Tarde o temprano la
enfermedad también alcanza a los poderosos de este mundo porque -como dice Josep
Maria Esquirol- el ser humano es “vulnerable y está amenazado por la herida, la
enfermedad y el envejecimiento”.
Describir con lujo
de detalles cuestiones de salud, fuera del ámbito facultativo, es cosa de mal
gusto por lo que Andrés Trapiello recomienda que “nunca hay que entrar en detalles, pócimas,
análisis, cánulas, diagnósticos, tratamientos…”
Tal vez por ello los
informes en relación al estado de salud de personajes prominentes habitualmente
se mantienen bajo estricta reserva, pero aun así las filtraciones, también en
este campo, siempre han existido. Ello permite a José Jiménez Lozano informar
que “(…) la fístula anal
del cardenal Richelieu que recibía a sus visitas en la silla donde
defecaba, porque esta tarea podía llevarle horas, influía en sus decisiones políticas
(…) de manera negativa, porque esa trabajosidad le inclinaba a denegar”.
Gracias a una de
las muy recomendables reseñas bibliográficas de Wislawa Szymborska podemos asomarnos
al estado de salud del rey Luis XIV.
En los archivos franceses se guardaba una auténtica rareza: el Diario de salud de Luis XIV, el cual fue
sucesivamente pasando por las manos de todos sus médicos personales. Durante
más de sesenta años fueron sistemáticamente anotando sus reales indisposiciones
y cómo estas fueron sanadas.
Evidentemente -de acuerdo
con Szymborska- dicho monarca no la tuvo nada fácil.
Pone los pelos de punta. Durante el tiempo descrito, a Su Alteza le
realizaron más de dos mil lavativas. En el intervalo que transcurría entre
ellas, le hacían vomitivos. Además, le sacaban sangre a todas horas, incluso cuando
se sentía bien, “por precaución” y con dedicación, para depurarle el organismo…
Claro está que “después,
naturalmente, había que tratar las consecuencias de ese tratamiento y, acto
seguido, las consecuencias de tratar esas consecuencias…”, en un ciclo que
parecía no tener fin.
Concluye Wislawa Szymborska
que “el rey debió de ser un espécimen extraordinariamente fuerte, con unos
genes programados para aguantar ciento veinte años de vida, ya que, gracias a
esos métodos, vivió prácticamente hasta los ochenta años de edad”.
Los demás no corrieron con
la misma suerte: “Sus súbditos vivieron menos. La media de edad se situaba en
los veintiocho años”.
1 comentario:
Este artículo me hizo acordar al maravilloso comienzo de la novela de Marguerite Yourcenar, Memorias de Adriano, magistralmente traducida por Julio Cortázar. El emperador, en manos de un médico, se vuelve "un saco de humores, una triste amalgama de linfa y sangre." Y sigue, con reflexiones sobre la comida, la caza, la edad, la enfermedad y la muerte...
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