El vínculo que llegamos a tener con los objetos es tema que requiere, y así
lo haremos en otra ocasión, diversas consideraciones. Por el momento solo
convengamos en que algunos de ellos se quedan en nuestra memoria a través de
los años.
José Jiménez Lozano extrae un ejemplo de su baúl de los recuerdos “(…)
platos blancos de barro con una lista azul por todo adorno: una belleza que me
ha fascinado desde niño”. Seguro que muchos de quienes tenemos varios años de
vida en nuestro haber, enseguida sabemos a lo que se refiere.
Luego Jiménez Lozano se detiene en la elegancia austera de la que era portador
ese objeto: “Un plato no necesita más que esa lista azul para ser hermoso, y
soberanamente hermoso”.
Claro que -continúa- sobre el diseño clásico pueden hacerse muchos cambios e
innovaciones.
Todo otro
adorno sobra y, si sobra, aunque se lo pongan en Sèvres, es retórica,
barroquismo, engaño, trompe-l’oeil,
sugerencia de que hay más de lo que hay, formas que no son necesarias al ser:
el plato instrumentalizado con algún fin, una exhibición de algo, o un bibelot,
platos de colgar en los que la forma –la decoración en este caso, que es la que
revela, o encubre, o distorsiona al ser- ha robado al plato su ser de plato.
Concluye que estos nuevos diseños tienen lo suyo aunque con un pero. “Y
entonces, podemos decir, sin duda, que son bonitos. Pero la profunda,
simplicísima belleza del plato blanco con su lista azul ya no está ahí.”
Este pequeño recuerdo de Jiménez Lozano nos remite a la belleza sobria y
deja planteada una serie de cuestiones como las referidas a la subjetividad en
la apreciación estética, la importancia de los diseñadores, la innovación y sus
límites, etc. ¡Casi nada!
Todo ello a partir de aquellos platos blancos con una línea azul…
No hay comentarios:
Publicar un comentario