Hasta no hace
mucho tiempo (y aún hay quienes…) en muchos lugares se vivía con la ilusión de homogeneidad.
Existían modelos que daban la pauta de la normalidad y quien se apartara de
ello había equivocado su camino por lo que debería volver al redil. Y si se
trataba de un pueblo que practicaba otras costumbres se imponía la tarea
compasiva y desinteresada de iniciar un proceso de conquista que permitiera
civilizarlo (si ello hacía posible adueñarse de sus recursos naturales o
apropiarse del trabajo de los naturales, mejor aún para el civilizador). Era
cuestión de humanidad.
La heterogénea
realidad desafía al supuesto, tal como Jorge Lanata lo pone de manifiesto con
un pequeño ejemplo.
Si buscáramos
alguna comida “universal” como la hamburguesa y quisiéramos invitar a un nuevo
amigo a comer, descubriríamos que el 61% del mundo la rechazaría por motivos
religiosos: los islámicos no comen cerdo; los hindúes tienen prohibida la sal y
la carne de vaca; los taoístas, el pan; los budistas evitan el tocino; los
ortodoxos, los lácteos y los jainistas, las gaseosas. Eso suponiendo que no
llevemos al almuerzo a un cristiano en un viernes de Cuaresma.
Hace unos años
en España se hizo una campaña pública que promovía la integración de los
migrantes; uno de los textos difundidos con ese objeto decía:
Tu Dios es
judío; tu música es negra; tu coche, japonés; la pizza que comes, italiana; el
gas que llega a tu cocina, argelino; el café que bebes, brasileño; esta
democracia tiene raíces griegas; tus vacaciones las planeas a Marruecos; los
números con que calculas son árabes; las letras con que escribes son latinas…
¿Y osas decir que tu vecino es extranjero?
En tiempos
recientes (y gracias a la lucha de personas e instituciones) la pluralidad se
ha ido abriendo camino. Claro está que aun reconociendo los pasos dados, queda
mucho -muchísimo- trecho por recorrer…
Y el tema es
muy complejo porque aun quienes consideramos tener una mirada amplia de apertura
hacia la diversidad que nos libera de comportamientos groseramente
discriminatorios, no somos ajenos a la cuestión. Al respecto Carlos Belvedere
anota: “Podría decirse
que sobre discriminación no hay nada escrito: como en cuestiones de gusto, cada
uno construye el objeto de su fascismo a la medida de sus sueños.” Eso que
alguien ha llamado el pequeño fascista que nos habita.
El pedagogo francés Philippe Meirieu
traza el horizonte. “Nos queda por construir un cuerpo social en el que, a
imagen y semejanza de un mosaico, la particularidad de cada fragmento participa
de la figura plural y, no obstante armoniosa, que constituyen juntos.”
Estamos lejos, muy lejos de ello. Pero
tal vez tenga razón Rafael Narbona cuando afirma que “(…) ya se sabe que las
utopías siempre se desdibujan en la lejanía”.
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