jueves, 13 de junio de 2013

Con aires de mar

A quienes nacieron en sus proximidades y desde niños con él se tutearon, el mar los acompañará de por vida. Hay lugares en el mundo en que sus pobladores son marineros por unanimidad: de alta mar o de costa. Uno de estos casos es Galicia (¿qué sería de la literatura gallega sin la presencia del mar?, el sólo pensarlo da escalofríos).
 
Los lugareños de estos parajes sufren del síndrome de abstinencia cuando han dejado de frecuentar el mar por algún tiempo, así sea no muy largo; tal es el caso de Álvaro Cunqueiro.
 
El mar es mucho más complejo, en su realidad y en su fantasía, que todo lo que podamos imaginar desde tierra firme. Va para ocho meses que no veo el mar, y esto me tiene un poco desazonado. Sueño con el mar, con sus olas que vienen hacia la tierra bravas o mansas, y con el dilatado horizonte marino (…)

 
Y para aquellos que por el contrario son gente de tierra adentro, de interiores, habría que garantizarles (Constitución mediante) su derecho a conocerlo antes pronto que tarde en el transcurso de sus vidas. A ello también se refiere Cunqueiro.
 
No, se debe, no, estar ocho meses sin ver el mar. Ya se que hay muchos españoles que no lo han visto nunca, y esto me entristece. Debía haber billetes de ferrocarril gratis para ir a ver el mar, los puertos, los barcos. España tiene tres mares hermosos y los españoles deben conocerlos. Sobre todo los niños.

 
Cuando la mezquindad y el afán de lucro es tan grande que obstaculiza el camino al mar, no queda más remedio que pasar a las medidas de fuerza. Hace ya algunos años Edmundo González Llaca reseñaba una nota periodística
 
 
(…) los campesinos franceses se lanzaron a la huelga bajo el lema: “nosotros también queremos ver el mar”. ¡Precisamente en la época en que veían pasar por la carretera a los felices vacacionistas que se dirigían a la playa!

 
¡Pocas reivindicaciones tan justas a la hora de enarbolar la bandera rojinegra!

 
En opinión de Álvaro Cunqueiro no hay mejores caminos que los del mar. “Yo, de rapaz, como ahora de hombre, tenía media imaginación llena de relaciones marineras. Y sabía tantas historias del mar como de la tierra. No hay más hermosos caminos que los del mar, que los caminos que saben los salmones y las goletas de antaño y que éstos de los grandes transatlánticos de hogaño.” Concluye diciendo: “Dan estos caminos poder, riqueza, fantasía.”          
 
En relación a esto último, es paradójico que el mismo mar que a algunos ofrece poder  a otros se los quita. Y es que tiene efectos adversos para los vanidosos y soberbios, los poderosos y autosuficientes, para aquellos que pretenden acercarse dictándole órdenes. ¡Pobres ingenuos! De ello da nota Luis Melnik.
 
El rey Canuto (Knut) (985-1035, Rey de Inglaterra, Noruega y Dinamarca) marchó con su corte a la orilla del mar para contemplar la puesta del Sol. Queriendo prolongar al máximo su placer decidió impedir la pleamar. Simplemente, dictó un decreto real prohibiendo la marea creciente. Sus consejeros, cortesanos y bufones se miraron inquietos, pero el rey era el rey. Todos permanecieron obedientes y sumisos en las arenas todavía secas, pero el mar no se dio por enterado y comenzó su irremediable tarea cotidiana. Al cabo de un rato, los asistentes presurosos debieron sacar a Canuto con trono y todo, húmedo y salado, de las espumas rebeldes. Marcharon silenciosamente de vuelta al castillo. El rey indignado con el mar. Los cortesanos mordiéndose los labios, para no soltar las carcajadas.

 
Y claro que ante la situación servida en bandeja, Melnik no pudo resistir a las consideraciones metafóricas.
 
Han pasado mil años y aún hoy algunos mandatarios mandones todavía presumen posible alterar algunas leyes inevitables y se empecinan en emitir decretos irracionales, nacidos para ser ignorados. Muchos de ellos se ahogan con facilidad. Otros, penosamente, siguen gozando de buena salud. Tantos flotan en la abundancia. Quizás alguna vez, uno de ellos se inquiete por los comunes ciudadanos que los mantienen, antes de que las olas los tapen. O los ciudadanos arrasen con ellos.

                                                                                 

 

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