Al conocer las tribulaciones que muchas
personas sufrieron a lo largo de la historia (remota y reciente) así como la
dignidad con que resistieron, invariablemente me pregunto: ¿cómo hicieron?,
¿cómo aguantaron?, ¿cómo no acabar dando la declaración que los verdugos
esperaban?
Fernando Escalante Gonzalbo presenta el
perfil de uno de ellos.
Es casi inevitable simpatizar con
Tommaso Campanella (1568-1639): fraile dominico, agitador, acusado varias veces
de herejía, conspirador, torturado por la Inquisición, preso en las cárceles
del Santo Oficio por más de treinta años, que vivió a la espera del fin del
mundo, acosado por terribles figuraciones astrológicas (…)
Conocer los detalles de su proceso con
las torturas a que fue sometido, impresionó a José Jiménez Lozano.
Touché por este terrible pasaje del
proceso inquisitorial de Campanella: el de la puesta a cuestión de tormento en
el caballete. (…) Y así estuvo durante treinta y seis horas ante sus jueces y
sus verdugos.
Cuando atravesaba la sala real iba
rezongando, y un alguacil le oyó que decía: “Ils pensaient que je serais assez
couillon pour parler” [pensaron que sería tan idiota como para hablar].
Jiménez Lozano también se hace las
preguntas que formuláramos al inicio.
Se sienten escalofríos al sólo pensar
que a uno podría pasarle lo que a Campanella. ¿Cómo resistir la tortura? ¿De
dónde sacar las fuerzas? ¿De qué madera estaban hechos estos hombres? Uno se
siente ante ellos, como un niño ante un Tarzán: por dentro y por fuera.
Tomo con fuerza mi volumen de La ciudad del Sol, a ver si se me
contagia algo esa fuerza de su autor. Tenía poder para soñar, porque tenía
poder para resistir y para reírse de sus verdugos.
Es así que llega la comparación que tan
mal parados nos deja; prosigue José Jiménez Lozano: “¡Qué vamos a escribir
nosotros que no pasamos calor en verano, ni frío en invierno, y que no
soportamos a palo seco un dolor de muelas!” Y termina con una confesión al
respecto
El amigo E. sabe muy bien que en “el
sillón de tortura” de su clínica no soy Campanella precisamente. Y no duele
nada, sólo se trata de la territio:
las tenazas, las agujas, las palas de hurgar, que tienen nombres técnicos pero
son para mí como instrumentos de “la puesta a cuestión” o tortura.
Hay veces en que es necesario leer a
otros para comprender mejor lo mismo que en tantas ocasiones uno piensa y siente.
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