Tema recurrente en nuestra
sociedad es el de la mendicidad. Hay quienes lo vinculan con el sistema capitalista
y su injusta distribución del ingreso. También están aquellos que, sin negar lo
anterior, identifican la existencia de un verdadero negocio en que se venden o
rentan lugares o cruces particularmente concurridos e incluso, hay quien dice,
adquiere visos verdaderamente truculentos en el alquiler de niños o la
explotación de personas con malformaciones físicas. La situación llega a ser
tan molesta para algunos, que según Nietzsche “habría que abolir a los mendigos: incomoda darles,
incomoda no darles”. Y sí, ¡nada mejor que una sociedad en que la justicia
social no diera cabida a la mendicidad!
Entre los autores que abordan la cuestión se encuentra Julio Camba. “Los
mendigos viven de ser pobres. La miseria es su industria, que, a veces, se
eleva a la categoría de un arte. Viven de ser pobres (…) Quizá algunos mendigos
sean verdaderamente pobres -¿en qué ramo de la industria prospera todo el
mundo?-; pero la mayoría van viviendo (…)” Alude a casos peculiares que de vez
en cuando son dados a conocer por la prensa “no faltan quienes, al morir,
dejan fortunas considerables dentro de infectos colchones.” Uno de estos
casos fue consignado por la prensa española el 18 de julio de 2012.
José
María Varón, un indigente de 88 años de edad, fue encontrado muerto en una
caseta destartalada en Nueva Villa de las Torres (Valladolid) con 22.000 euros
en el bolsillo. Cobraba una pensión de 400 euros pero apenas gastaba.
Hace
unas semanas el hombre sacó todo su dinero del banco porque temía que se lo
robasen. Por el momento, ningún familiar ha reclamado su cuerpo ni su dinero.
Añade Camba que ello jamás acontece con los de su gremio “(…) mientras que
un escritor, por ejemplo, no deja nunca en España nada más que el colchón.”
Hay quienes dan limosna siempre, hay quienes no dan nunca, también están aquellos que sólo acceden ante el pedido de niños o ancianos. Por su parte, y en forma recurrente, las autoridades impulsan propuestas de prohibición o restricción de los espacios autorizados a la mendicidad. Camba se rebela contra ello. “En general, los mendigos podrían, por tanto, pagar perfectamente sus multas; pero ¿por qué prohibir la mendicidad? ¿Por qué acabar con una industria tan típicamente española?” Y a la hora de tomar partido no oculta sus opciones. “Por mi parte, yo prefiero al profesional de la pobreza al profesional de la fortuna.”
Julio Camba llega a agradecer la oportunidad que le brinda la existencia
del mendigo, “(…) gracias al cual, por el precio de un periódico o de una caja
de cerillas, puedo olvidar todas mis pequeñas infamias y hacerme la ilusión de
que soy un hombre excelente, dotado de un corazón generoso y animado de los
mejores sentimiento hacia mis semejantes”. En esta misma línea encontramos el
comentario, por demás irónico, de Barbey d’Auandar –citado por Ramón Gómez de
la Serna- sobre la caridad: “No hay que hacer muchos reparos a los pobres,
porque entonces ¿a quién daríamos limosna?”
También está la forma en que se pide. Hay quien lo hace con un dejo de
gracia tal como cuenta Arturo Pérez-Reverte. “Y en la plaza Tirso
de Molina de Madrid se busca la vida otro que, cada vez que le das algo,
comenta: 'ya falta menos para el Mercedes’.” Pero no falta quien provoca enojos e irritación; el mismo Pérez-Reverte, con
su lenguaje habitual, narra una experiencia al respecto. “Tampoco
me gustan los que piden con malos modos o mala sombra, por la cara. (…) No hace
mucho, paseando una noche con Javier Marías, nos abordó un sujeto con malos
modos y acento extranjero. Al decirle que no, el jambo se puso delante cortándonos
el paso y nos soltó: ‘Maricones’.” Aquello no pasó a mayores gracias a la
reacción de Javier Marías.
Cuando
me disponía a darle una patada en los huevos, Javier se interpuso, metió la
mano en el bolsillo y aflojó un euro. “Por perspicaz”, le dijo con mucho humor.
Fuese el otro, y no hubo nada. Y es que el rey de Redonda es así: pacífico. Y
lleva suelto.
Sin negar su existencia en el pasado, la mendicidad representa una de las
tantas llagas de las sociedades contemporáneas. En años recientes se ha
difundido un sistema mediante el cual bancos, tiendas y empresas actúan como intermediarios
en la ayuda a -como está de moda decir actualmente- los grupos vulnerables.
Pascal Bruckner analiza la cuestión.
La limosna está incluida en la compra. Se trata de una
especie de bondad distraída, automática que va prodigando consuelo pese a nosotros.
(…) No hay cosa más agradable que esta caridad sin obligaciones: pues así puedo
ser egoísta y sacrificarme, ser desapegado e implicarme, ser pasivo y
militante. ¿Y cómo no experimentar gratitud hacia las empresas que nos
certifican que llevar un jersey, utilizar un detergente, ingerir un plato
pueden aportar algún remedio, por ínfimo que sea, a las miserias del mundo y
aliviarnos de nuestras preocupaciones?
Hace ya muchos años Julio Camba se adelantó al rumbo que tomarían los
acontecimientos, a las nuevas formas de ayuda a los demás que se estaban
incubando. Y su juicio a este respecto mantiene plena vigencia: “Prefiero a los
modernos tipos de mendigo, el mendigo clásico, que no tiene gastos de
representación (…)”
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