Diferentes
artículos publicados en este espacio han puesto de manifiesto que Oliver Sacks
fue un médico poco común. Por si queda alguna duda al respecto, aquí va una
muestra más de sus tantos actos de arrojo, orientados por su tan peculiar forma
de practicar la medicina.
(…) Otra
paciente del pabellón, ciega y paralizada, se estaba muriendo de una rara
enfermedad llamada neuromielitis óptica o enfermedad de Devic. Cuando se enteró
de que yo tenía una moto y vivía en Topanga Canyon, expresó un último deseo
especial: quería que la llevara a dar una vuelta en la moto, a subir y bajar
por las curvas de Topanga Canyon Road.
Cualquier
galeno ortodoxo hubiese denegado con vehemencia ese absurdo deseo, pero Oliver
Sacks no era cualquiera.
Llegué al
hospital un domingo con tres colegas culturistas, y conseguimos secuestrar a la
paciente y amarrarla de manera segura en el asiento de atrás de la moto. Me
puse en marcha despacio y la llevé por la carretera de Topanga, tal como ella
deseaba.
Obviamente
que a la hora de volver debió enfrentar las consecuencias de su acción tan ajena
al protocolo médico. “Cuando regresamos se armó un escándalo, y creí que me
despedirían en el acto. Pero mis colegas y la paciente hablaron en mi favor, y
aunque me amonestaron severamente, no me despidieron.” De alguna manera -afirma
Sacks- lo uno se compensaba con lo otro. “Por lo general, yo era más o menos
una vergüenza para el departamento de neurología, pero también alguien de quien
podían presumir -era el único residente que había publicado artículos
científicos-, y creo que eso me salvó el cuello en varias ocasiones.”
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