Las cuestiones de gastronomía
han ocupado, y ocupan, un lugar importante entre los tópicos debatidos en
Francia. Uno de los más reconocidos especialistas en la materia fue B.A. Grimod
de la Reynière, de quien Hinde Pomeraniec afirma que
La comida
estaba marcada en su destino, tanto es así que su abuelo murió atragantado con
foie gras, durante una cena, cuatro años antes de su nacimiento. El francés
Alexandre Balthazar Laurent Grimod de La Reynière (1758-1838) fue un hombre
creativo, temperamental; un sibarita extravagante a quien se reconoce como el
primer periodista gastronómico de la historia.
En el distinguido paladar de
tan singular personaje (del que otras fuentes señalan que falleció en 1837, lo
que no le hace al tema que nos ocupa) no había lugar para el recalentado:
Como bien
dijo Boileau:
«Una comida recalentada no vale nada».
Hay que
tener poco sentido de la organización para cocinar de una vez para ocho días
cuando sólo estará bueno el primero.
Por si aun quedaran dudas, en
otro texto vuelve a arremeter contra lo que consideraba un incalificable despropósito
del arte culinario estableciendo una comparación (im)propia de su tiempo.
Está
comprobado que cada cosa en este bajo mundo ha de estar servida, cocida o
comida en su punto, y desde la jovencita que sólo tiene un momento cumbre en su
vida para mostrarnos su belleza en todo su frescor y su virginidad en todo su
esplendor (…)
Claro está que la opinión de
tan destacado sibarita va en sentido contrario a la sabiduría popular que no
duda en admitir que existen comidas que quedan mucho mejor en “la segunda
vuelta”, lo que vuelve tan apreciadas las invitaciones al recalentado de lo que
quedó de la cena del día anterior.
Y es que para Grimod de la
Reynière en la cocina, al igual que en la música, hay un tempo adecuado
que debe ser respetado a rajatabla.
(…) hasta
la tortilla que pide ser devorada al salir de la sartén, desde la perdiz cuyo
justo aroma depende a menudo de la mortificación de una hora, hasta el plato de
macarrones que debe saltar de la boca del horno a la del goloso, hay un momento
preciso para cada cosa y tanto el retraso como la precipitación son funestos
para los guisos.
No es difícil imaginar la cara
de repugnancia con la que el especialista francés recibiría la invitación para asistir
a un recalentado.
¡No sabe de lo que se perdió!
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