De unos años a la fecha los tatuajes se
han popularizado entre nosotros. Bengdt Oldenburg da algunas cifras que
permiten apreciar la magnitud del fenómeno. “En 2006, el 36 por ciento de los
norteamericanos de entre 18 y 29 años exhibían tatuajes, comparado con un 15
por ciento tres años antes. Y Europa no le va a la zaga.” Aunque me da la
impresión que pasó el furor de hace algunos años, el asunto mantiene vigencia.
Omar López Mato relaciona el origen de
esta costumbre con los circos.
A pesar de la popularidad actual del
tatuaje, hasta comienzos del siglo XX esta técnica era casi desconocida en
Occidente. Su difusión estuvo directamente relacionada con el circo, que
propagó esta costumbre (…) prohibida por la Biblia.
(...) En 1843 aparece el primer
caballero completamente tatuado en los Estados Unidos y, como no podía ser de
otra forma, se exhibió en el Museo Americano de Phineas T. Barnum en Nueva
York. (...)
En 1871, cuando Barnum se convirtió en
el dueño del circo más grande del mundo, exhibiendo cientos de animales y por
lo menos treinta curiosidades humanas, se incorporó a la trouppe un
nuevo tatuado de cuerpo completo, llamado Constantino.
Y es así como surge la idea -continúa
López Mato- para quienes se habrían de dedicar en forma más profesional a este
arte.
El trabajo realizado sobre el cuerpo de
Constantino fue estudiado con atención por Charles Wagner, que, impresionado
por esta obra de arte caminante, decidió adentrarse en los ancestrales secretos
del arte del tatuaje. Fue entonces cuando conoció a James O'Reilly, de Nueva
York, que estaba desarrollando una máquina eléctrica para tatuar. Ambos dejaron
su impronta en miles de personas, que comenzaban a tatuarse atraídas por lo que
veían en los circos. Muchas de ellas querían perpetuar en su piel algunas
consignas caras a sus sentimientos, mientras que otras sólo deseaban agregar un
toque exótico a su anatomía, muchas veces con connotaciones carcelarias.
Por lo menos cincuenta artistas de circo
pasaron por sus manos, incluida “la Belle Irene ”, la primera mujer en tatuarse
completamente el cuerpo. Cuando expuso en Londres su poca habitual mezcla de
flores, pájaros, corazones, cupidos y hasta avisos comerciales, proclamó ante
la audiencia que en una tierra salvaje y lejana, de donde era oriunda (y se
refería a Texas, Estados Unidos), había logrado evitar el hostigamiento de los
nativos exhibiendo su cuerpo tatuado.
En la crónica de Omar López Mato no
falta el toque de sarcasmo.
La Belle Irene pronto tuvo una feroz
competencia en Emma de Burgh, también decorada por O’Reilly, que mostraba en
sus espaldas una versión completa de “La última cena”. El artista inglés Sir
Edward Burne-Jones, que la conoció en sus épocas de esplendor, la volvió a
encontrar años más tarde cuando había perdido sus ahorros, sus encantos y sus
dientes, además de haber ganado unos cuantos kilos. Según el artista, gracias
al agrandamiento de la anatomía de Emma, los apóstoles tatuados lucían entonces
una ancha sonrisa.
Sabido es que la gente de mar, piratas y
marineros, desde siempre han sido aficionados a tatuarse. Ello lo confirma nada
menos que José Clemente Orozco cuando viaja a San Francisco en 1917.
Admiraba los “talleres” de tatuaje donde
los marineros son tatuados en rojo, azul y verde, de los pies al cuello, siendo
las figuras preferidas una gran bandera americana con el águila, sobre la
espalda, y el retrato con el águila, sobre la espalda, y el retrato figuras
decorativas para la barriga, las piernas y los brazos. El marinero puede
escoger entre gran número de modelos diferentes.
Desde siempre
los tatuajes están asociados al amor y en un momento de éxtasis amoroso hay quienes
deciden inmortalizar sus sentimientos, hacer público su compromiso. Pero sucede
que a veces las cosas cambian y Fabrizio Mejía Madrid da noticia de ello.
Chica en la
televisión: “Mire este tatuaje. Es el nombre de mi esposo. Me lo hice cuando
apenas éramos novios. Pero nos hemos divorciado y no sé qué hacer con él. No
hay manera de que se borre. He pensado en cortarme el brazo, pero no sé si
prefiero arrastrar una prótesis a tener escrito su estúpido nombre en la piel”.
El
entrevistador: “¿Dirías que el amor es todo lo que sucede entre tatuarse el
brazo y querer cortárselo?”.
Hubo tiempos en que este arte decorativo,
como lo corrobora Bengt Oldenburg, estuvo asociado a personas de no siempre buenas
costumbres.
Aparte del uso ritual del tatuaje en las
sociedades llamadas “primitivas”, esta moda tiene antecedentes anteriores y más
directos en marineros, convictos y los temibles yakuza; es lícito pensar que su uso hace sentir al portador fuerte,
libre y salvaje.
Concluye Oldenburg que actualmente “se
adopta una transgresión socialmente aceptable sin saber que, en nuestra era, no
hay nada más conformista que este tipo de exhibición de individualidad”. Aunque,
claro está, que el tatuaje también se acostumbra entre las maras. En fin, un
tema con muchas aristas.
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