Buen oficio el de convocador
de risas. Cómico, según el diccionario, es el autor y/o actor de comedias, aquél
que hace reír. Se le llamaba cómico de la legua a quien actuaba en poblaciones
pequeñas, muchas veces muy apartadas de los principales centros urbanos. No es difícil
imaginar la alegría que suscitaba su llegada en aquellos pueblos donde tan
difícil era encontrar la novedad en medio de la rutina. Dice Eduardo Haro
Tecglen
El
anuncio de “¡Que vienen los cómicos!” –alguien había visto la carreta
levantando el polvo del camino- era una buena noticia cuidadosa: se iba a pasar
bien con aquellos truhanes disfrazados y pintados, se iban a ver algunas
pantorrillas, y hasta bailar con esas chicas en la plaza (…)
No es difícil imaginar las
dificultades de quienes se dedicaban a este noble oficio. Una de ellas tenía
que ver con la siempre dificultosa asistencia de público en sus espectáculos
itinerantes y todo parece indicar que éste no fue un problema menor. De esta
manera la inseguridad era una amenaza permanente para el cómico y se agudizaba
en tiempos de crisis aunque, de acuerdo con Fernando Fernán Gómez, la crisis ha
estado desde siempre.
(…) aunque
no existen documentos que lo demuestren, es casi seguro que cuando Tespis en su
famoso carro inventó el teatro, mientras recorría los caminos de la Hélade
buscando donde detenerse a echar función, murmuraba: “¡Vaya crisis teatral que
hay este año!”.
Ninguna persona sensata
quería para sus seres amados un oficio tan inestable, pero contra la fuerza
huracanada de la vocación no hay quien pueda. Fernando Fernán Gómez rememora la
reacción de su abuela cuando él manifestó su interés por ser cómico.
Recuerdo
que en tiempos de mi infancia y adolescencia, cuando en casa se planteaba la
cuestión de mi dudosísimo porvenir, a mi abuela se le saltaban las lágrimas y
suplicaba: “¡Cómico, no; cómico, no! Dale
un oficio limpio, Carola (Carola era mi madre, actriz), ¡un oficio limpio!”.
Con
esto mi abuela no quería decir que el de cómico fuera un oficio sucio, sino
algo peor: no era ni oficio. (…)
Mi
abuela no iba descaminada, porque el oficio de cómico siempre ha tenido mala
fama, varias malas famas: oficio de vagos, de horteras, de vagabundos, de
libertinos. Pero, por encima de todas las otras, fama de inseguro.
Sucedió que los cómicos tan
queridos y esperados en los pueblos se fueron ganando (o les fueron
atribuyendo, ¡vaya uno a saber!) fama de poco honestos. Experiencias previas
llevaban a las personas mayores a recomendar que a su llegada se extremaran las
precauciones, porque –como dice Haro Tecglen- “había que vigilar las gallinas”.
Más allá del temor que siempre ocasiona el arribo de forasteros a comunidades
muy cerradas, es posible que algún cómico con hambre pueda haber justificado
aquel exhorto.
Hasta ahora nos hemos
limitado al caso de España, pero esta mala fama trascendía fronteras. Groucho
Marx se refiere a lo que acontecía al inicio de su trayectoria. “En aquella época, la posición de un actor en la sociedad
estaba entre la de un gitano echador de cartas y un carterista. Cuando un
espectáculo de cómicos ambulantes llegaba a una pequeña ciudad, las familias
encerraban bajo llave a sus hijas, corrían los cerrojos y ocultaban los objetos
de plata.”
Y México no fue la excepción.
Emma Roldán, citada por Miguel Ángel Morales, señala que “(…) los cómicos
tenían muy mala fama. En los hoteles ponían letreros que decían: Prohibida la entrada a perros y a cómicos...”
(es importante reparar en el orden de exclusión). Añade Morales que entre los años 1910 y 1920
un hotel exhibía el siguiente anuncio: "Aquí no se reciben ni cómicos ni
toreros".
Con el paso del tiempo la
palabra cómico fue cediendo espacio a la de actor. Sin embargo hubo casos, como
el de Fernando Fernán Gómez, que resistieron al cambio. En relación a él,
señala Eduardo Haro Tecglen, le gusta esa palabra que “tiene en español algo de peyorativo, y algo
de sorprendente alegría. (…) Le gusta a Fernando esa palabra para sí mismo (…)”
Y tanto que hizo su abuela
por quitársela de la cabeza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario