En diversas presentaciones el sufrimiento se hace presente a lo largo de la vida, forma parte de ella.
Pero
de ahí a instalarse en él de manera permanente, la cosa es muy diferente; diversos
autores aluden a ello.
En
esta tónica hay quienes -de acuerdo con un dicho popular del siglo XIX- “sólo
se permiten una alegría de Pascuas a Ramos”.
En
1866 Daniel Spitzer da su propio testimonio: “Me volví melancólico, aislado y
disperso, empecé a leer poemas líricos, y uno de mis amigos, pintor de
profesión, me pidió posar para él como sufridor taciturno.”
Aun
es posible dar un paso más en este camino, tal como lo refiere Wislawa Szymborska:
“Siempre hay personas que solo se sienten felices cuando son infelices”. Por su
parte, Pancho Bustamante señala que: “Hay
gente que se esfuerza por estar mal, se gozan en el dolor. Es una forma de
masoquismo”. Y no falta, de acuerdo con Mario Levrero, aquel que “siempre se coloca en lugar del
otro y sufre por cosas que muy probablemente el otro no sufra”.
También están quienes hacen de la vida
una sucesión de preocupaciones y no acaban unas cuando ya aparecen otras, por
lo que Byron L. Sherwin sostiene: “hay personas que se empeñan en llevar sobre
sus espaldas cargas innecesarias y a las que parece gustar estar siempre
preocupadas”. Y el mismo autor añade
En este sentido, me recuerdan a un viejo chiste: “¿Qué es un
telegrama judío? Uno que reza: “Empieza a preocuparte, obvian detalles”.
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