martes, 11 de mayo de 2021

Historia clínica de Luis XIV

 

Tarde o temprano la enfermedad también alcanza a los poderosos de este mundo porque -como dice Josep Maria Esquirol- el ser humano es “vulnerable y está amenazado por la herida, la enfermedad y el envejecimiento”.

Describir con lujo de detalles cuestiones de salud, fuera del ámbito facultativo, es cosa de mal gusto por lo que Andrés Trapiello recomienda que “nunca hay que entrar en detalles, pócimas, análisis, cánulas, diagnósticos, tratamientos…”

Tal vez por ello los informes en relación al estado de salud de personajes prominentes habitualmente se mantienen bajo estricta reserva, pero aun así las filtraciones, también en este campo, siempre han existido. Ello permite a José Jiménez Lozano informar que “(…) la fístula anal del cardenal Richelieu que recibía a sus visitas en la silla donde defecaba, porque esta tarea podía llevarle horas, influía en sus decisiones políticas (…) de manera negativa, porque esa trabajosidad le inclinaba a denegar”.

Gracias a una de las muy recomendables reseñas bibliográficas de Wislawa Szymborska podemos asomarnos al estado de salud del rey Luis XIV.

En los archivos franceses se guardaba una auténtica rareza: el Diario de salud de Luis XIV, el cual fue sucesivamente pasando por las manos de todos sus médicos personales. Durante más de sesenta años fueron sistemáticamente anotando sus reales indisposiciones y cómo estas fueron sanadas.

Evidentemente -de acuerdo con Szymborska- dicho monarca no la tuvo nada fácil.

Pone los pelos de punta. Durante el tiempo descrito, a Su Alteza le realizaron más de dos mil lavativas. En el intervalo que transcurría entre ellas, le hacían vomitivos. Además, le sacaban sangre a todas horas, incluso cuando se sentía bien, “por precaución” y con dedicación, para depurarle el organismo…

Claro está que “después, naturalmente, había que tratar las consecuencias de ese tratamiento y, acto seguido, las consecuencias de tratar esas consecuencias…”, en un ciclo que parecía no tener fin.

Concluye Wislawa Szymborska que “el rey debió de ser un espécimen extraordinariamente fuerte, con unos genes programados para aguantar ciento veinte años de vida, ya que, gracias a esos métodos, vivió prácticamente hasta los ochenta años de edad”.

Los demás no corrieron con la misma suerte: “Sus súbditos vivieron menos. La media de edad se situaba en los veintiocho años”.

1 comentario:

Rafael Katzenstein Berro dijo...

Este artículo me hizo acordar al maravilloso comienzo de la novela de Marguerite Yourcenar, Memorias de Adriano, magistralmente traducida por Julio Cortázar. El emperador, en manos de un médico, se vuelve "un saco de humores, una triste amalgama de linfa y sangre." Y sigue, con reflexiones sobre la comida, la caza, la edad, la enfermedad y la muerte...