jueves, 7 de marzo de 2013

Corrupción: variaciones sobre un mismo tema 4/4


Pero no se vaya a caer en el error de considerar que existe unanimidad en reprobar la corrupción y los actos delictivos que ella acarrea. Hay quienes se conforman con las migas, tal como lo establece el dicho: “Está bien que los políticos roben, pero que salpiquen”. Al respecto afirma Jorge G. Castañeda

Para ilustrar brevemente cómo ha persistido esta peculiaridad del gobierno colonial basta ver una encuesta levantada en México en 2003. Preguntaba a los encuestados si están de acuerdo o no, en que "un funcionario público puede aprovecharse de su puesto siempre y cuando haga cosas buenas" o, como se dice coloquialmente si "salpicara": el 48% dijo que sí.

 
Una frase acuñada por Pancho Liguori, aunque no falta quien la atribuye a Carlos Monsiváis, sintetiza el punto en forma contundente: “Amistad que no se refleja en la nómina es pura demagogia.”
                                                                     

En un tema como el que nos ocupa se impone alguna consideración sobre la mordida que constituye una de las formas predilectas de la corrupción y que según Joaquín Antonio Peñalosa no es un producto típico nacional.

Acorralado por obstáculos insalvables, (el ciudadano) suele recurrir a la mordida como el expediente más seguro y rápido que todo lo arregla: reparación de leyes violadas, trasgresión de leyes, permisos y autorizaciones, concesiones y prebendas, credenciales de toda laya. La mordida es el papel que suple a los que faltan. Llave maestra para cualquier acceso. "Sésamo, ábrete". Fuente de los milagros. Causa de nuestra alegría y de la ajena.
No faltan los que piensan, porque piensan poco, que la mordida es producto típicamente nacional, en filo con los antojitos y las danzas autóctonas. Como práctica que corrompe la justicia, la mordida es fenómeno universal. Tan antiguo como la ley. Tiene la misma edad de los códigos. Hecha la ley, hecha la mordida.
Sin ir tan lejos, la mordida fue agua de uso en la España del siglo XVI, tan vitalmente vinculada a nosotros, cuando éramos y nos llamábamos la Nueva España. Jugosas y vitaminadas mordidas existieron allá, en tiempos de Carlos V y Felipe II, cuando se trataba de aplicar el "juicio de residencia", que equivaldría a nuestra ley de responsabilidades para funcionarios públicos.
Si la realidad de la mordida no es de origen mexicano, tampoco el nombre. Algunos diccionarios de mexicanismos registran las palabras morder, mordida y mordelón como voces indígenas y nuestras, cuando son de obvia extracción española.
Precisamente en esa misma España del XVI, el soborno judicial, el cohecho, se llamaba mordida entre el vulgo. Suárez de Figueroa en su obra El pasajero, describe el método de la mordida que, con variantes cada vez más sutiles, es el mismo que hoy se estila. Sólo que entonces le llamaban "mordedores" a quienes ahora graduamos de "mordelones". Cuestión de dos letras diversas, la misma y única realidad. El arreglo fácil y expedito de un trámite por la vía más sonante y contante.
Otro nombre, antiguo de cuatro siglos, con que en España se designó al soborno era, y sigue siendo entre nosotros, el "unto". Untar vale tanto como sobornar y vale demasiado. Por lo que cuesta y por lo que se obtiene. De este aceite prodigioso que todo lo cura, escribió Miguel de Cervantes en El rufián viudo: "Aunque el alguacil viniera no nos hiciera mal; yo lo sé por cierto, que no puede chillar porque está untado". Lo que pudiera traducirse en mexicano: "Nadie puede resistir un cañonazo de cien mil del águila".

 
Luis Melnik profundiza en esta cuestión.

(…) untar. Aplicar y extender superficialmente aceite u otra materia pingüe (grasa gorda, mantecosa) sobre una cosa. La untada es una rebanada de pan con tocino, manteca y otras menudencias. Y así, untando, untando, se va llegando a corromper o sobornar con dones o dineros. Untar también es quedarse con algo de las cosas que se manejan, por ejemplo, dinero, valores, instituciones, dignidad de las personas, valores espirituales y otras jerarquías.

 
Esto le permite concluir a Peñalosa
 
Así resulta con que la mordida, ni como práctica ni como palabra, es exclusiva institución de México. Contra lo que se dice por ahí, en verdad que sí es consuelo el mal de muchos.
En la institucionalidad de la mordida, todos los hombres necios tenemos culpa. El que la tolera, el que la da y el que la recibe. Nuestra Sor Juana Inés versificaba: "Unos pecan por la paga y otros pagan por pecar”.

 
En un artículo de 1969, Jorge Ibargüengoitia conceptualiza a la mordida y analiza sus entresijos. Su opinión respecto a la posibilidad de abolir esta práctica, es francamente pesimista.
 
