La venta ambulante es una actividad
sumamente difundida, prueba de ello es que no existe oficina pública, empresa
privada, transporte público o crucero de cierta importancia, que esté libre de
oferta de cachitos de lotería, dulces varios, periódicos, joyería de fantasía,
productos de cosmetología, enciclopedias, pastillas para adelgazar, paraguas…
en una amplia gama que incluye todo lo que algún día se pueda llegar a requerir
y también aquello que no.
Como la necesidad es canija hay
personas que en rol de vendedores se sitúan en lugares insólitos. Recuerdo que
hace años regresaba de Tlayacapan al D.F. en una de esas camionetas naranjas en
las que había que ser muy valiente o inconsciente para subirse. Veníamos
transitando por un camino rural en que no existía población alguna a varios
kilómetros a la redonda, sin embargo allí bajo un árbol de sombra generosa
estaba una señora muy viejita con una carretilla en la que ofrecía pastillas,
muéganos, pepitas y chicles. Desconozco de dónde podrían surgir los potenciales
clientes.
El centro histórico de Ciudad de
México es un lugar privilegiado para los vendedores ambulantes que hacen su
agosto en pleno diciembre con la proximidad de la Navidad , el año nuevo y el
día de los Santos Reyes. Los vendedores establecidos -muchos de los cuales
comenzaron siendo ambulantes- con argumentos tan reiterados como predecibles (pagan
impuestos, tienen empleados, no venden mercancía de fayuca, caen sus ventas, etc.)
exigen a las autoridades que acaben con la venta irregular. El problema no es
sencillo dado que los ambulantes tienen organizaciones combativas, generalmente
dirigidas por mujeres, que mantienen estrechos vínculos con los poderosos de
turno en un intercambio de prebendas por compromisos electorales. Una de las
lideresas más famosas fue Guillermina Rico; a través del testimonio de su hija Guillermo
Osorno presenta la semblanza de su vida.
Silvia recordó:
que su madre era una mujer pobre que cantaba en las calles mientras sus tíos
tocaban las maracas. Que en 1957 ó 1958, poco después de que el regente de la
ciudad Uruchurtu inauguró el mercado de La Merced para reubicar a los vendedores del centro,
su madre regresó a la parte vieja a poner un puesto. Que se trajo algunas
amigas con ella. Que se convirtió en una feroz defensora de los ambulantes
frente al asedio de los granaderos. Que tenía una mano especial para defender a
las mujeres frente a sus maridos. Que en los sesenta pasó a constituir una
asociación formal que tenía unos 500 miembros de inicio. Que todos los
políticos se querían fotografiar con ella. Que siempre andaba de un lado para
el otro apoyando a los políticos del PRI en sus mítines. Que no es cierto que
fuera una mujer rica y que tuviera un palacio de cristal en el sur de la
ciudad. Que los únicos cristales que tenía eran los de su casita que se compró
en La Merced. Que
Guillermina Rico murió de un derrame cerebral que le provocó uno de tantos
asuntos del gremio, que para entonces tenía 16 mil integrantes.
La mayoría de los ambulantes tienen una
situación económica precaria, pero también están los privilegiados que poseen varios
puestos, por no hablar de algunos prósperos comerciantes establecidos que
manejan nutridas nóminas integradas por quienes atienden sus muchos puestos
callejeros.
Ahora bien, la queja contra los
vendedores ambulantes no es exclusiva de tiempos recientes tal como lo consigna
una nota –con claros tintes xenofóbicos- publicada en el periódico El Nacional el 14 de marzo de 1932.
Entrevistamos, la
tarde de ayer, al señor Rodrigo Montes de Oca, quien ha venido luchando desde
hace varios años, en contra de los aboneros y comerciantes polacos, armenios,
rusos, etc.
El señor Montes de
Oca llamó nuestra atención sobre el desastre en que han sumido a las casas
mexicanas las actividades de los vendedores, que con una petaquilla al pecho,
ofrecen todos los útiles de ferretería, a precios bajísimos, dadas las
facilidades con que cuentan para hacerse de la mercancía. Es obvio comprender
la razón por la que un individuo extranjero, generalmente haraposo, pueda dar
los artículos a menor precio que las casas mexicanas constructoras o
importadoras. Existe en las calles de la Academia un gran almacén, denominado “Rosenthal”,
sucursal secreta de una casa judía de Nueva York. Este almacén surte a todos lo
ambulantes, dándoles la consigna, a cambio de la baratura en los precios, de ir
a estacionarse o rondar cerca de las casas mexicanas del ramo. De 1926, año en
que se desencadenó sobre México una gran corriente inmigratoria de indeseables,
han quebrado no menos de doce ferreterías que venían operando desahogadamente.
Algunas décadas después reaparece la
queja contra los ambulantes esta vez en voz de Sara Moirón, reconocida
periodista, que escribe el 16 de julio de 1971
Desde hace varias
semanas o meses —pero obvio que se ha hecho mucho más notable en las últimas
semanas— la ciudad entera sufre una verdadera invasión-plaga-avalancha de
vendedores ambulantes (…)
No hay avenida
importante, calle céntrica y aun el propio Zócalo en donde no hagan su
aparición esta nube de vendedores de las cosas más insólitas e insospechadas (…) La proliferación
increíble del comercio ambulante es algo que hay que detener también, como dé
lugar, sin brutalidades, obviamente. (...)
Es como si, de
pronto, toda la ciudad se hubiese vuelto tianguis pueblerino.
La venta ambulante no sólo no está
llamada a desaparecer sino que dadas las condiciones económicas actuales todo
hace suponer que el gran tianguis callejero seguirá creciendo. Por otra parte,
no creo que exista quien esté libre de haber comprado algo en el comercio
ambulante.
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