Pero no se vaya a caer en el error de considerar que existe
unanimidad en reprobar la corrupción y los actos delictivos que ella acarrea.
Hay quienes se conforman con las migas, tal como lo establece el dicho: “Está
bien que los políticos roben, pero que salpiquen”. Al respecto afirma Jorge G.
Castañeda
Para ilustrar brevemente cómo ha
persistido esta peculiaridad del gobierno colonial basta ver una encuesta levantada
en México en 2003. Preguntaba a los encuestados si están de acuerdo o no, en
que "un funcionario público puede aprovecharse de su puesto siempre y
cuando haga cosas buenas" o, como se dice coloquialmente si "salpicara":
el 48% dijo que sí.
Una frase acuñada por Pancho Liguori, aunque no falta
quien la atribuye a Carlos Monsiváis, sintetiza el punto en forma contundente:
“Amistad que no se refleja en la nómina es pura demagogia.”
En un tema
como el que nos ocupa se impone alguna consideración sobre la mordida que
constituye una de las formas predilectas de la corrupción y que según Joaquín
Antonio Peñalosa no es un producto típico nacional.
Acorralado por obstáculos insalvables,
(el ciudadano) suele recurrir a la mordida como el expediente más seguro y
rápido que todo lo arregla: reparación de leyes violadas, trasgresión de leyes,
permisos y autorizaciones, concesiones y prebendas, credenciales de toda laya.
La mordida es el papel que suple a los que faltan. Llave maestra para cualquier
acceso. "Sésamo, ábrete". Fuente de los milagros. Causa de nuestra
alegría y de la ajena.
No faltan los que piensan, porque
piensan poco, que la mordida es producto típicamente nacional, en filo con los
antojitos y las danzas autóctonas. Como práctica que corrompe la justicia, la
mordida es fenómeno universal. Tan antiguo como la ley. Tiene la misma edad de
los códigos. Hecha la ley, hecha la mordida.
Sin ir tan lejos, la mordida fue agua
de uso en la España del siglo XVI, tan vitalmente vinculada a nosotros, cuando
éramos y nos llamábamos la Nueva España. Jugosas y vitaminadas mordidas existieron
allá, en tiempos de Carlos V y Felipe II, cuando se trataba de aplicar el
"juicio de residencia", que equivaldría a nuestra ley de
responsabilidades para funcionarios públicos.
Si la realidad de la mordida no es de
origen mexicano, tampoco el nombre. Algunos diccionarios de mexicanismos
registran las palabras morder, mordida y mordelón como voces indígenas y nuestras,
cuando son de obvia extracción española.
Precisamente en esa misma España del
XVI, el soborno judicial, el cohecho, se llamaba mordida entre el vulgo. Suárez
de Figueroa en su obra El pasajero,
describe el método de la mordida que, con variantes cada vez más sutiles, es el
mismo que hoy se estila. Sólo que entonces le llamaban "mordedores" a
quienes ahora graduamos de "mordelones". Cuestión de dos letras diversas,
la misma y única realidad. El arreglo fácil y expedito de un trámite por la vía
más sonante y contante.
Otro nombre, antiguo de cuatro siglos,
con que en España se designó al soborno era, y sigue siendo entre nosotros, el
"unto". Untar vale tanto como sobornar y vale demasiado. Por lo que
cuesta y por lo que se obtiene. De este aceite prodigioso que todo lo cura,
escribió Miguel de Cervantes en El rufián
viudo: "Aunque el alguacil viniera no nos hiciera mal; yo lo sé por
cierto, que no puede chillar porque está untado". Lo que pudiera traducirse
en mexicano: "Nadie puede resistir un cañonazo de cien mil del
águila".
(…) untar. Aplicar y extender superficialmente aceite u otra materia
pingüe (grasa gorda, mantecosa) sobre una cosa. La untada es una rebanada de
pan con tocino, manteca y otras menudencias. Y así, untando, untando, se va
llegando a corromper o sobornar con dones o dineros. Untar también es quedarse
con algo de las cosas que se manejan, por ejemplo, dinero, valores,
instituciones, dignidad de las personas, valores espirituales y otras
jerarquías.
Así resulta con que la mordida, ni
como práctica ni como palabra, es exclusiva institución de México. Contra lo
que se dice por ahí, en verdad que sí es consuelo el mal de muchos.
En la institucionalidad de la mordida,
todos los hombres necios tenemos culpa. El que la tolera, el que la da y el que
la recibe. Nuestra Sor Juana Inés versificaba: "Unos pecan por la paga y
otros pagan por pecar”.
En un
artículo de 1969, Jorge Ibargüengoitia conceptualiza a la mordida y analiza sus
entresijos. Su opinión respecto a la posibilidad de abolir esta práctica, es
francamente pesimista.
La mordida, nos dicen los expertos, es
una transacción voluntaria entre un particular y un representante de la
autoridad, en la que el primero entrega al segundo una determinada cantidad de
dinero y el segundo lleva a cabo una acción que es contraria a la ley, deja de
cumplir con su deber o se hace de la vista gorda.
Ésta es la mordida positiva, porque
hay otra, la negativa, en la que el particular paga porque le apliquen la ley.
