martes, 26 de febrero de 2013

Corrupción: variaciones sobre un mismo tema 1/4

No tenemos datos acerca de cómo se la gastaban en este tema las culturas autóctonas pero sí de algunos sucesos en tiempos de la conquista. Al respecto señala Renato Leduc
 
[...] respecto a la corrupción, debe tomarse en cuenta que en México el primer corrupto fue el propio Hernán Cortés, porque si se lee a Bernal Díaz del Castillo en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, se podrá observar que los mismos soldados españoles componían octavillas quejándose de las chingas que les paraba don Hernando cada vez que de repartir los botines se trataba.

Todo parece indicar que el asunto se origina en que, cuál correspondía a los usos y costumbres vigentes entre los conquistadores, una vez controlada la grandiosa ciudad de Tenochtitlan y aplacados los focos de resistencia entre la población nativa, fue necesario abocarse a la distribución del botín de guerra. No es difícil imaginar que el tema tendría su complejidad dado que se deberían contemplar diversas variables: normas acordadas desde antes de cruzar el océano, jerarquías existentes entre los invasores, desigual desempeño de cada quien en función de su arrojo y valentía, destreza individual para apropiarse de lo ajeno, y varios etcéteras. A lo anterior habría que agregar las disputas por haberse agenciado algo lo suficientemente pequeño como para guardárselo sin incluirlo en el inventario colectivo. Por otra parte es posible suponer la existencia de prebendas para quienes hicieran valer su amiguismo o compadrazgo con las principales autoridades. Además hay que tener en cuenta que la corona procuraba desempeñar funciones de contraloría a la distancia con el objeto de no ver mermados sus tesoros, considerando a los conquistadores como empleados a comisión. En fin, que la repartija no era cosa sencilla.

 Cuando la soldadesca concurrió a Coyoacán, uno de los lugares de residencia de Cortés, para ver de a cómo y de a cuánto les tocaba, rápidamente cundió el desaliento entre aquellos hombres que habían calculado para sí un botín mucho más generoso que el que efectivamente habían recibido. Por lo visto ya desde aquellas lunas y aquellos soles era de todos conocido que “el que parte y reparte se queda con la mejor parte”, por lo que poco a poco fue tomando cuerpo el rumor de que Cortés resultó el verdadero ganón y que había despojado a sus compañeros de armas de lo que en realidad les correspondía del tesoro de Moctezuma. Es posible suponer que la libertad para manifestar públicamente el descontento estaba limitada y que quien desafiara esa censura correría riesgos de que no solo le quitaran riquezas materiales sino la propia vida. Por tanto había que irse con cuidado sin dejar de denunciar la arbitrariedad.

En este contexto aparecieron los primeros graffiti de que se tiene noticia por estas latitudes. Protegidos por la noche y amparados en el anonimato hubo quienes escribieron en las paredes de la casa de Cortés los motivos de su agravio. Según el historiador Alejandro Rosas

Por la mañana, Cortés encontraba su propiedad pintada y ordenaba cubrirla de cal nuevamente. Al anochecer se repetía la escena y aparecían nuevas frases lacerantes: “Oh qué triste está la ánima mea hasta que todo el oro que tiene acomodado Cortés y escondido lo vea”. Cansado de las falaces acusaciones, Cortés escribió en su propio muro: “¡Pared blanca, papel de necios!”, creyendo que con eso sería suficiente; pero la respuesta fue ingeniosa: “Y aun de sabios y verdades”.
 
Rafael Barajas, El Fisgón, presenta otra versión de lo que acontecía por aquellos entonces

Uno de los primeros actos de gobierno de Hernán Cortés fue quemarle los pies a Cuauhtémoc para que le dijera dónde estaba el famoso tesoro de los aztecas; un soldado gachupín le reclamó a don Hernando su parte del reparto con estos versos:
Cortés, quemaste los pies
A Guatemoc por el oro
Y aqueste es el día que añoro
Que a este súbdito le des
Una brizna del tesoro
Aunque lo escondas después.

En tiempos de la Colonia la corrupción se hizo presente de muchas maneras y, de acuerdo con José N. Iturriaga, los propios virreyes se vieron implicados en la cuestión.

La corrupción de los virreyes a veces se iniciaba desde la obtención misma del cargo, «dándose los virreinatos a quien más dinero da, comprando este puesto por trescientos mil pesos y a veces por más» (Francisco de Seijas, 1650-?, pariente del arzobispo de México). La recuperación de lo invertido empezaba a planearse aun antes de viajar a México: tomaban en España «las providencias con los mercaderes» para poner aquí almacenes de importación, donde «se venden de ordinario los mayores contrabandos»; incluso hubo virrey que al efecto tenía sus propios barcos. Los cohechos que recibían con frecuencia estaban disfrazados de obsequios (como hoy en día) e incluían comestibles a tal grado que «suelen tener los criados tiendas particulares en que venden muchos de los regalos». Sólo en la Navidad de 1693 «ganó la virreina 78 500 pesos».
Además, los virreyes y otras autoridades solían vender los cargos públicos y asimismo los ceses de enemigos: «Con dar una suma de dinero al virrey, no ha menester más para que lo depongan y saquen. Para mantenerse en un puesto, es forzoso que en las Pascuas envíe cada uno su regalo y que lo reiteren todos los días de las fiestas de su santo y los de sus mujeres».
Como se ve, los tiempos no han cambiado: «No queriendo un virrey, un presidente o un oidor que una demanda o pleito civil o criminal se vea, no lo conseguirá ningún litigante si no es que compre la justicia a fuerza de plata y de oro y de regalos».
Todo esto se reflejaba también en un lujo y ostentación desmedidos por parte de los virreyes: «No hay rey en toda Europa que salga de su palacio real con más lucido acompañamiento».

Todo parece indicar que de aquellos entonces al presente han cambiado los caudales a repartir así como sus apropiadores, pero no la trama. Veamos algunos ejemplos.

José N. Iturriaga cita la opinión que expresa sobre este tema el aristócrata ruso Ferdinand Petróvich Wrangel quien viajó por México entre diciembre de 1835 y abril de 1836 recorriendo la ruta San Blas, en Nayarit a Guadalajara, ciudad de México y el puerto de Veracruz.

La raíz del mal reside en la absoluta inmoralidad que prevalece entre la población blanca (…) Esta generación no tiene la menor idea de lo que es honradez ni conoce el amor propio de un alma noble ni sabe nada de la religión ni del amor a la patria. El mexicano, comenzando por el presidente [Santa Anna] y terminando por el último oficial o empleado, siente tal avidez por la riqueza que es capaz de sacrificarlo todo en el mundo con tal de satisfacer ésta su ciega ambición. Se forman partidos, se representan dramas de ridículas revoluciones sin fin; se hacen leyes y ello con el único fin de saciar su codicia. Se roban el tesoro público con una desfachatez increíble. Los empleados de la aduana son los peores contrabandistas. Los jueces son los primeros en violar la justicia. A cualquiera se puede comprar (...) Los oficiales son cobardes y groseros (...) Con una dirección interna desordenada, con constantes motines, con la ambición desorbitada de los funcionarios encaminada hacia su enriquecimiento particular, es natural que a pesar de los inagotables recursos naturales que posee el país, favorecido en todos los aspectos por la naturaleza, el tesoro público esté pobre y no alcance el dinero para los gastos más indispensables (...) Así el país se hunde cada vez más en el abismo de la confusión y del vicio.

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