jueves, 26 de septiembre de 2013

Contra las fábulas


Actualmente existen diversas asociaciones que luchan por la desaparición de los circos así como también -aunque en menor medida- de los zoológicos, dado que consideran que unos y otros mantienen a los animales sometidos cautiverio en malas condiciones.

Ahora bien, se cometería un equívoco si se pensara que estas son las únicas manifestaciones en pro de la libertad de los animales. Nada más lejos de la realidad, ya que desde hace varias décadas hubo quienes lucharon por la misma causa si bien apuntaron a otro tipo de prisión.

Durante mucho tiempo las fábulas constituyeron un recurrido medio educativo que permitió trasmitir, particularmente a los niños, diversas enseñanzas morales. Orientados por esta finalidad, los fabulistas obligaron a los animales a comportarse a la altura de lo que se esperaba de ellos, por absurdo que fuera.

Aún cuando las fábulas contaron con buen prestigio, no faltaron quienes las hicieron objeto de sus severas críticas; Bergen Evans fue uno de estos autores.

La zoología era sirvienta de la ética. Se estudiaban los animales, no para observar sus verdaderas características, sino para encontrar ejemplos morales en su índole o comportamiento. La Historia de las bestias cuadrúpedas, de Topsell, un libro popular sobre animales, publicado en 1607, confesaba su propósito de encaminar a los hombres hacia “celestiales meditaciones sobre terrenales criaturas”, y se recomendaba particularmente para lecturas dominicales. (…)
Todo animal era así dedicado al servicio de la virtud. Decíase que la ballena fingía ser una isla y se sumergía traicioneramente cuando los desprevenidos marineros desembarcaban sobre su “escamoso pellejo”. Al hacerlo, simbolizaba al demonio que nos induce a una falsa seguridad para poder destruirnos. El castor, al ser perseguido para aprovechar sus testículos, los corta con sus dientes y los arroja a sus perseguidores, demostrando a los hombres que deben desdeñar la riqueza para salvar sus almas. (Debe explicarse que los testículos de castor eran altamente apreciados: facilitan el aborto, dice Ogilby, curan el dolor de muelas, y, picados, añaden un delicado sabor al tabaco.)
Por curiosas que parezcan ahora estas fábulas, su idea fundamental, la de que la naturaleza y conducta de los animales es una glosa de las normas morales humanas, es aún poderosa y conduce, de cuando en cuando, a extrañas tergiversaciones. Los animales son todavía, para muchas personas, pequeñas parábolas peludas, y existe el difundido propósito de encontrar la prueba de un orden sobrenatural en sus costumbres. Ernst Thompson Seton (…) llegó a escribir un libro integro para demostrar que todas las cosas vivientes obedecen a los Diez Mandamientos. Utilizó incidentes de la vida animal para ilustrar por lo menos el peligro por robo, asesinato, codicia, adulterio y desdén por la sabiduría paternal, pero encontró alguna dificultad en lograr que la zoología apoyara al monoteísmo y se opusiera al perjurio. (…)
Los hombres poseen un extraño hábito culpable de conferir sus propios ideales imposibles a los animales, y luego se mortifican de vergüenza con la idea de su inferioridad frente a los brutos. La declaración sobre de que “los seres peludos cumplen honorablemente sus deberes domésticos”, encuentra eco en millares de mentes que se acusan a sí mismas.
                                                                                             
Por su parte Manuel Gutiérrez Nájera afirma que la fábula “es la moral disfrazada de animal doméstico”, mientras que Artemio de Valle-Arizpe sostiene que “los animales han preferido enmudecer desde que los fabulistas los han hecho decir tantas necedades”. Por el contrario, Álvaro Yunque -citado por Edmundo Valadés- da voz contestataria a los animales lo que le permite enunciar una nueva versión de una de las más conocidas fábulas.
                                                                                            
Otra vez “le corbeau et le renard”
El Cuervo, subido a un árbol, estaba no con un queso según dice la fábula clásica, sí con un sangriento pedazo de carne en el corvo pico. Llegó el zorro. El olor lo hizo levantar la cabeza, vio al cuervo banqueteándose, y rompió a hablar:
-¡Oh hermoso cuervo! ¡Qué plumaje el tuyo! ¡Qué lustre! ¿No cantas, cuervo? ¡Si tu voz es tan bella como tu reluciente plumaje, serás el más magnífico de los pájaros! ¡Canta, hermoso cuervo!
El cuervo se apresuró a tragar la carne, y dijo al zorro.
-He leído a La Fontaine.

En nuestros tiempos las fábulas han perdido vigencia. Sin embargo siempre será recomendable, siguiendo el ejemplo del cuervo, leer a La Fontaine por aquello de estar sobre aviso.

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