jueves, 14 de marzo de 2013

Los museos conjuran las malas pasiones


México es reconocido por la variedad y calidad de sus museos. Llama la atención de los turistas la cantidad de gente que los visita. Niños y adolescentes que van a cumplir con la tarea que le dejaron sus maestros, familias enteras que hacen domingo de museo, personas mayores que sin apuro recorren diversas exposiciones. El alto nivel de la museografía mexicana es reconocido en todo el mundo.

En el D.F. hay museos para todos los gustos. El Museo de Antropología e Historia, del Templo Mayor, del Castillo de Chapultepec, de Palacio Nacional, de Arte Contemporáneo, del Palacio de Bellas Artes, del Antiguo Colegio de San Ildefonso y el Rufino Tamayo se encuentran entre los más visitados. Otro tanto sucede con el Frida Kahlo, el Trotsky, el Anahuacalli y el de Dolores Olmedo por los rumbos de La Noria en Xochimilco. No son pocos quienes tienen predilección por el Franz Mayer y el de la Ciudad de México. El de las Culturas Populares en Coyoacán tiene una clientela propia siempre atenta a la siguiente exposición.  El escritor Carlos Monsiváis contribuyó al acervo de la ciudad con el Museo del Estanquillo. Pocos países, si es que alguno, tienen un Museo de las Intervenciones en que se documentan las invasiones extranjeras que hubo que resistir. El Museo del Juguete es un buen lugar para cultivar la nostalgia. Algunos de ellos invitan a ir solo una vez mientras que otros son de visita recurrente. En fin que la lista es interminable.

Los museos apelan principalmente a la mirada del visitante y en ellos es posible aprender historia, arte, arqueología, tecnología, fotografía, deporte, etc., pero también enseñan otras cosas y es por ello que Germán Dehesa recuerda a su maestra Rosario Castellanos. “Rosario Castellanos, la novelista, la traductora, la poeta, la dramaturga, la mujer entrañable y generosa, fue mi maestra y, tiempo después, me concedió la gracia de su cercanía. (…) Sus clases primero, y luego las largas charlas, me resultaron siempre emocionantes y sabias.” A continuación se centra en una de estas charlas en que su maestra le dijo

-¿Sabes, Germán, lo que más me gusta de los museos?... Que son espacios que te permiten la proximidad gratuita del arte; es decir, lo que te muestran no puede ser objeto de tu voluntad de poder, ni de tu necesidad de adquisición, ni de ninguna de esas malas pasiones que suelen acompañar a la presencia de la belleza. Las obras que admiran en un museo no las puedes adquirir, no te las puedes llevar a tu casa para que sean sólo tuyas, no las puedes emplear para que los demás se enteren de tu poder. Están ahí y son para todos. Basta con esto para defenderlas eficazmente de la estupidez humana que se manifiesta en el autoritarismo y en la posesividad. En el ámbito de un museo, te es otorgada la gracia de beneficiarte de la belleza en un total estado de gracia.

Aquella lección no cayó en terreno baldío y Dehesa añadió sus propias reflexiones al respecto.

Un golpe de luz me hizo ver el segundo y más importante sentido de lo que mi maestra me había dicho. ¿Y si la única manera de estar dignamente en la realidad consistiera en contemplar todo lo existente como parte de un inmenso y vertiginoso museo?; si esa flor, ese relámpago, ese pájaro, esa pena, ese cuerpo desnudo que se me ofrece, esa persona que me odia, esa mujer que me ama; todo, todo, se le impusiera a mis sentidos como emblema de lo que secretamente los museos te dicen: aquí está tu belleza y sólo puedes apropiarte de ella cuando haya muerto en ti el ímpetu de apropiación; ningún bien (y a la larga, todos son bienes) merece ser exclusivamente tuyo; recibe sus dádivas, disfruta de sus prodigios, consérvalos en la intimidad de tu inteligencia, pero no pretendas adueñarte de nada; todo es de la humanidad. Nada ni nadie –muy en especial, ese ser que amas-, merece ser considerado “propiedad”. Cuando en el gran museo del mundo ya no estés tú, todas las cosas, todos los seres, toda la belleza, ahí seguirán.

Aun cuando no deja de ser humano el afán de posesión que conduce a intentar adueñarse de la belleza, no es menor la resistencia que ella opone en este “gran museo del mundo”.

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