jueves, 19 de septiembre de 2013

Tarzán


Para los niños y jóvenes de aquellos entonces, la figura de Tarzán fue un referente de consideración. Edgar Rice Burroughs (quien nació en Chicago en 1875 y murió en 1950) fue su creador en tiempos próximos al inicio de la Gran Guerra (que luego sería conocida como Primera Guerra Mundial). Noel Clarasó narra el comienzo de esta historia en la que Edgar Rice Burroughs (quien antes de escritor fue cowboy, buscador de oro, vendedor ambulante y profesor por correspondencia) hacia 1912   
 

(…) escribió la primera aventura de Tarzán, el hombre de las selvas africanas. El editor lee un trozo y se echa a reír.
-¡Vaya disparate mayúsculo! Elija otra profesión, créame.
Durante dos años E. R. Burroughs le sigue visitando. Y, al fin, el editor, vencido por tanta insistencia, publica el libro. Es en 1914. Y así empieza la fortuna de autor y editor a la vez.
Un dato curioso de este autor que debió en parte al paisaje su inmensa fortuna: nunca había estado en África. Siempre decía que quería ir; pero escribía tantas aventuras en África, que no le dio tiempo de ir a conocer África jamás.  
                     

Gregorio Doval afirma que hubo un personaje real en quien el autor de Tarzán de los monos pudo haberse inspirado.


Según algunos estudiosos, el caso de William Mildin (o Russell, que por ambos apellidos fue conocido), decimocuarto conde de Streatham, pudo servir de inspiración (…) En efecto, este aristócrata inglés desapareció a los once años de edad, al naufragar el barco en que viajaba con su familia frente a la costa occidental de África. Sin embargo, por la extraña coincidencia de distintas circunstancias, logró sobrevivir conviviendo durante quince años con una familia de monos de la selva. Finalmente, fue descubierto casualmente en 1883. Conducido de nuevo a Inglaterra, nunca logró adaptarse por completo a su nueva condición de hombre civilizado.

                       
Las aventuras de Tarzán fueron protagonizados en el cine por diferentes actores. José de la Colina hace un recuento de ello.


A lo largo de los años, a lo largo de las décadas, en blanco-y-negro o en color, el personaje de Tarzán ha sido interpretado en el cine por muchos, sucesivos, forzudos y casi encuerados hombres con más músculos que dotes actorales (que, al fin y al cabo, ninguna falta hacían en este caso). Pasando por el personaje de Tarzán han actuado, es un decir, desde Elmo Lincoln en 1918 hasta Casper Van Dien en 1999, y todavía se supone que habría que contar últimamente a Tony Goldwyn y Alex D. Line... aunque éstos yo diría que no valen, porque en 1999 sólo pusieron sus voces para la versión, o la degradación, de Tarzán en los dibujos animados de la fábrica Disney.
Pero ninguno de los intérpretes de Tarzán vive de modo tan inmarcesible en la mitología cinematográfica como Johnny Weismuller, quien con una notable figura apolínea y una poderosa y muy conveniente nulidad actoral interpretó al protagonista en más de una docena de películas de calidad variable, de las cuales las mejores, sus dos primeras, fueron Tarzán el hombre-mono, de 1932, dirigida por Van Dyke, y Tarzán y su compañera, de 1934, dirigida por Gibbons y Conway (...)
Tres veces campeón en los Juegos Olímpicos de París, 1924, y de Ámsterdam, 1928, Johnny Weismuller (Basnat, Rumania, 1904-Acapulco, México, 1984) fue el sexto y el más célebre Tarzán de la pantalla. Su impresionante musculatura y su habilidad de nadador, más una poderosa incapacidad de emitir sus líneas verbales muy adecuada al personaje tal como la Metro Goldwyn Mayer lo concibió, le permitieron silabear elementales frases en lengua inglesa durante las primeras de una docena de películas que van desde 1932 a 1948, el año en que la creciente grasa en la cintura ya lo descalificaba como Tarzán y lo relegaba a papeles más arropados (como el de Jim de la Selva) en películas de producción cada vez menos generosa y más bajamente rutinaria, hasta que, retirado a un asilo de ancianos, aterraba a sus vecinos despertándolos por las noches lanzando el ondulante alarido que había sido su rúbrica sonora.


Y es que no son pocos los casos en que luego de llegar a cierto nivel de fama y reconocimiento, en el momento del inevitable declive las cosas se complican; difícil que el personaje abra paso a la persona. Otra anécdota cuenta que en ocasión de una fiesta al notar en determinado momento que no era suficiente reconocido, Weismuller se levantó de su asiento y comenzó a gritar: “¡Yo soy Tarzán!, ¡Yo soy Tarzán!”
 

Pero Weismuller no fue el único que sufrió la orfandad luego de haber sido Tarzán. Es así que Cristina Pacheco rescata la historia de un acapulqueño que también estuvo vinculado al personaje.
 

De no haber sido por la pérdida del habla y varias agresiones físicas, Tarzán seguiría deambulando —con sus camisas rojas y amarillas— por la jungla de edificios y estacionamientos. Durante años fue de un lugar a otro contando la historia que envejeció hasta casi morir, como los trópicos: “Johnny Weismuller vino a Las Estacas para filmar una película. A mí me contrataron de su doble. Nos parecíamos tanto que luego, cuando vimos los primeros rushes, era difícil saber quién era quién...” —y para dar mayor verosimilitud a su historia, que provoca risitas y codazos, el hombre se abre la camisa, exhibe el pecho formidable y lanza un grito: la firma de Tarzán.
No hubo intolerancia, lo que pasa es que el mundo cambió. Cada día resultó más pesada la historia, hubo menos tiempo para escucharla, menos interés por un héroe que si bien había luchado contra leones y cocodrilos, no conoció aventuras espaciales ni guerras galácticas. Al principio el anciano se valió de obsequios y generosidades —“Yo pago el café”, “Yo invito la cerveza”— con tal de mantener cautivo a su auditorio. Luego, cuando el dinero se acabó y la voz comenzó a cascarse, fue casi imposible llegar hasta el final de los relatos con tan siquiera un interlocutor.
Tarzán —como han terminado por llamarlo sus escasos familiares y amigos— un día se impacientó ante la indiferencia de su auditorio y al descubrir la burla optó por la violencia justiciera, argumento en toda selva ¿por qué no en ésta, de edificios y estacionamientos? Una consulta al médico a la fuerza; una mínima estancia en una clínica, luego en otra. Más tarde, el asilo, las visitas dominicales, mensuales; hasta llegar a las ausencias.
 
Y es que una cosa es hacer de Tarzán y otra muy diferente, creerse Tarzán.                                                                

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