martes, 17 de julio de 2012

El tiempo tan necesario y tan escaso


Con razón se ha señalado el error en que incurrimos cuando decimos que el tiempo pasa, cuando en realidad somos nosotros los que pasamos en el tiempo. Asimismo existen distintas maneras de representar al tiempo, por lo general se lo percibe como una línea (la llamada línea del tiempo). También hay culturas que lo representan como un espiral en el está en juego su propia existencia ya que en la línea uno se aleja irremediablemente de los acontecimientos del pasado, mientras que el espiral procura conjurar el olvido al recordar cíclicamente el pasado (en particular aquellos acontecimientos que es muy importante evocar con regularidad como forma de impedir el que vuelvan a ocurrir). 

Illustración: Margarita Nava
También existen tiempos urbanos y rurales; de invierno y verano; de trabajo y ocio; de infancia y adultez. 

En un trabajo titulado “El mundo actual y sus desafíos” señalábamos que actualmente –retomando la expresión de Heidegger- “el tiempo se ha transformado en rapidez”, por lo que no es fácil seguirle el paso a nuestra época. Estamos inmersos en una cultura donde lo instantáneo e inmediato adquiere valor fundamental mientras que, por el contrario, existe pérdida de paciencia y cualquier espera mínima (por ejemplo frente a la pantalla de la computadora) nos parece una pequeña eternidad.

Y agregábamos que los nuestros son tiempos “adelantados”: la adolescencia cada vez llega antes, los productos y adornos navideños se exhiben desde comienzos de noviembre, las campañas electorales dan inicio dos años antes de las elecciones… Pero no sólo se trata de que vivimos en tiempos acelerados sino también imprevisibles: muchos de los cambios que se han presentado en décadas recientes no pudieron ser anunciados ni con un mínimo de antelación. De allí la sensación de que esas transformaciones irrumpieron súbitamente en la historia; en síntesis, no vivimos épocas propicias a los pronósticos confiables. Según Pascal Bruckner y Alain Finkielkraut

Sucede cualquier cosa menos la que está prevista, nadie termina su vida tal como la había programado. Y éste es el milagro de nuestro tiempo: vivimos, es evidente, una “época formidable”, hay que admitirlo sin la menor ironía. Pues los períodos más apasionantes son siempre los períodos de las grandes inseguridades y angustias, o sea también los períodos de gran confrontación. De ahí puede salir tanto lo peor y más inmundo como los mejor y los matrimonios más increíbles.

Resulta evidente el ritmo vertiginoso que adquieren los cambios; de allí la pertinencia de lo expresado por Paul Valéry en cuanto a que “el futuro ya no es lo que era”.
Por todo ello las cosas se complican a la hora de valorar los cambios que se han venido produciendo y las opiniones a ese respecto están muy polarizadas. Por ejemplo, en cuanto a las novedades tecnológicas hay quienes las valoran como una mejoría indiscutible para el desarrollo humano pero tampoco han faltado críticos como José Narosky para quien: “La tecnología ayuda a avanzar. Y a retroceder”. Incluso respecto a la noción de progreso, Ernesto Sábato plantea una singular paradoja: “A veces el progreso es reaccionario”.

Tal vez el problema sea que, uniendo lo señalado previamente, con las prisas en las que vivimos no nos tomamos el tiempo necesario para hacer una evaluación sensata de las transformaciones. En esto, como en tantas otras cosas, la sabiduría de la cultura china puede ayudar a orientarnos y a tales efectos conviene citar un ejemplo. En 1989 se dieron cita en Francia los mandatarios de muchos países que fueron invitados para sumarse a la celebración de los doscientos años de la Revolución Francesa. En ese entorno la prensa internacional interrogó a los diversos jefes de estado quienes competían en sus elogios a dicho acontecimiento. Sin embargo cuando se le solicitó su opinión a Zhou En-Lai (máxima autoridad china en ese momento) se limitó a responder: “Aún es demasiado pronto para decirlo”.

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