En una de sus dimensiones la vida familiar se construye con palabras y
silencios. Hay quienes en forma retroactiva lamentan el espacio ocupado por lo
no dicho y sus efectos; mientras que también están los que no tienen reclamos
al respecto. Este último parece ser el caso de Andrés Trapiello: “Por suerte,
tiene uno una familia en la que esas cosas no se han hablado jamás, y quedan en
el terreno implícito de las conjeturas, los temores, las aflicciones íntimas.”
Por su parte, Amos Oz evoca el importante lugar de lo callado en la relación
con su padre y asume la parte que le correspondió en ello.
(…) Esos
son los hechos. La verdad no la sé, porque sobre la verdad no hablé con mi
padre ni una sola vez. Nunca habló conmigo sobre su infancia, sus amores, el
amor en general, sus padres, la muerte de su hermano, su enfermedad, su
sufrimiento, el sufrimiento en general. Tampoco sobre la muerte de mi madre
hablamos nunca. Ni una palabra. Tampoco yo le facilité las cosas, no quise
nunca iniciar con él una conversación que quién sabe lo que hubiera sacado a la
luz. Si escribiera una lista con todo aquello de lo que no hablamos mi padre y
yo, llenaría dos libros. Mi padre me dejó mucho trabajo, y aún sigo trabajando.
De tal
manera que, según el testimonio de Amos Oz, fue quedando clara la división de
los temas de los que se hablaba y de los que no.
Desde la
muerte de mi madre, y desde el nuevo matrimonio de mi padre un año después, él
y yo hablábamos sólo de cuestiones urgentes relacionadas con la vida cotidiana.
O de política. De los nuevos descubrimientos científicos y de los valores y los
ideales universales (vivíamos ya en un piso nuevo, en la avenida Ben Maimón 28
en Rehavia, el barrio al que mi padre había aspirado toda su vida). Sobre los
tormentos de mi adolescencia, su nuevo matrimonio, sus sentimientos, mis
sentimientos, los últimos días de vida de mi madre, su muerte y su ausencia,
sobre todo eso no intercambiábamos ni una palabra. Nunca. (…)
Esto
le permite concluir que el vínculo familiar devino en relación inquilinaria. “Casi
siempre nos comportábamos como dos inquilinos que comparten un pequeño piso: El
baño ya está libre. Falta margarina y papel higiénico. ¿No está empezando a
hacer un poco de frío? ¿No te importa que encienda la estufa?”
Un caso de silencio doloroso es el que narra Eduardo
Halfon
Mi abuelo pasa seis años en campos, lo liberan, llega a Guatemala y calla. No vuelve a hablar del tema. Yo le preguntaba qué era el número que tenía tatuado en el brazo y me decía “me tatué el número de teléfono para que no se me olvide”. Eso nos decía de niños, eso hacía para no hablar.
Aquel silencio del abuelo llegaría a su fin. “En el
98, 99 le pregunté, le pedí que me contara la verdad, sacó una botella de
whisky, se emborrachó y me contó todo. Habló seis horas.”
La cuestión tiene su complejidad y a veces las palabras callan mientras que
los silencios hablan; porque tal como dice @MaiaPelman: “Esa mala
costumbre que tiene el silencio de decir lo que no querés escuchar.”
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