A quienes nacieron en sus proximidades y desde
niños con él se tutearon, el mar los acompañará de por vida. Hay lugares en el
mundo en que sus pobladores son marineros por unanimidad: de alta mar o de
costa. Uno de estos casos es Galicia (¿qué sería de la literatura gallega sin
la presencia del mar?, el sólo pensarlo da escalofríos).
Los lugareños de estos parajes sufren del
síndrome de abstinencia cuando han dejado de frecuentar el mar por algún tiempo,
así sea no muy largo; tal es el caso de Álvaro Cunqueiro.
El mar es mucho más complejo, en su
realidad y en su fantasía, que todo lo que podamos imaginar desde tierra firme.
Va para ocho meses que no veo el mar, y esto me tiene un poco desazonado. Sueño
con el mar, con sus olas que vienen hacia la tierra bravas o mansas, y con el
dilatado horizonte marino (…)
Y para aquellos que por el contrario son gente
de tierra adentro, de interiores, habría que garantizarles (Constitución
mediante) su derecho a conocerlo antes pronto que tarde en el transcurso de sus
vidas. A ello también se refiere Cunqueiro.
No, se debe, no, estar ocho meses sin
ver el mar. Ya se que hay muchos españoles que no lo han visto nunca, y esto me
entristece. Debía haber billetes de ferrocarril gratis para ir a ver el mar,
los puertos, los barcos. España tiene tres mares hermosos y los españoles deben
conocerlos. Sobre todo los niños.
Cuando la mezquindad y el afán de lucro es tan
grande que obstaculiza el camino al mar, no queda más remedio que pasar a las
medidas de fuerza. Hace ya algunos años Edmundo González Llaca reseñaba una
nota periodística
(…) los campesinos
franceses se lanzaron a la huelga bajo el lema: “nosotros también queremos ver
el mar”. ¡Precisamente en la época en que veían pasar por la carretera a los
felices vacacionistas que se dirigían a la playa!
En opinión de Álvaro Cunqueiro no hay mejores caminos que
los del mar. “Yo, de rapaz, como ahora de hombre, tenía media imaginación llena
de relaciones marineras. Y sabía tantas historias del mar como de la tierra. No
hay más hermosos caminos que los del mar, que los caminos que saben los
salmones y las goletas de antaño y que éstos de los grandes transatlánticos de
hogaño.” Concluye diciendo: “Dan estos caminos poder, riqueza, fantasía.”
En relación a esto último, es paradójico que el mismo mar
que a algunos ofrece poder a otros se
los quita. Y es que tiene efectos adversos para los vanidosos y soberbios, los
poderosos y autosuficientes, para aquellos que pretenden acercarse dictándole
órdenes. ¡Pobres ingenuos! De ello da nota Luis Melnik.
El rey Canuto (Knut) (985-1035, Rey de Inglaterra, Noruega y Dinamarca) marchó con
su corte a la orilla del mar para contemplar la puesta del Sol. Queriendo
prolongar al máximo su placer decidió impedir la pleamar. Simplemente, dictó un
decreto real prohibiendo la marea creciente. Sus consejeros, cortesanos y
bufones se miraron inquietos, pero el rey era el rey. Todos permanecieron
obedientes y sumisos en las arenas todavía secas, pero el mar no se dio por
enterado y comenzó su irremediable tarea cotidiana. Al cabo de un rato, los
asistentes presurosos debieron sacar a Canuto con trono y todo, húmedo y
salado, de las espumas rebeldes. Marcharon silenciosamente de vuelta al castillo.
El rey indignado con el mar. Los cortesanos mordiéndose los labios, para no
soltar las carcajadas.
Y claro que ante la situación servida en bandeja, Melnik
no pudo resistir a las consideraciones metafóricas.
Han pasado mil años y aún hoy algunos
mandatarios mandones todavía presumen posible alterar algunas leyes inevitables
y se empecinan en emitir decretos irracionales, nacidos para ser ignorados.
Muchos de ellos se ahogan con facilidad. Otros, penosamente, siguen gozando de
buena salud. Tantos flotan en la abundancia. Quizás alguna vez, uno de ellos se
inquiete por los comunes ciudadanos que los mantienen, antes de que las olas
los tapen. O los ciudadanos arrasen con ellos.
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