lunes, 20 de julio de 2020

Reencuentros que no lo son


Juego en el equipo de quienes al mismo tiempo que disfrutamos de los reencuentros con amigos y compañeros del remoto ayer, también tenemos en relación a ellos temores bien fundados.

He tenido experiencia en ese rubro muy próximas al testimonio de lo que aconteció a Andrés Trapiello. “Me he encontrado ayer por la tarde en la calle con una compañera de la universidad. Al principio, en ambos, prendió cierto entusiasmo, que se fue marchitando vertiginosamente.” Y es así como la alegría devino en contrariedad compartida.

A los cinco minutos ya nos habíamos contado todo lo que le había sucedido a cada cual en los últimos doce años. Un silencio. Luego unas frases, unos coletazos de conversación y otro silencio. Ninguno de los dos quiso abordar la despedida, pero ambos la deseábamos.

Pero aquel desencuentro no había terminado por eso tantas veces dicho de que toda situación es factible de empeorar.

Cuando por fin decidimos decirnos adiós, comprobamos con espanto que los dos íbamos en la misma dirección. He leído en la expresión de su cara, como ella debió leer en la mía, que ninguno iba a decir aquello de “te acompaño”. Nos hemos dicho adiós, hemos caminado juntos cinco o seis manzanas de casas sin despegar los labios y en una esquina hemos vuelto a repetir el adiós a una distancia ya el uno del otro que impidiera volver a darnos un beso; levantando ligeramente la mano; mirando a la calzada, como el que pone toda su atención en cruzar una calle.

No es aventurado arriesgar que seguramente durante un rato ambos siguieron cargando esa mezcla de nostalgia, vacío y tristeza que a veces nos reencuentra.  

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