La mordida, nos dicen los expertos, es una transacción voluntaria entre un particular y un representante de la autoridad, en la que el primero entrega al segundo una determinada cantidad de dinero y el segundo lleva a cabo una acción que es contraria a la ley, deja de cumplir con su deber o se hace de la vista gorda.
Ésta es la mordida positiva, porque hay otra, la negativa, en la que el particular paga porque le apliquen la ley. (…)
Pero vamos a ver, ¿por qué muerde la gente y por qué acepta ser mordida? El que muerde lo hace porque tiene un sueldo ridículo. El que se deja morder lo hace porque no quiere meterse en líos. ¿Quiénes son los que determinan el sueldo del que muerde y los que inventaron el trámite difícil al que no quiere someterse el mordido? Las autoridades. Hemos llegado a la primera conclusión: las autoridades son las primeras y originales causantes de la mordida. (...)
Ahora bien: supongamos que somos la autoridad y que queremos acabar con la mordida. ¿Qué hacemos? La hacemos innecesaria para el que muerde e incosteable para el mordido. Aumentamos el salario del primero y le facilitamos el trámite al segundo. Con el aumento de infracciones pagamos el aumento de salarios. Parece muy sencillo. Pero tiene un bemol: ¿qué aliciente tienen los representantes de la autoridad para levantar infracciones? Si tiene un salario asegurado que basta para satisfacer sus necesidades y la mordida es incosteable, lo más probable es que se queden dormidos en una esquina. Entonces nosotros, la autoridad, estamos en un aprieto, porque tenemos que seguir pagando salarios y no tenemos ingresos.
Hemos llegado a la (…) conclusión: la única solución de la mordida es cancelar las leyes y disolver las autoridades.

 
Veinte años después, Rafael Solana ve con escepticismo los intentos para desterrar la mordida que ya está incorporada en la tradición.
 
(...) se sigue mordiendo con la misma alegría y la misma furia de ayer, de antes de ayer y de siempre. Sólo una diferencia ha podido notarse, y es que ya las mordidas no son del mismo tamaño, sino han crecido al parejo de todo lo que en un país en desarrollo crece. Las recordamos cuando era de cinco o diez pesos; dejaba uno el billetito dentro de la carterita en que iba la licencia; le pedían a uno “sus documentos”, entregaba uno ése, y se hacía de la vista gorda cuando al sernos devuelto notábamos esa falta. Después fueron, de veinte, y más tarde de cincuenta o de cien (...)
Qué difícil es desarraigar las tradiciones. Y la de la inmoralidad es una bien fincada, bien maciza, y ni con leyes se le puede desterrar, porque los decretos tienen antidecreto y las iniciativas tienen congelación, y las costumbres tienen fuerza. Mordidas, seguirá habiéndolas júrenlo ustedes. Sólo que más grandes cada vez.

 
Existen servidores públicos y representantes de la iniciativa privada que son muy directos a la hora de exigirla y fijan una tarifa innegociable. Otros son más discretos: “colabore para el chesco o para la chela”. Hay quienes confían en su cliente: “ahí lo dejo a su criterio”. Ahora que si el criterio se queda corto o la búsqueda de billetes no da color, no falta el exhorto amigable: “A ver, rásquese tantito para ver si le acompleta”. No todas las mordidas son convenidas por cantidades menores a pie de banqueta, sino que los mordelones de cuello blanco se manejan en otros niveles y con otras cantidades. Por cierto que empresas que en los medios patrocinan campañas de educación en valores, no dudan en untar generosamente las manos de los tomadores de decisiones con tal de resultar beneficiadas en negocios que son de su interés.
 
Por otra parte entre los periodistas también hay quienes le entran al negocio. Dice Jorge Saldaña que la práctica del chayote nació en el período del presidente López Mateos cuando se repartieron dineros junto a una mata de chayote. Así no faltó el periodista que afirmara: “sin chayo, no me hayo”.
 
Existen cálculos del monto total que alcanzan los gastos por concepto de mordidas para el caso de México: The Economist, citado por Rodrigo Centeno y Rafael Ch. lo estima para el año 2010 en 32 mil millones de pesos.

 
Por otra parte, una prueba irrefutable de la enorme confianza con que cuenta la mordida en tanto procedimiento que aceita las decisiones favorables, queda de manifiesto en las costumbres de una comunidad que supone que su uso también resulta muy eficaz para adquirir el derecho a la eternidad. El relato es de Roberto Blanco Moheno.
 
(…) Los indios de Tequila, en el pueblo de la sierra de Veracruz entre Orizaba y Zongolica que a la madrugada, en el velorio de su tata –el más viejo de la comunidad- hacen una colecta de los pocos centavos que tienen y echan la morralla en el toco cajón para explicarle a mi padre, que pregunta la razón de tan singular hecho:
-Es que, ¿sabe usté?, San Pedro es gachupín y esta es la mordida pa que nuestro difunto pueda entrar al Cielo.

 
Así pues, con el devenir del tiempo –y como es muy fácil advertir- no ha desaparecido el desigual reparto del botín al que aludimos al inicio del texto, ni la corrupción en sus diversas variantes. Día a día se suceden las denuncias de malversación de los fondos públicos, lo que llevó a que Carlos Monsiváis, con su habitual ironía, sentenciara: “para que se acaben los escándalos políticos, es preciso legalizar la corrupción”.

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