a Jiménez Lozano que “(…) muchos quedaron así liquidados. Es preciso
estar sobre aviso: que nadie te quite la alegría interior. Lo demás pueden
llevárselo”.
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