Tanto por sus escritos como
por el testimonio de quienes lo conocieron es posible suponer que don Pío
Baroja tuvo un carácter muy fuerte; no le interesaba complacer a quienes lo
leían o escuchaban y sus juicios con frecuencia eran lapidarios.
Sin lugar a duda las
diversiones eran muy poco lo que le divertían. En 1947, cuando los inicios de
la España franquista y del reciente final de la Segunda Guerra Mundial,
escribía: “El hombre de nuestro tiempo, más que inmoral es bruto. Le gustan las
diversiones estúpidas y un poco infantiles, quiere comer, beber y lucir.” A
partir de ello no queda más que esperar sus descalificaciones al respecto.
Con el pasar del tiempo he sido menos aficionado a los
espectáculos. Creo que no he estado nunca en un partido de fútbol, corridas de
toros he visto una de chico y no me gustó nada, en teatros hace más de treinta
años que no he estado, y de cine sonoro creo que no conozco más que una
película, El desfile del amor y fui a
verla por compromiso.
Opina que las diversiones
-entre las que incluye también a las exposiciones de pintura- constituyen una
forma de evitar la soledad y lo que ella trae consigo. “El hombre actual no quiere calentarse la cabeza en la
soledad y, después de moverse y de intrigar, busca la diversión colectiva y
espectacular.”
Para
Baroja las cosas llegan al extremo cuando ya por aquellos entonces había
quienes seguían las vicisitudes de un espectáculo por medio de la radio.
Lo extraño es que llegue en su afición a gustar de sus
diversiones de una manera metafísica, porque oír los lances de una corrida de
toros o de un partido de fútbol por la radio parece pura metafísica. Son
también manifestaciones de la demagogia del tiempo. Esta existe en todos los
órdenes.
Es
posible que respaldara a Charles Baudelaire -citado por Wislawa Szymborska- quien
advertía que: “Es necesario trabajar, si no por amor, al menos
sí por desesperación, porque si lo pensamos bien, el trabajo aburre menos que
la diversión…”
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