(…)
Pero vamos a ver, ¿por qué muerde la
gente y por qué acepta ser mordida? El que muerde lo hace porque tiene un
sueldo ridículo. El que se deja morder lo hace porque no quiere meterse en
líos. ¿Quiénes son los que determinan el sueldo del que muerde y los que inventaron
el trámite difícil al que no quiere someterse el mordido? Las autoridades.
Hemos llegado a la primera conclusión: las autoridades son las primeras y
originales causantes de la mordida. (...)
Ahora bien: supongamos que somos la
autoridad y que queremos acabar con la mordida. ¿Qué hacemos? La hacemos
innecesaria para el que muerde e incosteable para el mordido. Aumentamos el
salario del primero y le facilitamos el trámite al segundo. Con el aumento de
infracciones pagamos el aumento de salarios. Parece muy sencillo. Pero tiene un
bemol: ¿qué aliciente tienen los representantes de la autoridad para levantar
infracciones? Si tiene un salario asegurado que basta para satisfacer sus necesidades
y la mordida es incosteable, lo más probable es que se queden dormidos en una
esquina. Entonces nosotros, la autoridad, estamos en un aprieto, porque tenemos
que seguir pagando salarios y no tenemos ingresos.
Hemos llegado a la (…) conclusión: la
única solución de la mordida es cancelar las leyes y disolver las autoridades.
Veinte años
después, Rafael Solana ve con escepticismo los intentos para desterrar la
mordida que ya está incorporada en la tradición.
(...) se sigue mordiendo con la misma
alegría y la misma furia de ayer, de antes de ayer y de siempre. Sólo una
diferencia ha podido notarse, y es que ya las mordidas no son del mismo tamaño,
sino han crecido al parejo de todo lo que en un país en desarrollo crece. Las
recordamos cuando era de cinco o diez pesos; dejaba uno el billetito dentro de
la carterita en que iba la licencia; le pedían a uno “sus documentos”,
entregaba uno ése, y se hacía de la vista gorda cuando al sernos devuelto
notábamos esa falta. Después fueron, de veinte, y más tarde de cincuenta o de
cien (...)
Qué difícil es desarraigar las
tradiciones. Y la de la inmoralidad es una bien fincada, bien maciza, y ni con
leyes se le puede desterrar, porque los decretos tienen antidecreto y las
iniciativas tienen congelación, y las costumbres tienen fuerza. Mordidas, seguirá
habiéndolas júrenlo ustedes. Sólo que más grandes cada vez.
Existen
servidores públicos y representantes de la iniciativa privada que son muy
directos a la hora de exigirla y fijan una tarifa innegociable. Otros son más
discretos: “colabore para el chesco o para la chela”. Hay quienes confían en su
cliente: “ahí lo dejo a su criterio”.
Ahora que si el criterio se queda corto o la búsqueda de billetes no da color,
no falta el exhorto amigable: “A ver, rásquese tantito para ver si le acompleta”. No todas las
mordidas son convenidas por cantidades menores a pie de banqueta, sino que los
mordelones de cuello blanco se manejan en otros niveles y con otras cantidades.
Por cierto que empresas que en los medios patrocinan campañas de educación en
valores, no dudan en untar generosamente las manos de los tomadores de
decisiones con tal de resultar beneficiadas en negocios que son de su interés.
Por otra
parte entre los periodistas también hay quienes le entran al negocio. Dice
Jorge Saldaña que la práctica del chayote
nació en el período del presidente López Mateos cuando se repartieron dineros
junto a una mata de chayote. Así no faltó el periodista que afirmara: “sin
chayo, no me hayo”.
Existen
cálculos del monto total que alcanzan los gastos por concepto de mordidas para
el caso de México: The Economist,
citado por Rodrigo Centeno y Rafael Ch. lo estima para el año 2010 en 32 mil
millones de pesos.
Por otra
parte, una prueba irrefutable de la enorme confianza con que cuenta la mordida
en tanto procedimiento que aceita las decisiones favorables, queda de
manifiesto en las costumbres de una comunidad que supone que su uso también
resulta muy eficaz para adquirir el derecho a la eternidad. El relato es de
Roberto Blanco Moheno.
(…) Los indios de Tequila, en el
pueblo de la sierra de Veracruz entre Orizaba y Zongolica que a la madrugada,
en el velorio de su tata –el más viejo de la comunidad- hacen una colecta de
los pocos centavos que tienen y echan la morralla en el toco cajón para
explicarle a mi padre, que pregunta la razón de tan singular hecho:
-Es que, ¿sabe usté?, San Pedro es
gachupín y esta es la mordida pa que nuestro difunto pueda entrar al Cielo.
Así pues, con el devenir del tiempo –y como es muy fácil
advertir- no ha desaparecido el desigual reparto del botín al que aludimos al
inicio del texto, ni la corrupción en sus diversas variantes. Día a día se
suceden las denuncias de malversación de los fondos públicos, lo que llevó a
que Carlos Monsiváis, con su habitual ironía, sentenciara: “para que se acaben
los escándalos políticos, es preciso legalizar la corrupción”.
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