Pregunta
de cajón que viene en paquete con el saludo tradicional: ¡hola! En realidad se
trata de un formalismo ya que por lo general ni el que pregunta tendría el
tiempo suficiente para escuchar una larga exposición, ni el que responde el
tiempo o la disposición para realizar un autodiagnóstico a fondo o un
inventario personal. Es así que solo queda lugar para una serie de respuestas
sintéticas prefabricadas y que recorren un amplio espectro: “muy bien”, “bien”,
“más o menos”, “ahí la voy llevando”, “tirando”, “mal”, “de la chingada”. Este
repertorio posee también respuestas ambiguas y que prometen mayor información,
pero ahí se quedan. Son del tipo de: “¡si te contara…!”. No faltan las
irónicas: “bien… ¿o te cuento?”
Asimismo
existen respuestas ingratas como: “y…, no me puedo quejar”. ¡Pobre!, todo un
profesional de la queja al que la vida no le está dando la posibilidad de
ejercer.
Pero
no se vaya a creer que no hay salida: aun en terrenos tan formales es posible
innovar. Pocos son los que lo intentan y Edgardo Cozarinsky ofrece un ejemplo
de ello.
Marthe
Lahovary, la legendaria princesa Bibesco que aspiró a la amistad de Proust y
fue asidua memorialista, estaba invitada a pasar la Nochebuena de 1937 en
casa de su amiga Enid Bagnold, en Rottingdean, Sussex. Al reconocer en un
anciano tembloroso y vacilante que se acerca a saludarla al venerable novelista
Maurice Baring, le dirige la convencional pregunta: "How are you, my dear
friend?". No esperaba recibir una respuesta sincera, informativa, precisa:
"Soy un juguete roto. Por más que me den cuerda no pueden hacerme
funcionar. Ya no puedo leer, ya no puedo caminar, ya no puedo dormir, ya no
puedo escribir. Por lo demás, mi salud general es perfecta.".
Una
verdadera joya del género: concisa, profunda, irónica.
Y a
todo esto, usted ¿cómo está?
No hay comentarios:
Publicar un comentario