Hay quienes por muy distintas circunstancias deciden
permanecer en el anonimato. Las razones son muchas y entre ellas podemos
identificar la de salvar el pellejo, cobardía, estrategia publicitaria, pánico
escénico, etc.
Pero están aquellos que han sido y son condenados al
anonimato. Hay expresiones que aluden a ellos como nadies, ninguneados,
invisibles… En este caso también es posible enunciar algunos motivos: personas
en cuya vida nadie se ha detenido, que realizan obras a las que no se otorga
reconocimiento alguno, no faltan nombres que se han querido borrar de la
Historia, etc.
Los repartos de honores nunca son inocentes por lo que
las paradojas quedan a la vista de todos. Así pues enormes aportes pasaron
desapercibidos permaneciendo en el anonimato; mientras que en algunos casos se
conceden oropeles, aclamaciones y placas con nombres en gran tamaño para lo que
no debió ser (en este mismos espacio nos referimos en una ocasión al afán de
inauguracionismo https://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.com/2014/06/inauguracionismo.html)
Como no podía ser de otra manera el ámbito de la
cultura no es ajeno a esta cuestión, tal como lo pone de manifiesto Giovanni
Papini.
Y quisiera creer que los mejores, entre nosotros, son los
absolutamente desconocidos; no aquellos que asomáronse y renunciaron sino los
que supieron ocultarse heroicamente en el anónimo, y a los que no es posible
reconocer ni conocer.
Los más grandes poetas, los más certeros filósofos, los
artistas menos imperfectos hállanse entre los desconocidos que pasan a nuestro
lado por la calle, y que no figuran más que en el registro civil, ignorados en
su verdadero ser incluso por los que todos los días comen con ellos, en la
misma mesa.
Así
es como, según Papini, es posible encontrarnos con “(…) un alma que no quiere
perder la posesión de las estrellas por ir detrás de unas lentejuelas de
carnaval.”
Aun cuando se han venido presentando cambios de
consideración, la Historia continúa siendo muy arbitraria en sus modos de
escribirse y llegados a este punto conviene evocar el conocido texto de Bertolt
Brecht “Preguntas de un obrero que lee”
¿Quién
construyó Tebas, la de las siete Puertas?
En
los libros aparecen los nombres de los reyes.
¿Arrastraron
los reyes los bloques de piedra?
Y
Babilonia, destruida tantas veces,
¿quién
la volvió siempre a construir?
¿En
qué casas
de
la dorada Lima vivían los constructores?
¿A
dónde fueron los albañiles la noche en que fue terminada la Muralla China?
La
gran Roma
está
llena de arcos de triunfo. ¿Quién los erigió?
¿Sobre
quiénes
triunfaron
los Césares?
¿Es
que Bizancio, la tan cantada,
sólo
tenía palacios para sus habitantes?
Hasta
en la
legendaria
Atlántida,
la
noche en que el mar se la tragaba, los que se hundían,
gritaban
llamando a sus esclavos.
El
joven Alejandro conquistó la India.
¿Él
solo?
César
derrotó a los galos.
¿No
llevaba siquiera cocinero?
Felipe
de España lloró cuando su flota
Fue
hundida. ¿No lloró nadie más?
Federico
II venció en la Guerra de los Siete Años
¿Quién
venció
además de él?
Cada
página una victoria.
¿Quién
cocinó el banquete de la victoria?
Cada
diez años un gran hombre.
¿Quién
pagó los gastos?
Tantas
historias.
Tantas
preguntas.
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