No es un problema
fácil de resolver. Al ser humano le gusta verse pero con frecuencia no le gusta
cómo se ve. Por eso con el espejo, dado su carácter insobornable, se mantiene
un vínculo muy especial. Es posible que no demore –si es que aun no existe- la
invención del espejo mentiroso que devuelva la imagen deseada.
De un tiempo a esta
parte el photoshop se ha convertido en un aliado indispensable que ayuda a
borrar o disimular imperfecciones. Claro que hay situaciones diferentes: en
algunos casos los retoques son sutiles mientras que en otros es cuestión de
cirugía mayor.
Es posible que los
jóvenes se pregunten cómo se las arreglaban a este respecto las generaciones
anteriores. Es por eso que cabe recordar que en el pasado reciente se recurría
a los estudios fotográficos que ofrecían fotos al natural o “con retoques”.
Pero en el pasado remoto la cosa fue diferente tan es así que al observar hoy el
retrato de algún personaje prominente del ayer, es conveniente hacerlo equipado
con un más que legítimo derecho a la sospecha.
Veamos algunos
casos que ilustran el punto y en el que los artistas se guiaron con criterios
diferentes.
Noel Clarasó da
cuenta de un pintor realista que tuvo que hacer frente –por cierto que con una
respuesta contundente- a los reclamos de su cliente.
(Jacobo Whistler) hizo el retrato de un señor.
Y, ya terminado, le preguntó:
-¿Le gusta?
El del retrato
dijo que no del todo.
-Algunas cosas sí.
Pero el rostro... Parece que lo haya pintado un aficionado.
-¿Se ha mirado al
espejo?
-Sí, muchas veces.
¿Por qué?
-Porque lo que
parece que haya sido hecho por un aficionado es vuestro rostro.
No se sabe si
antes de decir esto había ya cobrado el retrato.
Caso contrario refiere
Nieves Concostrina en el que el artista se aplicó tanto en mejorar el original,
que lo volvió irreconocible.
(…) al pintor se
le fue el pincel y retocó de más a Ana de Cleves. (…) Le quitó las marcas de
viruela, le afinó la cara, le redujo la envergadura... y tan mona que quedó
ella sobre el lienzo. Cuando Enrique VIII vio frente a frente a su futura
cuarta esposa, se le cayeron los palos del sombrajo: era grandota, fea,
destartalada y no hablaba ni papa de inglés.
Es posible advertir la existencia de
una tercera vía. Dusan Makavejev, citado por Edgardo Cozarinsky, da
cuenta de un pintor que resolvió con maestría el desafío que se le presentara.
En Belgrado, en
los años 60, solía contarse esta anécdota. Un rey, tuerto y jorobado, encargó
su retrato. El primer pintor convocado lo representó con los dos ojos bien
abiertos y muy erguido. "Ese no soy yo", dictaminó el monarca e hizo
ahorcar al cortesano. El segundo pintor lo retrató tuerto y jorobado. "Ese
es un monstruo", exclamó el monarca. El artista sufrió la misma suerte que
el anterior. Un tercer pintor sugirió una puesta en escena: "Majestad, me
gustaría retratarlo en una de sus cacerías. Apoye un pie sobre esta piedra e
incline el torso hacia adelante para sostener el fusil mientras hace puntería
cerrando un ojo." El rey quedó plenamente satisfecho con la obra.
La conclusión extraída de este caso
tomó un viso netamente ideológico y el comentario fue que “ese día nació el realismo
socialista”.
Por último queda una duda: ¿el pago de
honorarios sería el mismo en cualquiera de las opciones por las que el cliente
optara? De acuerdo a lo que comenta Armando Fuentes Aguirre todo parece indicar
que no fue así.
Nicolás Guillén hablaba de un pintor francés que llegó a
Cuba. Se estableció en La
Habana y puso en la ventana de su taller este letrero:
“Por dos onzas de
oro, un retrato al óleo. A escoger, parecido absoluto o parecido relativo, en
ambos casos con la misma perfecta maestría”.
Y es que como dice el axioma: “el cliente siempre
tiene la razón” (aunque para ello tenga que pagar más).
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